Por Àngel Ferrero– El Salto
Un 71% de los alemanes se muestra contrario a acceder a la posesión de una arma nuclear propia y en ninguno de los partidos políticos los porcentajes favorables llegan al 40%, aun así, la idea se ha abierto paso en el debate político
‘Zeitenwende’ (cambio de época) es una de las palabras más repetidas estos últimos meses en los medios de comunicación alemanes. La sombra del militarismo que perseguía a Alemania en los foros políticos internacionales se ha desvanecido, o al menos parece que sus representantes institucionales logran correr más rápido que ella. No se trata solamente del incremento, como en el resto de Europa, de su presupuesto de defensa —“la seguridad tiene un precio”, aseguró en la pasada Conferencia de Múnich no un político conservador, sino la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, de Los Verdes—, sino de algo que parecía inimaginable tan solo unos pocos años atrás: que Berlín se dote de su propia bomba nuclear.
Esta idea había sido tanteada en el pasado, pero una reacción adversa de la opinión pública abatía rápidamente estos globos sonda antes de que pudiesen siquiera emprender el vuelo. Sin embargo, en las últimas semanas la propuesta ha ido adquiriendo relieve en los medios de comunicación a raíz de una entrevista concedida al diario Tagesspiegel por la cabeza de lista del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) a las próximas elecciones europeas, Katarina Barley. En dicha entrevista Barley no excluía que la Unión Europea (UE) produjese un arma nuclear propia si Donald Trump ganaba finalmente las elecciones presidenciales de noviembre en los Estados Unidos y abandonaba a la OTAN a su suerte.
Ecologistas por una bomba atómica
El primero en romper el tabú fue, no obstante, el exministro de Asuntos Exteriores (1998-2005) Joschka Fischer, destacado miembro, como la actual titular del cargo, de Los Verdes.
En diciembre, en una entrevista con el diario Die Zeit, Fischer aseguró que Alemania y la UE necesitaban un sistema de disuasión propio. A la pregunta del periodista de si las armas nucleares formarían parte de este sistema, Fischer respondía: “Ésta es en verdad la cuestión más complicada, ¿debería Alemania poseer armas nucleares? No. ¿Y Europa? Sí. La UE necesita su propia disuasión nuclear”. Fischer justificaba su cambio de opinión debido a que “el mundo ha cambiado” y a que el presidente de Rusia, Vladímir Putin, también recurre “al chantaje nuclear” para conseguir sus objetivos políticos en Ucrania.
Cabe recordar aquí que el valor de Fischer como rompehielos de la opinión pública alemana es incalculable, pues también él fue quien logró quebrar en 1999 otro tabú que parecía entonces inamovible: el de la participación de Alemania en una operación militar en el extranjero. El gobierno rojiverde consiguió entonces que la opinión pública apoyase el bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia. Desde 2002 hasta 2021 el Bundeswehr ha participado en las operaciones militares aliadas en Afganistán, por donde han pasado más de 150.000 soldados alemanes, el segundo mayor contingente después del estadounidense. El recuerdo de aquella intervención acostumbra a venir acompañado de las declaraciones del ministro socialdemócrata de Defensa (2002-2005) Peter Struck, quien afirmó que “nuestra seguridad no solo defiende en el Hindú Kush, pero también allí.”
Ya en 2021 la Fundación Heinrich Böll, vinculada a Los Verdes, había calificado en un documento de trabajo como “irrenunciable” el paraguas nuclear de la OTAN para los estados de la UE que no poseen este tipo de armamento. En ese mismo documento la fundación defendía la participación de Alemania en el almacenamiento de misiles nucleares estadounidenses y reclamaba su modernización. La ironía, que no escapó a la prensa —incluyendo al diario taz, próximo a Los Verdes—, es que Heinrich Böll había participado en las manifestaciones de los años ochenta en contra del estacionamiento de misiles nucleares estadounidenses en el territorio de la República Federal Alemana (RFA).
Como dijo Jutta Ditfurth, fundadora de Los Verdes y después una de sus mayores críticas: “Si la guerra contra Yugoslavia la hubiese declarado Helmut Kohl, las calles de Alemania se hubieran colapsado de manifestantes por la paz. La neoburguesía verde se hubiera reído a carcajada limpia si Guido Westerwelle, como ministro de Exteriores, hubiese aparecido con rostro grave y contrito, y afirmado que los quería llevar a la guerra”.
De Adenauer a Weber
En pocos países debería notar más la población el peso de la historia que en Alemania, también en esta cuestión. Su primer programa de desarrollo de armas nucleares lo puso en marcha, como es sabido, el Tercer Reich en 1939 —en él llegó a participar Werner Heisenberg, pionero de la mecánica cuántica— y no pudo desarrollarse en condiciones por limitaciones económicas y organizativas, y, por supuesto, por los avatares de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, muy pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, el canciller Konrad Adenauer incluyó el programa nuclear entre sus planes de remilitarización –a pesar de haber renunciado públicamente a él en 1954– y los mantuvo hasta bien entrados los sesenta, como recogen documentos oficiales estadounidenses revelados por el historiador William Burr en 2018.
De acuerdo con estos documentos de los servicios de espionaje estadounidenses, la idea la secundaban el ministro de Defensa, Franz Josef Strauss (Unión Social Cristiana), y el de Asuntos Exteriores, Gerhard Schröder (Unión Demócrata Cristiana), además de un grupo de dirigentes del Partido Liberal de Alemania (FDP), aunque a diferencia de Schröder, Strauss favorecía el desarrollo de la bomba con los franceses. Con ayuda del arma nuclear, el gobierno conservador esperaba que la Unión Soviética cediese la República Democrática Alemana (RDA) a la RFA a cambio de mantener su esfera de influencia sobre Europa oriental. El entonces presidente de EEUU, John F. Kennedy, desaconsejó a Adenauer comenzar “experimentos nucleares” que no harían más que “incrementar drásticamente” el riesgo de una guerra.
Ni los herederos de Kennedy ni los de Adenauer parecen verse frenados por ese temor. El presidente del Partido Popular Europeo (EPP), el alemán Manfred Weber, se pronunció en una entrevista reciente para Politico a favor de que otros países europeos, y no solamente Francia, tengan sus propias armas nucleares como parte de una estrategia de disuasión. El año pasado Weber ya se había ofrecido a que Alemania contribuyese a la financiación de la force de frappe francesa.
El átomo germánico
Otros políticos de diferentes colores han ido sumándose a la idea, a pesar de que el programa del SPD para las elecciones federales de 2021 se fijaba, en su página 63, como meta “de la política exterior socialdemócrata un mundo libre de armas nucleares”. El del programa de la CDU, que lidera actualmente las encuestas de intención de voto, era “un mundo en el que las armas nucleares ya no sean necesarias como disuasión”, aunque matizaba que se trataba de un objetivo a alcanzar “a largo plazo” para el que, mientras tanto, era necesaria una “disuasión creíble”.
Analistas como el catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad del Bundeswehr en Hamburgo, Christian Hacke, proporcionan la munición retórica restante. En una entrevista para un medio digital, Hacke consideraba “ilusorio” que los franceses o los británicos pusiesen a disposición de Alemania sus arsenales nucleares: “Los franceses, con 300 ojivas nucleares, tienen muy poco potencial disuasorio”, aunque “Macron ha tendido la mano y puede imaginarse a Alemania participando” de un modo u otro de su force de frappe. “Pero, ¿quién nos garantiza que los franceses nos protegerán llegado el caso, sobre todo si Le Pen llega al poder?”, se preguntaba Hacke, “¿Cree usted que los británicos se jugarían su propia seguridad por Alemania cuando ni siquiera están en la UE?”
Hacke se mostraba asimismo escéptico ante la posibilidad de que el control de dichas armas recaiga sobre Bruselas, algo que consideraba “solamente interesante para algunos círculos académicos”. Otra posibilidad, avanzada por el politólogo Herfried Münkler, sería que el “botón rojo” fuese, como la presidencia del Consejo de la UE, rotativo, pero a tenor de Hacke esta solución no sería realista “porque los estados de Europa hace tiempo que no han ido tan lejos como para dejar su seguridad nacional en manos de otros”. En consecuencia, a juicio de este politólogo “no habría más que una salida”, a saber: que Alemania se hiciese con su propia bomba nuclear.
En cualquiera de los casos, como recuerda Peter Nowak en Telepolis, de optar por desarrollar su propia bomba nuclear, Alemania tendría que abandonar varios tratados internacionales —empezando por el Tratado de No Proliferación (TNP) de 1968 y el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE) de 1996—, algo difícil, aunque no imposible. Hacke desestima con ligereza este argumento recurriendo al principio legal de ‘rebus sic stantibus’: Berlín siempre podría alegar que las condiciones en las que se firmaron aquellos acuerdos se han modificado lo suficiente como para contravenir su letra. “Si reconociésemos la necesidad de lo importante que son las armas nucleares para nuestra seguridad nacional, no pensaríamos ni un segundo si podemos permitírnosla”, añade Hacke en referencia al elevado coste presupuestario que supondría desarrollar un programa nuclear alemán.
Para Nowak, los argumentos en este debate son intercambiables porque lo que “aquí únicamente se expresa es que el resucitado imperialismo alemán quiere estar junto con las grandes potencias en el orden internacional”. “Por ese motivo”, observa este comentarista, “la guerra en Ucrania tras la ofensiva rusa ha sido tratada por la mayoría de políticos y periodistas encamados como si Alemania fuese a tomarse ahora la revancha por Stalingrado.”
En la última encuesta sobre este tema, realizada por infratest en junio de 2022, hasta un 71% de los alemanes se mostraba contrario a acceder a la posesión de una arma nuclear propia y en ninguno de los partidos políticos los porcentajes favorables llegaban al 40%, siendo la ultraderecha (34%) y los liberales (26%) los más favorables a la idea, por delante de los conservadores (23%) y los socialdemócratas (19%). En las próximas encuestas se demostrará si Alemania se resiste a las mismas tácticas de shock de la opinión pública que llevaron a Suecia y a Finlandia a solicitar su entrada en la OTAN en mayo de 2022 o si, parafraseando el título de la célebre sátira cinematográfica de Stanley Kubrick, han aprendido a dejar de preocuparse y amar a la bomba.