Historia de la prensa económica como herramienta ideológica

Por Yago Álvarez Barba* – Público.es

El nacimiento y desarrollo de la prensa ha ido siempre de la mano del desarrollo económico capitalista de los últimos siglos. Comunicar los hechos económicos ha sido una pata fundamental de la evolución de los mismos. Los periódicos fueron durante mucho tiempo la principal herramienta de difusión de noticias, pero también han sido el campo de batalla de las guerras ideológicas y culturales que pretendían influir en la opinión pública en busca de la hegemonía política y económica, concediendo un mayor poder e influencia a aquellos que las ganaban. Todos los debates, el del trabajo contra el capital, el del librecambismo frente al mercantilismo, el del  keynesianismo frente al liberalismo, el de la desregulación frente al intervencionismo estatal, el de la austeridad contra la política expansiva o el de la privatización frente al estado de bienestar público, se han librado en y mediante los medios de comunicación.

El resultado de dichas batallas ha configurado la forma de pensar, el imaginario social, la organización socioeconómica, las relaciones de poder y, por ende, el mundo tal y como lo conocemos. Esa gran capacidad para moldear la sociedad convierte a los medios de comunicación en actores principales del poder. Ni ahora ni nunca han sido meros espectadores encargados de trasladar los hechos de forma acrítica a la sociedad. Al contrario, han sido los encargados de inclinar la balanza de la opinión pública hacia un lado u otro. En este contexto, donde las batallas políticas, económicas e ideológicas están totalmente ligadas, los medios que tratan temas económicos se convierten en una de las herramientas más influyentes sobre la sociedad, incluso mucho antes de que la prensa económica propiamente dicha existiera.

El nacimiento del periódico, entendido como prensa escrita publicada de forma periódica, siempre fue de la mano de las noticias de índole económico. El historiador francés Georges Weill señala en su libro El periódico. Orígenes, evolución y función de la prensa periódica, publicado en 1934, recogido en la obra Prensa económica. De la Lloyd’s list al wsj.com, que el nacimiento de este tipo de prensa estuvo ligado a unas hojas informativas llamadas Price currents (precios actuales) de finales del siglo xvi y comienzos del xvii. Estos boletines impresos contenían información sobre los precios de las mercancías que se comerciaban en los puertos, principalmente británicos y holandeses. La necesidad de conocer esos precios con la mayor actualidad posible para poder calcular ventas, compras e inversiones sin caer en trampas especulativas o precios inflados, o para tener información privilegiada ante tu cliente o proveedor y ganar así poder de negociación, hizo que estos informes impresos se desarrollaran y multiplicaran hasta acabar convirtiéndose en el embrión de la prensa periódica. El creciente capitalismo comercial y colonial se valió de la imprenta inventada por Johannes Gutenberg más de un siglo antes para engrasar la maquinaria comercial y dar a luz a los periódicos y a lo que, tras otro par de siglos de evolución, se acabaría convirtiendo en la prensa económica especializada.

Otro factor que dio un nuevo empujón a esas impresiones periódicas centradas en los datos económicos fueron los hechos noticiables en torno a esta materia. Algunos autores, como Robert J. Shiller, señalan que la aparición de las burbujas especulativas fue uno de los factores principales para dar el pistoletazo de salida a los periódicos. En su libro Exuberancia irracional, donde el economista analiza las euforias de los mercados bursátiles a lo largo de la historia, afirma que aquellas hojas impresas con listas de precios informaron sobre la primera burbuja especulativa conocida, la de los tulipanes holandeses en los años treinta del siglo XVII. Es decir, un fenómeno que ha sido considerado como el arranque de las crisis del sistema capitalista fue también uno de los principales impulsores de la prensa diaria, cuyo objetivo era informar a los propios capitalistas. En los siglos posteriores, tanto las crisis como las épocas de euforia y las burbujas siguieron impulsando el crecimiento de este tipo de prensa.

Tras aquellos papeles con tablas de datos que reflejaban precios sin ningún tipo de opinión, explicación o contexto, pronto apareció una prensa partidista en la que se debatían y confrontaban diferentes formas de entender la economía, apuntalando las distintas ideologías políticas que las atravesaban, si bien en aquel entonces, al igual que ocurre hoy en día con la insistencia de presentar la economía como algo desligado de la política, no se consideraban como tales. A principios del siglo XVIII, principalmente en Inglaterra, nacieron varios medios de divulgación y opinión que enfrentaron la corriente del libre cambio con la del mercantilismo, anticipando así el posterior debate entre el libre comercio y el proteccionismo. Tan solo es necesario abrir cualquier gran medio económico actual para descubrir cuál de esos dos bloques acabó ganando la batalla.

A mediados del siglo XVII aparecen las corrientes de la fisiocracia francesa, el laissez-faire, y en cuestión de un cuarto de siglo sus defensores consiguen desplazar las ideas proteccionistas del mercantilismo en favor del libre cambio. Estos nuevos pensadores creían que habían descubierto una nueva ciencia, a la que llamaban filosofía económica o fisiocracia (el gobierno de la naturaleza). Con la intención de otorgarle ese valor de nueva ciencia, desarrollaron su propia jerga y sus propias publicaciones, como el Journal de l’Agriculture. Nacía así el nuevo lenguaje económico, que todavía hoy predomina, y empezaban a engrasarse las herramientas de su transmisión.

Poco tardaron en aparecer revistas especializadas en economía que, como herramientas de batalla cultural y doctrinal, defendían los postulados hegemónicos liberales actuales. En 1843 nace en Londres una de las publicaciones que hoy sigue siendo uno de los principales tótems de la prensa económica internacional: la publicación semanal The Economist, con una marcada línea editorial en defensa del librecambismo y una clara tendencia a influir en los asuntos políticos. Los defensores del libre comercio ya tenían su hoja parroquial de referencia.

Aunque este tipo de revistas especializadas se replicaron por todos los países avanzados de la época (Francia, Alemania, Japón o incluso España), no fue hasta unas décadas después cuando aparecieron los primeros diarios. El comienzo de la globalización financiera, el crecimiento o perfeccionamiento del capitalismo colonial, los avances tecnológicos en la comunicación, las mejoras en los transportes y la calma entre guerras fueron algunos de los factores que echaron carbón a la maquinaria económica y financiera mundial y, con ello, a los medios que informaban sobre ella.

En esos años nacen dos de los periódicos que hoy en día siguen siendo referentes: en 1888, en la City londinense, The Financial Times, y un año más tarde, The Wall Street Journal, en la cuna financiera estadounidense que le da su nombre.

Fue a principios del siglo xx cuando se empezó a popularizar el «periodismo financiero» frente a la simple publicación de los hechos y los datos del mercado. Con el nacimiento de esta nueva era de periódicos que diariamente llenaban hojas enteras de datos, información y análisis del mundo financiero y de la empresa, también se hizo popular «saber de economía». En estos cambios subyace uno de los principales problemas de la prensa económica que se tratará a lo largo de este libro: los periodistas y los medios donde escribían empezaron a entremezclar los supuestos análisis expertos con los propios intereses de los socios capitalistas del periódico, ensalzando a empresas de dudosa sostenibilidad y alentando arriesgados procesos especulativos que atraían a ese nuevo público de masas hacia el juego de los mercados bursátiles y la especulación. Prueba de ello fue el trato que se le dio a la información económica en el periodo que va desde el final de la Gran Guerra hasta uno de los episodios más negros de la economía mundial, el crac del 29. La estrepitosa caída de los mercados financieros y la Gran Depresión que le siguió en los años treinta en Estados Unidos fueron un punto de inflexión para la prensa económica.

Perdieron la confianza de mucha gente y las ventas de ejemplares cayeron, al igual que lo hicieron los ingresos publicitarios. Tras ese hundimiento financiero,  la  intervención de los Estados en la economía se popularizó de la mano de uno de los economistas más influyentes de la historia, John Maynard Keynes. El enfoque macroeconómico y las propuestas de políticas públicas de intervencionismo y gasto del economista británico tomaron fuerza durante los años treinta y se consolidaron tras la Segunda Guerra Mundial. La prensa salmón dejó de ser meramente información financiera para convertirse en lo que es ahora, incluyendo temáticas como las políticas y finanzas públicas, la fiscalidad y los análisis con un enfoque keynesiano. Las principales cabeceras del mundo, que avanzaron y se desarrollaron más en Estados Unidos, adelantando incluso a la hasta entonces hegemónica Gran Bretaña al tiempo que el centro de poder cruzaba también el charco, se adaptaron a estos nuevos tiempos y ampliaron su visión de la economía.

Pero, aunque daban cabida a determinados análisis y perspectivas, la mayoría de ellos siguieron defendiendo el libre mercado y un Estado cuanto más pequeño mejor.  El New Deal de Roosevelt y la doctrina de la Middle Way en Reino Unido, que ya apuntaban a las ideas keynesianas, coparon los medios en los años posteriores al crac del 29, y, tras la Segunda Guerra Mundial, esos mismos medios no tuvieron más remedio que ceder ante la realidad de que las principales potencias mundiales,  siguiendo los postulados de Keynes, se embarcaran en políticas económicas expansivas, planificadas e intervencionistas que dieron como fruto lo que hoy se denomina los estados de bienestar y los mayores años de crecimiento económico desde que se tienen datos. Las políticas de demanda keynesianas, al abrir la puerta a la gestión macroeconómica, crearon un nuevo nicho de mercado para la información periodística.

Aquellos medios siguieron creciendo y expandiéndose, al tiempo que las noticias económicas se popularizaban y en todas las economías avanzadas de la época aparecían nuevos periódicos especializados. Emergen así los primeros grandes grupos mediáticos con varias cabeceras y ramificaciones en diferentes países o estados norteamericanos. En esa misma época, los medios generalistas, que hasta entonces prácticamente habían ignorado la información económica, comenzaron a desarrollar sus propias secciones dedicadas a ella dentro de sus ejemplares. Crecieron y se desarrollaron en esa época keynesiana e incluyeron las nuevas temáticas en  sus páginas, pero manteniendo muchos de ellos el mismo corte liberal a la espera de una nueva eclosión de la prensa salmón y de la ideología que defendían. Mientras, siguieron introduciendo ideas y firmas que acabarían tomando el relevo al keynesianismo, con el monetarismo de Milton Friedman como principal punta de lanza. En los años setenta, llegó su momento.

Fue una década convulsa en el plano ideológico y, por tanto, también en el económico. En 1971 se rompe el sistema monetario internacional, el «patrón dólar-oro» de Bretton Woods, que se había fijado tras la Segunda Guerra Mundial. La puntilla fue la crisis del petróleo de 1973, que afectó a la mayoría de los países desarrollados y acabó con treinta años de crecimiento económico constante. La economía y sus problemas volvían a estar de moda, y la prensa salmón vivió un nuevo boom. Diarios como The Wall Street Journal o Financial Times y revistas como The Economist, Fortune o Business Week se expandieron por todo el globo dando inicio al proceso de globalización de la prensa salmón anglosajona.

En 1974, una figura renacía para unirse a los ataques del monetarismo de Friedman contra el keynesianismo: Friedrich Hayek. Desde ese momento, se forjó un nuevo consenso por parte de los medios de información económica y gran parte de la prensa generalista para crear un clima de opinión que empujara a la sociedad hacia las nuevas teorías liberales. Nacía así la nueva prensa neoliberal, que poco ha cambiado desde entonces hasta nuestros días. El ascenso de Margaret Thatcher como líder del Partido Conservador en 1975 y su victoria en las elecciones de 1979 fueron la puntilla del viraje. En el otro lado del charco, al monetarismo se le unía «la economía de la oferta», defendida a ultranza por los periódicos norteamericanos y que cristalizó con la victoria de Ronald Reagan en 1981 y la popularización de las políticas del libre mercado y de la reducción del peso del Estado y de los impuestos. Se crearon potentes think tanks encargados de diseminar estas ideas a lo largo del mundo, como la Sociedad Mont Pelerin, que nutrió de dirigentes e ideas a diferentes gobiernos, como el de Thatcher.

Tras una nueva crisis del petróleo, vino la época de la globalización, de la desregulación de los mercados y de la economía financiarizada desacoplada de la real. Desde 1983, de la mano del eje Thatcher-Reagan, el auge de las finanzas supuso el impulso final y más grande para los medios de información economía. El capitalismo se hizo popular y las historias de jóvenes inversores que se hacían millonarios en Wall Street llenaron las páginas salmón. El auge financiero, que acabó como siempre convirtiéndose en una burbuja, creaba narrativas de éxito que hacían que vez más gente quisiera participar de esa nueva fuente de riqueza aparentemente inacabable.

Los medios de información económica fueron esenciales en ese desarrollo, en su popularización y, sobre todo, en la creación de unas narrativas que volvían a considerar el libre mercado como la única forma de organización social válida. Esta idea tomaría más fuerza todavía con la caída del Muro de Berlín en 1989. La importancia de los medios también fue perfectamente captada por ideólogos de la época como Milton Friedman, que creó su propia serie de televisión, Free to choose. En ella se utilizaban sugerentes narrativas para apuntalar la idea de un gobierno represor frente a la libertad del individuo garantizada por los mercados.

Desde entonces, la hegemonía neoliberal ha reinado en la prensa salmón de todo el planeta. Los periódicos se convirtieron en la principal herramienta de los   economistas y empresarios para hacer llegar sus ideas a favor del libre comercio a la opinión pública e influir en las políticas públicas de los gobiernos. El debate ideológico que se había dado en la prensa un siglo antes fue prácticamente eliminado, al menos en las grandes cabeceras. Las opiniones o ideologías opuestas al libre mercado fueron apartadas e infantilizadas. Ni la crisis de 1987, ni la de los países asiáticos en 1997 (considerada la primera gran crisis de la era de la globalización), ni el estallido de la burbuja de las puntocom, ni la enorme crisis financiera de 2008, provocada por décadas de desregulación financiera y por el aumento de la economía financiera de casino, han conseguido que los medios de información económica vuelvan a virar hacia otro tipo de ideologías, como sí ocurrió en cierto modo tras el crac del 29. El poder empresarial y financiero se ha extendido cada vez más entre los grupos mediáticos, hasta controlarlos por completo, y las estrategias para generar
consenso y opinión entre la población no han cambiado mucho, ni siquiera tras el fracaso de las políticas de austeridad impuestas a los países del sur a raíz de la crisis. La prensa salmón sigue haciendo exactamente lo mismo que lleva haciendo desde los años setenta, tan solo ha refinado las estrategias.

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*Economista. Acaba de publicar ‘Pescar el salmón’ (Capitán Swing). Este artículo es el inicio del capítulo 2 del libro ‘Pescar el salmón’ (Capitán Swing), de Yago Álvarez Barba.

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Guerra, paz y periodismo

Virginia Pérez Alonso Directora de ‘Público’

Este artículo corresponde a la ponencia de la autora para la mesa sobre Paz y multilateralismo organizada por el grupo parlamentario europeo The Left en Madrid.

Vivimos en medio de un consenso político, mediático e intelectual casi sin fisuras en lo que respecta a la guerra de Ucrania. Es un momento en el que quien no comulga con el relato fijado por Gobiernos y otras instituciones, se mueve en los márgenes y resulta estigmatizado, apartado o castigado.

«Ninguna guerra es justa. Cuando no se hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia frente a los grandes intereses».

Estas dos frases son las más duras de un artículo de Chantal Maillard, poeta y filósofa española nacida en Bélgica, Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica, que fue rechazado por los medios en los que habitualmente colabora.

Este rechazo ilustra muy bien el momento en el que estamos, una ola belicista en la que quien renuncia a surfearla, queda automáticamente arrinconado.

No es algo nuevo.

Ahora que el desigual conflicto entre Israel y Palestina vuelve a la palestra, no está de más recordar el apoyo cerrado a Israel de los principales Gobiernos occidentales. Apoyo que es recogido en los medios de comunicación sin aportar prácticamente contexto y sin una perspectiva periodística de derechos humanos.

Pero déjenme que les hable del libro La guerra es la salud del Estado (Ediciones El Salmón). Los dos breves ensayos que contiene fueron escritos por Randolph Bourne en 1917 y1918. Bourne mantuvo desde 1914 una postura antibelicista que lo enfrentó a casi toda la izquierda estadounidense. Acabó marginado y expulsado de los medios en los que escribía.

Según él, los Estados se sirven de la guerra para extender su dominio más allá de sus fronteras y aplastar cualquier disidencia interna con leyes de excepción.

En el primero de los ensayos (La guerra y los intelectuales), Bourne escribe:

«Una clase intelectual totalmente racional habría llamado insistentemente a la paz y no a la guerra. Durante meses, la necesidad apremiante ha sido la de una paz negociada, para evitar la ruina de un callejón sin salida. Esta misma habilidad política, empleada con determinación en aras del intervencionismo militar, ¿no habría podido asegurar una paz que no hubiera supuesto el sometimiento de ninguno de los dos bandos?».

Y en páginas anteriores:

«Los intelectuales se han identificado con las fuerzas menos democráticas de nuestra sociedad. Han asumido el liderazgo para la guerra de esas mismas clases contra las que viene luchando la democracia estadounidense desde tiempos inmemoriales; sólo en un mundo en el que no quedara rastro de la ironía podría una clase intelectual entrar en guerra a la cabeza de semejantes cohortes antiliberales en la causa declarada del liberalismo y la democracia mundial. No ha quedado nadie para señalar la naturaleza antidemocrática de este liberalismo de guerra: en tiempos de fe, el escepticismo es el más intolerable de los insultos».

Un siglo después, en lo que respecta a la guerra de Ucrania, estamos prácticamente igual. Asistimos a un malabarismo intelectual y dialéctico en el que la paz y la guerra se vuelven equivalentes: Ucrania puede ganar aun cuando pierda, y Rusia pueda perder aun cuando parezca ganar.

«Si quieres la paz, prepárate para la guerra», decía Vegetius, un alto aristócrata romano conocido por su belicismo radical y por haber inspirado a los ideólogos del fascismo italiano.

Y eso es precisamente de lo que nos intentan convencer: de que a la paz se llega con la guerra y, en este caso, con el aplastamiento de los rusos. Un discurso que han mantenido, por ejemplo, Los Verdes alemanes.

En esa línea argumental, nadie agrede, todos se defienden. Pero entonces, ¿a qué llamamos paz? ¿A la no violencia o a la defensa de un statu quo?

En ese marco, el discurso de guerra justa y la justificación del envío de armas han sido aceptados mayoritariamente por la ciudadanía, sin mayores reparos. Entre otros motivos, porque los medios de comunicación así lo reflejaron y lo siguen reflejando.

¿Y esto por qué sucede? Por distintos motivos.

1. En sociedades acostumbradas a consumir información en forma de píldoras y en las que todo se simplifica al máximo, cuando toca analizar una realidad compleja se da una necesidad de identificar a un malo y a un bueno. Recordemos que la película siempre comienza cuando alguien se siente agredido y se tiene que defender.

Es mucho más fácil y eficiente (en términos de impacto en las audiencias) moverse en blancos y negros en lugar de bucear entre los grises. Porque los grises generan dudas, preguntas, incertidumbres, reflexiones y necesitan de tiempo, ese bien en peligro de extinción. Y en esos matices la figura del bueno y del malo quedan diluidas.

Como todas las guerras, la de Ucrania podría haberse evitado si los Estados implicados hubieran actuado sobre las causas que motivaron la invasión. Esto señala de igual manera a Ucrania, Rusia, Estados Unidos, a los países de la OTAN y a la UE. Algo que es compatible con la condena sin paliativos de la invasión de Rusia.

Pero es mucho más fácil visualizar la dicotomía malo-bueno que analizar la situación en profundidad y enfrentarnos a reflexiones que pueden hacer aflorar nuestras propias contradicciones.

Y también es mucho más rentable. En términos de repercusión, de no significación (siempre es más agradecido ir con la masa que romper moldes) y por supuesto en términos económicos. Vamos a ver por qué.

2. En los últimos 20 años hemos visto cómo la revolución tecnológica ha impactado de lleno en los medios de comunicación. Una de las consecuencias de las incesantes reducciones de costes en los medios ha sido el desmantelamiento de las secciones de Internacional.

Apenas quedan ya corresponsales y las redacciones se han vaciado de periodistas muy preparados, que tenían un gran conocimiento de cuestiones cruciales para todos. Porque no olvidemos que todo lo que sucede en la otra punta del mundo, terminará teniendo consecuencias allá donde estemos.

Esto implica que, en el mejor de los casos, la información internacional acaba quedando en manos de las grandes agencias de noticias (Reuters, Associated Press). Y que por tanto miramos la realidad desde prácticamente el mismo lugar y con una perspectiva limitada.

Ese lugar común es muy occidental, muy blanco y muy masculino. Y responde a la unipolaridad que hoy rige el mundo: EEUU es principal poder militar, económico, cultural, científico y energético. Es indiscutible que la agenda mundial viene hoy marcada por EEUU. Y que los medios así lo reflejan.

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Quién quiere realidad teniendo narrativa 

Todo es cuestión de narrativa. La realidad poco o nada importa en el escenario actual en el que transcurren nuestras vidas. El grado de manipulación es tal que el retrato general que se nos presenta de cuanto sucede está viciado, retorcido a conveniencia para seguir beneficiando a los grupos de poder que, a fin de cuentas, son los dueños mayoritarios de los medios de comunicación que nos dibujan –que no describen- esa realidad.