Por Jasim Al-Azzawi* – Voces del Mundo*
En una escena inimaginable hace sólo unos meses, el presidente sirio Ahmed al-Sharaa entró esta semana en la Casa Blanca, convirtiéndose así en el primer líder sirio en visitar Estados Unidos. Su llegada supuso un sorprendente cambio de suerte para un hombre que, hace apenas un año, lideraba las fuerzas insurgentes con una recompensa de 10 millones de dólares por su cabeza. Ahora, se sienta frente al presidente Donald Trump no como un paria, sino como un socio potencial para remodelar el fracturado panorama de Oriente Medio.
La transformación de Al-Sharaa de comandante yihadista a jefe de Estado representa uno de los giros políticos más espectaculares de los últimos tiempos. Anteriormente conocido como Abu Mohammad al-Yolani, pasó años luchando contra las fuerzas estadounidenses en Iraq y más tarde lideró Hayat Tahrir al-Sham, una rama de Al Qaida. Fue encarcelado por las tropas estadounidenses y designado terrorista global en 2013. Sin embargo, en diciembre de 2024, sus fuerzas derrocaron el régimen de Bashar al-Asad en sólo once días, poniendo fin a más de medio siglo de brutal gobierno autoritario.
La gran seducción
El ritmo de la rehabilitación de al-Sharaa ha sido impresionante. Washington retiró discretamente su designación como terrorista el año pasado y, pocos días antes de su visita a la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas levantó las sanciones contra él y su ministro del Interior. «Esta reunión simboliza una reorientación completa», afirmó Lina Khatib, analista de Oriente Medio en Chatham House. «Durante años, Estados Unidos trató de refrenar a Siria. Ahora, la Casa Blanca lo ve como un socio, incluso un aliado, en la seguridad regional».
Trump ha acogido al líder sirio con su entusiasmo característico, calificándolo de «un tipo duro en un barrio difícil» y elogiando sus esfuerzos por restaurar el orden. La Administración ha suspendido las sanciones contra Siria en virtud de la Ley César, y ahora está presionando al Congreso para que las derogue de forma permanente, una medida que abriría a Siria a miles de millones en inversiones para la reconstrucción. El Banco Mundial estima que el coste de la reconstrucción superará los 200.000 millones de dólares, por ello, no podría ser mayor lo que está en juego económicamente.
Pero la dimensión más trascendental de la visita de al-Sharaa a Washington no tiene que ver con la reconstrucción, sino con la reconciliación, concretamente con Israel. A puerta cerrada, los mediadores estadounidenses han estado orquestando lo que sería un acuerdo de seguridad sin precedentes entre Damasco y Tel Aviv, dos capitales que se encuentran en estado de guerra técnica desde 1948.
Las negociaciones entre Israel y Siria, que según los funcionarios se encuentran ahora en «una fase avanzada», se centran en el establecimiento de mecanismos de seguridad conjuntos a lo largo de su frontera común. Desde la caída de Asad, Israel ha desplegado tropas en una zona de amortiguación desmilitarizada en los Altos del Golán, alegando motivos de seguridad. Damasco quiere que se retiren esas fuerzas; Israel exige la desmilitarización del suroeste de Siria y garantías contra la influencia iraní. Según algunas informaciones, Estados Unidos se está preparando incluso para establecer una presencia militar en una base aérea cerca de Damasco para ayudar a hacer cumplir cualquier acuerdo, lo que supone un avance notable dada la preferencia manifestada por Trump por reducir el compromiso militar estadounidense en la región.
Sin embargo, lo que Siria no discutirá, al menos inicialmente, es la normalización total con Israel. Aunque la administración Trump parecía dispuesta a incorporar a Siria a los Acuerdos de Abraham, al-Sharaa ha calificado esa perspectiva de «poco realista por ahora». El punto conflictivo, como era de esperar, son los Altos del Golán, la meseta estratégica que Israel conquistó a Siria en 1967 y se anexionó formalmente en 1981, una medida reconocida únicamente por Estados Unidos.
¿Los Altos del Golán a cambio de legitimidad?
Aquí, las cosas se vuelven turbias y controvertidas. Varios informes indican que Siria no insiste en la devolución del Golán en las negociaciones actuales, sino que limita sus demandas a la retirada israelí de las zonas de amortiguación recientemente ocupadas. Según otros informes, Damasco insiste en que al menos un tercio del Golán debe serle devuelto como condición previa para la paz. Al mismo tiempo, algunos han propuesto planes complicados que implican retiradas por etapas y acuerdos de arrendamiento. Por otra parte, los funcionarios israelíes han declarado inequívocamente que no se puede llegar a ningún acuerdo sin el reconocimiento de la soberanía israelí sobre el Golán.
La ambigüedad podría ser deliberada. Al-Sharaa debe caminar por una precaria cuerda floja: conseguir concesiones suficientes para mantener la credibilidad ante un pueblo sirio agotado tras catorce años de guerra civil, sin dar la impresión de que está vendiendo para siempre las reivindicaciones territoriales de Siria. Se dice que el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, principal patrocinador internacional de Al-Sharaa, se opone a la plena normalización con Israel por considerar que socavaría la influencia de Ankara en detrimento de la influencia israelí y saudí.
La calle siria se muestra muy escéptica. Las redes sociales en Damasco y Alepo han estallado en acusaciones de traición, con críticos que acusan a al-Sharaa de cambiar territorio sirio por legitimidad internacional. Incluso dentro del aparato de seguridad sirio, hay informes de inquietud sobre posibles concesiones. El legado de la férrea negativa de Asad a comprometerse de alguna manera con Israel sigue fresco, y al-Sharaa tendrá que navegar entre la diplomacia pragmática y el sentimiento nacionalista.
Para complicar aún más las cosas, está la cuestión del compromiso de al-Sharaa con la gobernanza inclusiva y los derechos de las minorías. A pesar de las declaraciones de unidad nacional, las fuerzas de seguridad del Estado han estado implicadas en actos de violencia contra las minorías alauíes y drusas, con varios cientos de muertos. Las formaciones yihadistas siguen arraigadas en la estructura militar siria. La disposición de la Administración Trump a pasar por alto estos problemáticos acontecimientos en su afán por obtener dividendos estratégicos ha suscitado críticas tanto de defensores de los derechos humanos como de analistas regionales.
El plan de Netanyahu para remodelar Oriente Medio
Para Estados Unidos e Israel, el cálculo es claro: una Siria alineada con Occidente supone un golpe devastador para Irán y su «eje de resistencia». Si Damasco rompe sus lazos con Teherán y Hizbolá, el equilibrio de poder regional cambiará drásticamente a favor de los aliados de Washington en el Golfo y Tel Aviv. Netanyahu lo ha dejado muy claro: fue el debilitamiento de Irán y Hizbolá, dijo, lo que hizo «posibles» estas negociaciones. Pero los críticos advierten que la rehabilitación de un señor de la guerra de la noche a la mañana conlleva enormes riesgos. El exembajador israelí en Estados Unidos, Michael Herzog, también dudó de que el marco de la retirada de 1974 —que al-Sharaa ha citado como posible modelo— siga siendo válido. «Eso está desfasado», afirmó Herzog, añadiendo que la participación activa de Estados Unidos es necesaria en cualquier nueva configuración. La cuestión es si al-Sharaa tiene el capital político necesario para cumplir lo que se promete en su nombre. Preside un país dividido, dirige fuerzas de seguridad de dudosa lealtad y se enfrenta a la oposición de facciones respaldadas por Turquía dentro de su propia coalición. Su historial como comandante yihadista le dio sin duda la credibilidad necesaria para derrocar a Asad, pero el arte de gobernar exige habilidades diferentes a las de la insurgencia.
La gran apuesta del yihadista
La visita de Al-Sharaa a la Casa Blanca representa una apuesta de alto riesgo, compartida por todos. Trump y Netanyahu apuestan por convertir a un antiguo terrorista en un socio fiable mediante una combinación de incentivos económicos y reconocimiento diplomático. El recién nombrado presidente sirio está apostando por que puede obtener legitimidad internacional y ayuda para la reconstrucción sin alienar irremediablemente a su base interna ni sacrificar las reivindicaciones territoriales a largo plazo de Siria. Puede que piense que está siguiendo el camino pragmático para una nación devastada por la guerra, pero el pragmatismo parece una capitulación para una población que ha sacrificado tanto.
Los próximos meses revelarán si este estadista improbable es capaz de lograr el equilibrio: conseguir el reconocimiento sin subordinación, la reconstrucción sin rendición y la legitimidad sin traición. Por ahora, Ahmed al-Sharaa se encuentra en el centro de un gran experimento diplomático, que podría estabilizar una región volátil o desencadenar nuevos conflictos en una tierra que ya ha sufrido demasiado.
*Jasim Al-Azzawi ha trabajado para varios medios de comunicación, entre ellos MBC, Abu Dhabi TV y Aljazeera English, como presentador de noticias, presentador de programas y productor ejecutivo. Ha cubierto conflictos importantes, entrevistado a líderes mundiales e impartido cursos sobre medios de comunicación.
*Originalmente publicado en Middle East Monitor (MEMO). Traducido por Sinfo Fernández.


