Por Boaventura de Sousa Santos*
Cualquier
cuarentena es siempre discriminatoria, más difícil para unos grupos sociales
que para otros. Es imposible para un amplio grupo de cuidadores cuya misión es
hacer posible la cuarentena al conjunto de la población. En este texto, sin
embargo, atiendo a otros grupos para los que la cuarentena es particularmente
difícil. Son los grupos que tienen en común
una vulnerabilidad especial que precede a la cuarentena y se agrava con ella. Esos
grupos conforman lo que llamo el Sur. En mi concepción, el Sur no designa un
espacio geográfico. Designa un espacio-tiempo político, social y cultural. Es
la metáfora del sufrimiento humano injusto causado por la explotación
capitalista, por la discriminación racial y por la discriminación sexual. Me
propongo analizar la cuarentena desde la perspectiva de quienes
más han sufrido debido a estas formas de dominación. En su conjunto, estos colectivos
sociales constituyen la mayoría de la población mundial. Selecciono unos pocos.
Las mujeres. La cuarentena será particularmente
difícil para las mujeres y, en algunos casos, incluso puede ser peligrosa. Las
mujeres son consideradas “las cuidadoras del mundo”, predominan en el ámbito de
la prestación de cuidados dentro y fuera de las familias. Predominan en profesiones
como la enfermería o la asistencia social, en la primera línea de
batalla de la prestación de cuidados a enfermos y ancianos dentro y fuera de las
instituciones. No pueden defenderse en cuarentena para garantizar la cuarentena
de los demás. También son ellas las que siguen estando a cargo, exclusiva o
mayoritariamente, del cuidado de las familias. Puestas en cuarentena, uno
podría imaginar que, con más brazos disponibles en casa,
las tareas podrían estar más distribuidas. Sospecho que no será así frente al machismo
que impera y tal vez se refuerce en momentos de crisis y de confinamiento
familiar. Con los niños y otros miembros de la familia en casa durante las
veinticuatro horas, el estrés será mayor y sin duda recaerá más sobre las
mujeres. El aumento del número de divorcios en algunas ciudades
chinas durante la cuarentena puede ser un indicador de lo que acabo de decir. Por
otro lado, es bien sabido que la violencia contra las mujeres tiende a aumentar
en tiempos de guerra y de crisis (y ha ido en aumento ahora). Una buena parte
de esta violencia se produce en el espacio doméstico. El confinamiento de las
familias en espacios pequeños y sin salida puede ofrecer más oportunidades para
el ejercicio de la violencia contra las mujeres. Basándose en información del
Ministerio del Interior, el periódico francés Le Figaro informaba el 26 de marzo de que la violencia conyugal había
aumentado un 36% la semana anterior en París. El Ministro de Policía de
Sudáfrica, Bheki Cele, informó el 2 de abril que en la primera semana de cuarentena
se registraron 87.000 denuncias por violencia de género.
Los trabajadores precarios e
informales, llamados autónomos. Después de cuarenta años de ataques a los derechos de los trabajadores en
todo el mundo por parte de las políticas neoliberales, este grupo de trabajadores
es globalmente predominante, aunque las diferencias de un país a otro son muy
significativas. ¿Qué significa la cuarentena para estos trabajadores, que
tienden a ser los más rápidamente despedidos cada vez que hay una crisis
económica? El sector servicios, en el que abundan, será una de las áreas más
perjudicadas por la cuarentena. El 23 de marzo, la India declaró la cuarentena
durante tres semanas, afectando a 1.300 millones de habitantes. Teniendo en
cuenta que en la India entre el 65% y el 70% de los
trabajadores pertenecen a la economía informal, se estima que 300 millones de
indios se quedarán sin ingresos. En América Latina, alrededor del 50% de los
trabajadores se emplean en el sector informal. En África, por ejemplo en Kenia
o Mozambique, debido a los programas de ajuste estructural de los años 1980-90, la mayoría de los trabajadores
son informales. La indicación de la OMS de trabajar en casa y en aislamiento es
impracticable, pues obliga
a los trabajadores a elegir entre ganarse el pan diario o quedarse en casa y pasar
hambre. Las recomendaciones de la OMS parecen haber sido diseñadas pensando en
una clase media que es una fracción muy pequeña de la población mundial. ¿Qué
significa la cuarentena para los trabajadores que ganan día a día para vivir
día a día? ¿Se arriesgarán a desobedecer la
cuarentena para alimentar a su familia? ¿Cómo resolverán el conflicto entre el
deber de alimentar a la familia y el deber de proteger su vida y la de ella? Morir
de virus o morir de hambre, esa es la opción.
Trabajadores de la calle. Los trabajadores de la calle son un
grupo específico de trabajadores precarios. Los vendedores ambulantes, para quienes
el «negocio», es decir, la subsistencia, depende exclusivamente de la
calle, de quiénes transitan en ella y de la decisión, siempre impredecible para
el vendedor, de detenerse y comprar algo. Hace mucho tiempo que los
vendedores viven en cuarentena, en la calle, pero en la calle con gente. El impedimento
de trabajar para quienes venden en los mercados informales de las grandes
ciudades significa que potencialmente millones de personas ni siquiera tendrán
dinero para acudir a las instalaciones de salud si se enferman o para comprar
desinfectante y jabón para manos. Los que tienen hambre no pueden darse el lujo
de comprar jabón y agua a precios que están comenzando a sufrir el peso de la
especulación. En otros contextos, los uberizados de la economía informal que
entregan alimentos y pedidos a domicilio garantizan la cuarentena de muchos,
pero por eso no pueden protegerse con ella. Su «negocio» aumentará
tanto como su riesgo.
Los sin techo o población de calle. ¿Cómo será la cuarentena para aquellos que no tienen hogar? Personas sin hogar, que pasan las noches en viaductos, estaciones abandonadas de metro o tren, túneles de aguas pluviales o túneles de alcantarillado en tantas ciudades del mundo. En los Estados Unidos los llaman tunnel people. ¿Cómo será la cuarentena en los túneles? ¿No han estado toda su vida en cuarentena? ¿Se sentirán más libres que aquellos que ahora son obligados a vivir en casa? ¿La cuarentena verá una forma de justicia social?
Moradores en las periferias
pobres de las ciudades, favelas, barriadas, slums, caniço, etc. Según datos de ONU Hábitat, 1,6 mil
millones de personas no tienen una vivienda adecuada y el 25% de la población
mundial vive en barrios informales sin infraestructura ni saneamiento básico,
sin acceso a servicios públicos, con escasez de agua y electricidad. Viven en espacios
pequeños donde se aglomeran familias numerosas. En resumen, habitan en la
ciudad sin derecho a la ciudad, ya que, viviendo en espacios desurbanizados, no
tienen acceso a las condiciones urbanas presupuestas por el derecho a la
ciudad. Dado que muchos habitantes son trabajadores informales, se enfrentan a
la cuarentena con las mismas dificultades mencionadas anteriormente. Pero
además, dadas las condiciones de vivienda, ¿podrán cumplir con las normas de
prevención recomendadas por la OMS? ¿Serán capaces de mantener la distancia
interpersonal en los pequeños espacios de vivienda donde la privacidad es casi
imposible? ¿Podrán lavarse las manos con frecuencia cuando la poca agua
disponible se
debe guardar para beber y cocinar? ¿El confinamiento en una vivienda tan pequeña
no tiene otros riesgos para la salud tan o más dramáticos que los causados por
el virus? Muchos de estos barrios ahora están fuertemente vigilados y, a veces,
sitiados por las fuerzas militares con el pretexto de combatir el crimen. ¿No
es, después de todo, la cuarentena más dura para
estas poblaciones? ¿Los jóvenes de las favelas de Río de Janeiro, a quienes la
policía siempre les impidió ir a la playa de Copacabana el domingo para no
molestar a los turistas, no sentirán que ya vivían en cuarentena? ¿Cuál es la
diferencia entre la nueva cuarentena y la original que siempre ha sido su modo
de vida? En Mathare, uno de los suburbios de Nairobi, Kenia, 68.941
personas viven en un kilómetro cuadrado. Como en muchos contextos similares en
el mundo, las familias comparten una habitación que también es cocina,
dormitorio y sala de estar. ¿Cómo se les puede pedir autoaislamiento? ¿Es
posible el autoaislamiento en un contexto de
heteroaislamiento permanente impuesto por el Estado? Cabe señalar que para los
habitantes de las periferias pobres del mundo, la actual emergencia sanitaria
se une a muchas otras emergencias. Según nos informan los compañeros y
compañeras de Garganta Poderosa, uno de los movimientos sociales más notables
en los barrios populares de América Latina, además de la emergencia de salud causada
por la pandemia, los moradores enfrentan varias otras emergencias. Es el caso
de la emergencia sanitaria resultante de otras epidemias aún no resueltas y la
falta de atención médica. Este año ya se registraron 1.833 casos de dengue en
Buenos Aires. Solo en la Villa 21, uno de los barrios pobres de Buenos Aires,
hubo 214
casos. “Por coincidencia”, el 70% de la población en la Villa 21 no tiene agua
potable. Este es también el caso de la emergencia alimentaria, porque hay
hambre en los vecindarios y los modos comunitarios de superarlo (comedores
populares, refrigerios) colapsan ante el dramático aumento de la demanda. Si
las escuelas cierran, la comida escolar que garantiza la
supervivencia de los niños termina. Finalmente es el caso del surgimiento de la
violencia doméstica, que es particularmente grave en los vecindarios, y el surgimiento
permanente de la emergencia por la violencia policial y la estigmatización que
conlleva.
Los ancianos. Este grupo, que es particularmente
numeroso en el Norte global, es generalmente uno de los grupos más vulnerables,
pero la vulnerabilidad no es indiscriminada. De hecho, la pandemia requiere que
seamos más precisos sobre los conceptos que usamos. Después de todo, ¿quién es
anciano? Según Garganta Poderosa, la diferencia en la esperanza
de vida entre dos barrios de Buenos Aires (el barrio pobre de Zavaleta y el barrio
exclusivo de Recoleta) es de unos veinte años. No es casual que los líderes
comunitarios sean considerados de “edad madura” por la comunidad y “jóvenes líderes”
por la sociedad en general.
Las condiciones
de vida prevalecientes en el Norte global han llevado a que una gran parte de
los ancianos se depositen (la palabra es dura, pero es lo que es) en hogares,
casas de reposo, asilos. Dependiendo de sus posesiones propias o familiares,
estos alojamientos pueden ir desde cajas fuertes de joyería de lujo hasta
vertederos de desechos humanos. En tiempos normales, los ancianos comenzaron a
vivir en estos alojamientos como espacios que
garantizaban su seguridad. En principio, la cuarentena causada por la pandemia
no debería afectar en gran medida su vida, dado que ya están en cuarentena
permanente. ¿Qué sucederá cuando, debido a la propagación del virus, esta zona
de seguridad se convierta en una zona de alto riesgo, como está sucediendo en
Portugal y España? ¿Estarían más seguros si pudieran
regresar a las casas donde vivieron toda su vida, en el improbable caso de que
aún existan? ¿Los familiares que, por su propia conveniencia, los dejaron en
asilos, no sentirán remordimiento por someter a sus ancianos a un riesgo que
puede ser fatal? ¿Y los ancianos que viven en aislamiento no estarán ahora en
mayor riesgo de morir sin que nadie se dé cuenta? Al menos, los ancianos que
viven en los barrios más pobres del mundo pueden morir por la pandemia, pero no
morirán sin que nadie se dé cuenta. También se debe agregar que, especialmente
en el Sur global, las epidemias anteriores han significado que los ancianos
tengan que prolongar su vida laboral. Por ejemplo, la epidemia del SIDA ha
matado y sigue matando a padres jóvenes, dejando a los abuelos con la
responsabilidad del hogar. Si los abuelos mueren, los niños corren un riesgo
muy alto de desnutrición, hambre y, en última instancia, de muerte.
Los internados en campos de
refugiados, inmigrantes indocumentados o poblaciones desplazadas internamente. Según cifras de la ONU, hay 70 millones.
Son poblaciones que, en su mayor parte, viven en cuarentena permanente, y para
las cuales la nueva cuarentena significa poco como regla de confinamiento. Pero
los peligros que enfrentan si el virus se propaga entre ellos serán fatales e
incluso más dramáticos que los que enfrentan las
poblaciones de las periferias pobres. Por ejemplo, en Sudán del Sur, donde más
de 1,6 millones de personas están desplazadas internamente, lleva horas, si no
días, llegar a los centros de salud, y la principal causa de muerte a menudo se
puede prevenir, causada por enfermedades que ya tienen remedios: malaria y
diarrea. En el caso de los campos de refugiados a las
puertas de Europa y de Estados Unidos, la cuarentena causada por el virus impone
el deber ético humanitario de abrir las puertas de estos campos de internamiento
siempre que no sea posible crear en ellos las condiciones mínimas de
habitabilidad y seguridad exigidas por la pandemia.
Los discapacitados. Han sido víctimas de otra forma de
dominación, además del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado: el
capacitismo. Se trata de cómo la sociedad los discrimina, no reconoce sus
necesidades especiales, no les facilita el acceso a la movilidad ni las
condiciones que les permitirían disfrutar de la sociedad como cualquier otra
persona. De alguna manera, las limitaciones que la sociedad les impone hacen
que se sientan viviendo en cuarentena permanente. ¿Cómo vivirán la nueva
cuarentena, especialmente cuando dependen de quien tiene que romper la
cuarentena para darles alguna ayuda? Como se han acostumbrado desde hace mucho tiempo
a vivir en condiciones de cierto encierro, ¿ahora se sentirán más libres
que los «no discapacitados» o más iguales en relación con ellos?
¿Verán tristemente alguna justicia social en la nueva cuarentena?
La lista de los
que están al Sur de la cuarentena está lejos de ser exhaustiva. Basta pensar en
los prisioneros y en las personas con problemas de salud mental, es decir,
depresión. Pero el elenco seleccionado muestra que, al contrario de lo que
transmiten los medios y las organizaciones internacionales, la cuarentena no
solo hace más visible, sino que refuerza, la
injusticia, la discriminación, la exclusión social y el sufrimiento injusto que
causan. Resulta que tales asimetrías se vuelven más invisibles frente al pánico
que afecta a los que no están acostumbrados al mismo. A la luz de las experiencias
de estos grupos sociales durante la cuarentena, se hace particularmente
evidente la necesidad de imaginar y concretar alternativas a los modos de
vivir, de producir, de consumir y de convivir en estos primeros
años del siglo XXI. De hecho, la pandemia y la cuarentena revelan cruelmente que
las alternativas son posibles y que las sociedades se adaptan a las nuevas
formas de vida cuando esto es necesario y sentido como correspondiente al bien
común.
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Artículo enviado a Other News por el autor el 05.04.2020 . Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los fundadores y principales dinamizadores del Foro Social Mundial.