Es bueno tener amigos

Editorial / Análisis – Diario Red

Occidente intentó aislar al Sur Global, pero hoy ese esfuerzo le vuelve cual boomerang.

Es imposible olvidar el discurso del ex secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg en Washington hace apenas un año: “Es bueno tener amigos”. Se refería, evidentemente, a los amigos atlantistas de viejo cuño –los imperios estadounidenses, francés, británico, etc.– y a los que se adherían recientemente, como Suecia o Finlandia. Hablaba de la unidad del imperialismo occidental contra la “temible” amenaza rusa.

Sucede que el cierre de filas imperial, así como el pretendido aislamiento contra Rusia, tienen una cara “B”. Hoy, cumplido ya el primer cuarto de siglo, ser un Estado “paria” es casi imposible. Antaño, durante el período del sueño unipolar liderado por Washington, si Occidente marginaba y agredía a un país, era muy probable que se quedara efectivamente solo. Al fin y al cabo, no había un verdadero contrapeso a la hegemonía norteamericana. Era, a efectos prácticos, o ellos o el caos. Pero, como con casi todo, el ascenso de China cambió esta realidad.

Hoy no se es “paria” casi ni queriendo. La insistencia de Europa y Estados Unidos en la estrategia de la marginación funcionó cuando no había contrapesos, pero hoy es una dinámica que deja de operar. La mera existencia de Pekín, el auge del Sur Global, el crecimiento de instituciones como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) facilita a quienes, desde la periferia, confrontan con Estados Unidos, tener una válvula de escape.

“Es bueno tener amigos”, decía el bueno de Stoltenberg… Pero se refería a los suyos, claro. El resto del mundo es mejor que no se junte. Es preferible que no se junten los parias, los agredidos por Occidente o los que nutren al circuito capitalista occidental con recursos primarios y mano de obra abaratada.

Hace ya meses que escribimos en Diario Red que aquello de “un mundo nuevo” va mucho más rápido de lo que le gustaría a las cancillerías norteamericanas y europeas. Y no son gestos ni meras performances, sino decisiones que afectan decisivamente a la geopolítica global. El acuerdo de asociación estratégica firmado entre Corea del Norte y Rusia ya ha tenido efectos específicos en la guerra de Ucrania, siendo clave para que el ejército de Moscú recupere el control total en la región de Kursk y le arrebate a Kiev esa baza de negociación. Para Corea del Norte está siendo también crucial: ha potenciado su desarrollo industrial y le ha abierto numerosas ventanas diplomáticas.

Ayer Kim Jong-un, el Líder Supremo norcoreano, Vladímir Putin, el presidente ruso, y Xi Jinping, el jefe del Partido Comunista de China y de la República Popular, pasearon juntos en Pekín acompañados de sendas delegaciones. Días antes, en la cumbre de la OCS, otros tantos gobiernos del Sur Global estrecharon manos (y lazos) con China. Y lo hicieron también entre sí.

Más malas noticias: Rusia habría firmado un acuerdo con China en torno al gasoducto Power of Siberia-2, un gasoducto de 50 mil millones de metros cúbicos que atraviesa Mongolia desde los yacimientos de Yamal. Este gas desvía directamente a China, antes destinado a Europa Occidental. 250 000 millones de dólares a lo largo de 30 años. Aquella máxima otanista de la “amistad” –en su caso, mediada y dirigida según los criterios de la Casa Blanca– se presenta hoy como un boomerang. Occidente creyó que podía aislar a Rusia si dejaba de comprarle gas; creyó que podía aislar a Corea del Norte si le bloqueaba su economía de arriba a abajo; creyó que podía aislar a Venezuela si no reconocía las elecciones del 2024… Pero Occidente ya no puede hacer eso.

En el “mundo nuevo” del auge de China y la emergencia del Sur Global, ser un Estado “paria” significa no tener el favor de Europa y Estados Unidos –y, si acaso, de algún acólito más como Australia, Japón o Israel–. Por supuesto, no es poca cosa: el poderío económico y militar de Occidente todavía es gigantesco y pueden dañar economías y sociedades enteras. Pero ya no es un poder absoluto. Hoy el Sur Global tiene alternativas. Tanto los que apuestan por confrontar abierta y decididamente contra Estados Unidos –véase Corea del Norte– como los que prefieren un enfoque más pragmático –véase India–, están estrechando lazos cada vez más rápido.

Pese a las diferencias ideológicas, económicas, culturales e incluso fronterizas, tienen algo en común: No quieren depender de Washington. Y han entendido a la perfección la misma máxima que Stoltenberg usó para justificar el belicismo occidental. “Es bueno tener amigos”.

………………………………………………………………………….