La industria alemana gripa, frena la economía del euro y despierta el fantasma del nazismo

Por Diego Herranz* – IMOP Insights

El final de la energía barata rusa y la cadencia exportadora a China y EEUU han sumido a la gran maquinaria económica de la Eurozona en la recesión y a su sociedad en un descontento que está rentabilizando la extrema derecha

En la España de 1983, a medio camino entre el olvido del golpe de Estado y de su ingreso en la UE, irrumpió un lema publicitario que han quedado registrado en el subconsciente colectivo de la sociedad de entonces: «Ingeniería alemana, a tu alcance». Así rezaba el anuncio promocional del Opel Corsa que también ha acompañado la retórica germana en Europa como la locomotora de su prosperidad y la garante de su estabilidad institucional. Sin embargo, medio siglo después, el escueto mensaje de sofisticación del modelo automovilístico made in Germany, por supuesto, empieza a desacoplarse de la imagen de perfección alemana.

La gran economía del euro ha pasado a ser, para no pocos analistas, el enfermo económico del mercado europeo. No solo por su descontada entrada en recesión este trimestre, sino porque el consenso de los expertos apunta a que la parálisis de actividad será prolongada, que su poder industrial pierde musculación a marchas forzadas y que su capacidad exportadora ha mermado por la alta conflictividad geopolítica internacional. La ingeniería alemana, pues, pierde precisión.

Como toda norma, deja excepciones. O, al menos, curiosidades. Porque en este ínterin, el PIB de Alemania ha pasado a ser el tercero del planeta, desplazando del pódium al japonés, primero por efecto del tipo de cambio euro-yen, pero inmediatamente después por un sorpasso de valor, a precios corrientes del dólar, debido a la vuelta a los números rojos del -esta vez sí- enfermo económico mundial, cuya economía solo resistió nueve meses de 2023 en dinamismo, y volvió a su espiral recesiva de los últimos tres decenios.

El PIB alemán podría contraerse una décima este trimestre, según las predicciones del mercado que también detecta «enormes escollos» para que retorne a su senda de crecimiento. Esto es debido, a juicio de Martin Belchev, investigador de materias primas y coyuntura europea en FrontierView, a una «alarmante pérdida de fuelle» propiciada por «el final de la energía barata procedente de Rusia, al colapso de sus exportaciones con destino a China y a la ralentización de la pasarela de seguridad comercial que han mantenido durante décadas con EEUU».

Bechev sintoniza con la percepción de no pocos economistas que justifican una rápida reducción de tipos por parte del BCE en la necesidad urgente de reanimar a su principal bastión productivo. En un año de alto voltaje geopolítico, con más de setenta citas electorales que han convocado a más de 3.000 millones de votantes, los bancos centrales jugarán un papel trascendental en campañas como la presidencia de EEUU. En esta ha querido participar incluso la presidenta del BCE, Christine Lagarde, que ha abierto la caja de Pandora y ha alertado de los peligros de la candidatura de Donald Trump para la economía global.

También el presidente del Bundesbank, Joachim Nagel; su consejera Sabine Mauderer, e Isabel Schnabel, representante alemana en el consejo del BCE, quisieron dejarse ver en distintos actos de protesta ciudadana contra el ascenso social de Alternativa para Alemania (AfD), la marca de la extrema derecha. Porque el creciente respaldo al ultranacionalismo neonazi se ha fraguado en gran medida en el descontento político hacia el gabinete de coalición del canciller, Olaf Scholz, la pérdida del peso manufacturero y, en general, la decadencia socioeconómica del país.

El AfD, que ha llevado su mensaje anti-inmigración hasta proponer la deportación masiva de los residentes sin origen germano, empieza a absorber más del 20% de la intención de voto; incluso a superar la barrera del 30% en länder orientales. Con alusiones constantes al paralelismo con la irrupción nazi en la década de los treinta del siglo pasado y su posterior conquista del poder.

La poderosa industria alemana está herida de muerte

El PIB germano ha entrado en recesión, a juzgar por las últimas predicciones sobre su evolución entre enero y marzo, lo que sumaría dos trimestres consecutivos en negativo y, por ende, en un periodo de contracción técnica. Después de otros dos -el segundo y tercero de 2023- sin pulso, en estancamiento total. De constatarse -y es el consenso de instituciones oficiales, think tanks y firmas privadas, alemanes o extranjeros- el gripaje de su locomotora llevaría un largo año, según el Bundesbank, con el que coincide el Ministerio de Economía, que en su reciente radiografía de situación admite que las señales de actividad en la industria y el sector exterior no han sido sino arritmias.

«La recuperación es ficticia», debido a que, en paralelo, «la debilidad de la demanda interna por los elevados costes de financiación está deteriorando la confianza de familias y empresas», dicen sus expertos. También los analistas de Bloomberg comparten la visión de que a medida que iba avanzando el trimestre la actividad había dejado de progresar. Su predicción habla de una caída del PIB de una décima. En línea con los retrocesos en las encuestas sobre sentimiento económico de sus dos institutos de investigación más prestigiosos, el Ifo y el ZEW.

La industria, efectivamente, creció un 1% en enero, más de lo esperado y el primer latido de los nueve meses precedentes, y un 7% en el conjunto de los dos primeros meses de 2024 frente al mismo periodo de 2023, con la economía en caída hacia la ralentización. Pero con un receso en sus precios del 4,1% en febrero. Un espejismo para Eric Heymann, economista de Deutsche Bank, que incide en que la producción industrial alemana «está en declive y su descenso no ha tocado fondo aún», después de que cayera un 1,2% en 2023 «en términos reales» y con las expectativas del consumo y la inversión en territorios negativos.

Incluso cree que irá a peor este 2024, al que auguran una contracción industrial del 2,5%, un punto por debajo de su predicción de finales de año. «Más profunda y estructural por la anémica actividad europea», aclara.

La parálisis política, las tensiones geopolíticas y la crisis energética explican el creciente número de despidos en el sector, donde han cerrado plantas acereras y manufacturas de la era industrial alemana de principios del siglo XX. Históricos emporios que han salvado, con solvencia alemana, dos guerras mundiales y revolucionarios cambios de producción. Sin embargo, el comienzo de su decadencia ya se manifestó en 2017, con Angela Merkel aún en la cancillería y Donald Trump elevando tarifas por doquier, incluso al fiel aliado comercial alemán. Entonces perdió sus niveles de competitividad.

Stefan Klebert, director ejecutivo de GEA Group AG, empresa de maquinaria industrial con acta de nacimiento decimonónica, lo expresa gráficamente a Bloomberg: «No hay esperanza, para ser honesto. No creo que se pueda alterar este descenso a los infiernos porque se deberían hacer muchas cosas y muy rápidamente». Y, mientras, la industria alemana «cae como fichas de dominó». Los viejos tiempos ya no volverán.

El cóctel neonazi: tensiones geopolíticas con parálisis doméstica

La combinación es letal. La guerra de Ucrania dejó de nutrir con energía barata a las fábricas del país y sus daños geopolíticos colaterales han agudizado la crisis de una industria que tocó techo hace siete años; esencialmente, por la paulatina separación transatlántica en torno a las políticas de subsidios a las manufacturas nacionales y a los proyectos verdes impuestos por la Casa Blanca y que ha generado una brecha inversora y competitiva entre EEUU y Europa, y por la catalogación de China como rival geoestratégico de primer orden. A Alemania, el gas ruso y el decoupling con el gigante asiático le han pasado una factura excesiva que también paga la zona del euro.

Aunque no se debe achacar todo a la volatilidad del orden mundial. Porque Alemania ha perdido el tren de la modernización de las infraestructuras, su fuerza laboral ha envejecido y sus trabas burocráticas se han vuelto demasiado tupidas y complejas.

Además, su otrora emblemático y prestigioso sistema educativo ha abierto grietas tras un largo decenio de recortes de inversiones públicas. El Ifo cree que el descenso en habilidades técnicas y de conocimiento científico-digital ocasionará pérdidas productivas de 14 billones de euros, casi la suma de su PIB, el de Japón, el de India y el británico -del tercero al sexto globales- a finales del siglo.

Sudha David-Wilp, del German Marshall Fund en EEUU, y Jacob Kirkegaard, de Peterson Institute, ahondan en Foreign Affairs en esta tesis. Y la trasladan al ámbito europeo. «La UE necesita que Berlín ponga orden en su casa», en medio de la tempestad geopolítica y comercial. Sin descuidar aspectos de fondo como la adecuación de sus trabajadores y profesionales a la era tecno-digital, o la relajación de sus presiones demográficas, que solo se solucionan con inmigración más joven y con capital formativo. Aunque ello comporte «el ascenso del nacional-populismo» que ya se aprecia en su territorio y en el Viejo Continente. Berlín -dicen- «debe empatizar con la idea de la llegada de talento exterior, de Egipto o India, por ejemplo, y trasladar esta estrategia al resto de socios comunitarios».

De lo contrario, caerá en las redes de la intolerancia de la extrema derecha. La reacción contraria al neonazismo ha sido lo suficientemente importante como para que no deje pasar este instante político histórico, aseguran. También para sopesar su patrón de crecimiento, vinculado a un gas y un petróleo intensivo que no comulga con las inversiones requeridas para abordar la transición energética. Alemania -enfatizan- necesita reformas estructurales para elevar su competitividad, impulsar una economía circular y verde, atraer mano de obra cualificada y eliminar burocracia.

Si así lo hace, «volverá a erigirse como líder mundial en manufacturas y comercio y en la potencia del mercado interior europeo». Eso sí, sin caer en complacencias, como la empleó hace unas fechas su ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, cuando admitió que «hemos dejado hace tiempo de ser competitivos» y, por ello, «nos sentimos más pobres», al no disponer de «dinamismo». Un diagnóstico correcto que acompañó, en declaraciones a Bloomberg, con un «necesitamos caer más todavía antes de levantarnos».

Como también reclama Volker Treier, que preside la Cámara de Comercio e Industria alemana. En su opinión, «no puedes ser pesimista y decir que no se puede hacer más en estos momentos», porque los cambios son urgentes y la agenda federal «no puede aturdir» a la sociedad. Sobre todo cuando las inversiones se debilitan y la extrema derecha amplía su espectro electoral.

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 *Director de la Unidad de análisis del comportamiento en IMOP Insights. En Público.es, 31 de marzo de 2024