Qué difícil ser de izquierdas y actuar por principios éticos

Marcos Roitman Rosenmann*

Los interrogantes para juzgar la conducta de gobiernos y dirigentes que se proclaman de izquierdas y progresistas son variopintos. Inquirir si debemos aplicar categorías ético-morales se ha convertido en un campo de batalla. Hay quienes rechazan dicha opción bajo el argumento de tirar piedras sobre tu tejado y apoyar procesos desestabilizadores. Ernesto Che Guevara, en La guerra de guerrillas, subrayó la necesidad de ejercer una crítica radical, rechazando comportamientos corruptos. La verdad revolucionaria, matizó, no puede dejar pasar actitudes displicentes, hay que denunciarlas y combatirlas. Buscó dar ejemplo y guardó siempre un saber estar ético y moral. Así definía el rol del guerrillero: “Debe tener una conducta moral que lo acredite como verdadero sacerdote de la reforma que pretende. A la austeridad obligada por las difíciles condiciones de la guerra debe sumar la austeridad nacida de un rígido autocontrol que impida todo exceso…”

Es cierto, su lenguaje es propio de los años 60 y se refiere a la guerra revolucionaria. Pero en su ensayo El hombre y el socialismo en Cuba habló de virtudes, estímulos, moral revolucionaria y, lo más importante, la educación socialista para forjar el hombre nuevo. Si ese era el objetivo de la revolución, era obligado abrir la puerta a la crítica, abandonando todo dogmatismo ideológico. De persistir en ellos, concluye: “Se corre el riesgo de llegar a un callejón sin salida, trasformar el socialismo en una quimera donde es difícil percibir el momento en el cual se equivocó la ruta […] de allí la importancia –de la moral, dirá– para el desarrollo de una conciencia en que los valores adquieran categorías nuevas”.

Los principios éticos han formado parte de la historia de política de la izquierda. Pero en la actualidad, un sector de la misma se ha propuesto abandonar dicho acervo en favor de una propuesta pragmática. Se trata de mirar a otro lado cuando hay que condenar actos de corrupción perpetrados por gobiernos adjetivados progresistas y de izquierdas. Así, se elimina del tablero la crítica al nepotismo, el enriquecimiento ilícito, la discriminación racial y las formas autocráticas de ejercer el poder. El resultado es nefasto, se deja a la derecha todo el campo de la crítica, con lo cual se apropia de valores éticos y morales que no le pertenecen, pero que acaban abanderando por la irresponsabilidad de la izquierda. Ello, si desacredita, genera desazón y rupturas.

Para evitar equívocos, no se juzga la vida privada de los militantes, líderes y dirigentes de la izquierda. No es un juicio a sus gustos, su físico o condición sexual, resulta irrelevante para el proyecto democrático y la lucha anticapitalista. Hablamos de ejemplaridad y compromiso en el accionar de la vida pública. En otros términos, el rechazo a la explotación capitalista y la defensa de los valores éticos no son contradictorios con ejercer la crítica descarnada y honesta. La defensa y lucha por la dignidad, la justicia redistributiva y reparadora, la democracia, la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la igualdad de género o el derecho a una jubilación digna exigen integridad moral. Mandar obedeciendo es incompatible con la mentira, el abuso, la persecución y el dogmatismo. No todo vale.

Sin embargo, para una parte de la izquierda, los principios éticos han sido borrados de la ecuación. A cambio, emerge un pensamiento pragmático. Los nuestros no deben estar sometidos a la crítica. No importa el tamaño de los delitos, las incongruencias o la falta de ética. Es mejor callar. No hay derecho a pedir responsabilidades. Recuerden las consecuencias. El movimiento comunista internacional guardó silencio cómplice con los crímenes del estalinismo, la invasión a Hungría o Checoslovaquia. La deuda contraída ha hipotecado la izquierda en su conjunto hasta hoy. La derecha no pierde la oportunidad para recordarlo. Arremete sin compasión. Los adjetivos de asesinos, criminales, terroristas, se homologan con la militancia socialista, comunista, anarquista y el pensamiento marxista. Si abandonamos los valores éticos, ¿Qué nos queda? ¿Cuál es la diferencia entre ser de izquierdas y de derechas? Sin principios no hay posibilidad de ganar. Guardar silencio, encubrir o justificar gobiernos corruptos, autócratas, si es uno de los nuestros, nos debilita ética y moralmente. Es el triunfo espurio de la derecha sobre la izquierda.

La justificación ideológica es pobre y fue denunciada como parte de la alienación cultural del capitalismo. Marx y Engels en La ideología alemana advirtieron la diferencia entre ideología y realidad. El ser consciente no parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. Cuando se abandonan los principios éticos, la justificación ideológica desarma a la izquierda. En definitiva, no todo lo que lucha contra una dictadura y el imperialismo puede adjetivarse de izquierdas, socialista, democrático y anticapitalista. Los ejemplos -sobran.

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*Académico, sociólogo, analista político y ensayista chileno-español. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Profesor titular de Estructura Social de América Latina, Estructura Social Contemporánea y Estructura Social de España en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. En La Jornada de México, 2 de julio 2021