Por Luis Casado*
Como siempre, el significado de la palabra depende de si la emplea un poeta, un filósofo, un científico, un escritor o un pringao como tú o yo.
Si miras el diccionario encontrarás: “Absurdo: contrario y opuesto a la razón”, lo que te deja en Babia sabiendo que alguna vez Einstein afirmó: “Si la idea no es a priori absurda, no tiene futuro”.
Einstein de seguro pensaba en Galileo quien –allá por el siglo XVII– sostuvo que en el vacío todos los cuerpos caen a la misma velocidad independientemente de su peso. En vida de Galileo nadie sabía cómo crear el vacío, y hoy por hoy sabemos que el vacío no existe. La idea de Galileo era a priori absurda: Einstein y Galileo estaban en lo cierto.
El poeta peruano César Vallejo escribió en Trilce: “Absurdo, sólo tú eres puro”, mientras el escritor galo Paul Valéry sostenía: “Lo real solo puede expresarse por lo absurdo”. De donde concluyes que en la RAE fuman de la buena. Oscar Wilde, maestro del absurdo, sostenía no sin razón que “La mitad de la cultura intelectual moderna depende de lo que no debiésemos leer”.
¿Qué pasa cuando entramos en el apasionante mundo de los negocios? O bien, ¿qué pasa cuando entramos en el mortalmente aburrido mundo de la Economía?
Hace unos años, un organismo público francés estudió cuidadosamente la diferencia entre la gestión pública del agua, y su gestión por empresas privadas. El resultado, obtenido mediante el análisis de los datos de más de 5 mil comunas, fue claro como el agua: 30%. En similares condiciones de eficiencia y calidad del servicio, el agua privada era 30% más cara. Grandes ciudades francesas despidieron a las empresas privadas, o bien renegociaron tarifas significativamente más bajas. Entre ellas París y Lyon. Las mencionadas empresas, para decirlo en su bello y elíptico lenguaje, “se redesplegaron hacia otros mercados”. América del Sur por ejemplo.
Dicho lo cual, formulo la pregunta: ¿no es absurdo confiarle a una empresa privada la gestión de un elemento vital para la vida y la salud de la población? Una vez más Einstein tiene razón: “Si la idea no es a priori absurda, no tiene futuro”.
Recientemente, la Unión Europea presionó a todos los países miembros para que estos generalizaran el libre mercado y la libre competencia, único modo de ofrecerle a 500 millones de consumidores los productos y servicios necesarios al mejor precio.
Como es sabido, 70% de la energía eléctrica francesa es producida por centrales nucleares, y el resto por medio de la generación hidroeléctrica, eólica, mareomotriz, etc. La totalidad de la generación estaba en manos de una empresa pública, Electricidad de Francia (EDF), y las cuantiosas inversiones fueron financiadas en su totalidad por los impuestos que pagamos los ciudadanos. Desde la generación, hasta el hilo de cobre que trae la electricidad a tu casa, los contribuyentes pagamos todo.
EDF le aportaba cada año decenas de miles de millones de euros al Estado, gracias al excedente de electricidad que se exportaba a otros países europeos, de Portugal e Inglaterra hasta Alemania y Rusia. Hasta que el dios mercado impuso la privatización parcial de EDF. A poco andar Francia tuvo que importar energía eléctrica del extranjero.
Para cumplir con la obligación impuesta por la Unión Europea –la del libre mercado y la libre competencia–, EDF fue obligada a cederle a precio de costo un 20% de la electricidad que produce a empresas privadas, electricidad que sus “competidoras” le venden a su vez a los consumidores utilizando la red de distribución que todos pagamos con nuestros impuestos. El resultado no se hizo esperar: en un par de años el precio de la electricidad aumentó en un 80%. Mejor aun, las empresas que usan la electricidad generada con nuestro dinero para enriquecer a privados, declararon que no ganaban lo suficiente y exigen ahora que EDF les ceda un 40% de la electricidad que genera.
Francia no es el país de Marie Curie, Victor Hugo, Louis XIV, Voltaire, Rousseau, Robespierre, Pasteur, Thomas Pesquet, el Louvre, Versailles, Fontainebleau y otras maravillas. Francia es el país de los cretinos que, para crear la competencia que no existe, hundieron una empresa puntera en materia de energías de todo tipo. Con el magnífico resultado de vender la energía, ahora, un 100% más cara.
Hora pues de formular la pregunta que ya conoces: ¿no es absurdo confiarle a empresas privadas la gestión de un elemento vital para la vida y la salud de la población? Una vez más Einstein tiene razón: “Si la idea no es a priori absurda, no tiene futuro”.
Todo lo que precede me vino in mente gracias al Wall Street Journal, el diario del gran capital, de la especulación, de la piratería a escala industrial, de la comunidad financiera, de los abusos, de las estafas, del saqueo y del pillaje.
La historia tiene genealogía. Cuando, no sabiendo qué hacer con un borrachín llamado George W. Bush sus padres optaron por hacerle elegir presidente de los EEUU, un amigo de la familia llamado Kenneth Lay –Kenny boy para los Bush– que estaba en el negocio de la compraventa de energía, obtuvo la privatización de la distribución de la energía eléctrica y la desregulación de esa actividad. Kenny boy era el mandamás de la tristemente célebre ENRON, que en paz descansa.
De ese modo ENRON creció y fabricó fortunas insensatas, hasta que en menos tiempo del que tardo en contarlo quebró, llevando a sus ejecutivos a prisión, al suicidio, o bien al hospital como fue el caso de Kenny boy, que así evitó ir a chirona. Los ejecutivos de ENRON vendieron sus acciones y stock-options sabiendo que la empresa vivía del cuento (más de 800 filiales en paraísos fiscales…), mientras le prohibían a sus empleados vender las suyas, amén de farrearse la totalidad de los fondos de pensión de sus más de 40 mil empleados que se quedaron sin trabajo, sin salud y sin previsión.
Pero la privatización y la desregulación de la venta y la distribución de la electricidad no se perdieron para todo el mundo: hubo quienes hicieron un modesto beneficio gracias a Kenny boy y a los Bush. El Wall Street Journal de ayer lo cuenta así:
Las facturas de electricidad en Texas fueron US$ 28 mil
millones más caras con la desregulación
El mercado desregulado de la electricidad de Texas que –se suponía– debía
suministrar energía a bajo precio y de modo confiable, dejó a millones de
habitantes en la oscuridad la semana pasada. Un análisis realizado por el Wall
Street Journal determinó que durante dos décadas sus clientes han pagado más
por la electricidad que los consumidores abastecidos por los canales
tradicionales.
Hace unos 20 años Texas renunció a usar instalaciones reguladas para generar y proveer electricidad a los consumidores. La generación privada (desregulada) que creó el sistema que falló la semana pasada. Eso llevó a casi un 60% de los consumidores a comprarle electricidad a varias empresas distribuidoras, en vez de a una empresa pública local.
Los consumidores del sector desregulado de Texas pagaron US$ 28 mil millones más por su electricidad de lo que hubiesen pagado con las tarifas del sector público tradicional, según los análisis del WSJ que utilizó datos del Ministerio Federal de la Energía (federal Energy Information Administration).
A ti puede parecerte absurdo. Como parece absurdo que los EEUU gasten casi el doble en Salud que Francia dejando a casi 50 millones de yanquis sin asistencia médica, mientras en Francia la cobertura es universal y gratuita para todos sus habitantes.
Absurdo. El capitalismo es absurdo. Pero, no olvides la sabrosa frase de Albert Einstein:
“Si la idea no es a priori absurda, no tiene futuro”.
Gracias a dios (y a la virgen María) esto no pasa en Chile…
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*Editor de POLITIKA. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Su vida profesional, ligada a las nuevas tecnologías destinadas a los Transportes Públicos, le llevó a trabajar en más de 40 países de los cinco continentes. Ha publicado varios libros en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.
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Los privilegios que Europa dio a las grandes empresas hipotecan ahora su política energética
En el último siglo se han firmado 2.896 acuerdos internacionales de comercio e inversión (el recuento aquí). Como analicé en estas mismas páginas hace unos meses (Tratados indignos en tiempos de pandemia), todos ellos conceden a los inversores extranjeros un privilegio extraordinario: el derecho a demandar a los estados, en tribunales de arbitraje privados, para reclamar compensación si se consideran dañados por cualquier tipo de medida que tomen los gobiernos, y no solo por el dinero invertido sino también por las pérdidas de ganancias futuras.