Por José Antonio Gómez* – Diario Sabemos
Cómo las grandes tecnológicas, los gigantes bancarios y los políticos están reescribiendo la economía política global.
Desde que Internet salió de los laboratorios militares y universitarios para instalarse en los salones de las familias de clase media, la sensación predominante ha sido la de un mundo que entra en una nueva fase histórica. Las transformaciones que comenzaron con las puntocom y que hoy culminan en la hegemonía de Amazon, Google, Apple o Nvidia han dado pie a una industria académica dedicada a encontrar el nombre adecuado para este nuevo orden.
Para algunos, como la socióloga Shoshana Zuboff, vivimos bajo un régimen de capitalismo de vigilancia: un sistema donde cada clic, cada desplazamiento de pantalla y cada compra telemática produce información que alimenta máquinas capaces de perfilar con precisión quirúrgica a miles de millones de individuos. Para otros, como la académica McKenzie Wark, la contradicción esencial del siglo XXI no es ya la que enfrentaba a capital y trabajo, sino la que opone a los hackers frente a una nueva clase vectorial que captura el conocimiento y lo convierte en mercancía.
Yanis Varoufakis, economista iconoclasta y exministro griego de Finanzas, recoge ambos diagnósticos, pero da un paso más: sostiene que el capitalismo, como modo de producción coherente, ha sido superado. Su tesis, bautizada con vocación provocadora como tecnofeudalismo, pretende ofrecer una narrativa general para un mundo en el que la rentabilidad ya no es el centro de gravedad de la economía global, y donde el acceso o la exclusión al espacio digital privatizado de la “nube” funciona como una forma contemporánea de vasallaje.
Nuevos señores y sus vasallos
En la interpretación de Varoufakis, los grandes titanes tecnológicos actúan como auténticos señores de la nube. Google, Amazon, Microsoft, Apple o Nvidia controlan infraestructuras que ya no son meras plataformas, sino autopistas esenciales para la vida económica contemporánea: servidores, cables de fibra óptica, algoritmos de recomendación, modelos de IA, sistemas operativos.
Para los capitalistas tradicionales (industriales, bancos, comercios) acceder a estas autopistas ya no es una opción competitiva: es una condición de existencia. De ahí que Varoufakis describa a los empresarios del siglo XX como “capitalistas vasallos”, obligados a pagar un alquiler digital para poder vender desde libros hasta seguros médicos.
En esa metáfora feudal, el grueso de la población hace las veces de siervos de la nube: creadores involuntarios de materia prima (datos) que se genera al usar Google, publicar fotos o realizar compras. Lo hacemos voluntariamente, incluso gustosamente, pero el efecto es el mismo: trabajo gratuito para enriquecer a los nuevos señores.
Hay también proletarios de la nube: repartidores de Amazon, trabajadores de almacenes o moderadores tercerizados, mal pagados y amenazados por la automatización. Pero incluso ellos aportan solo una parte menor del valor total. La verdadera plusvalía, según Varoufakis, procede de la “producción” cotidiana de los usuarios.
Imperio financiado por los bancos centrales
Este nuevo orden no es producto exclusivo de la genialidad empresarial. Su expansión coincide con un largo periodo de dinero barato impulsado por los bancos centrales primero tras la crisis financiera de 2008 y luego durante la pandemia.
Mientras buena parte del sector corporativo utilizó los préstamos ultrabaratos para recomprar acciones o inflar el mercado inmobiliario, los “capitalistas de la nube” invirtieron masivamente en infraestructura: granjas de servidores, satélites, laboratorios de IA, centros logísticos, adquisiciones estratégicas. En un entorno donde la rentabilidad tradicional era casi opcional, su capacidad para absorber capital fue descomunal.
De ahí surge, para Varoufakis, una estructura económica en la que la lógica del beneficio clásico cede terreno a la lógica de la renta: no competir, sino cobrar por acceso.
Huelgas imposibles y comunidades en rebelión
Si el tecnofeudalismo funciona gracias a la dependencia universal de sus servicios, la resistencia debe operar en esa misma lógica. Varoufakis imagina un frente común entre trabajadores precarizados, usuarios conscientes e incluso empresarios vasallos.
Una huelga coordinada de trabajadores de Amazon, combinada con un apagón voluntario de usuarios, podría, según sus cálculos, hacer tambalear el valor en Bolsa de la compañía más que cualquier acción sindical convencional.
Ese tipo de cooperación aún parece remota. Pero ya existe otro frente activo: las comunidades que rechazan servir de colchón ecológico de la nube. Desde Chile hasta Sudáfrica, pasando por Irlanda o México, los centros de datos consumen cantidades masivas de electricidad y agua, exacerbando tensiones sobre acuíferos y redes eléctricas. Las protestas locales contra los “templos del dato” son hoy una de las expresiones más concretas de resistencia al poder de las Big Tech.
Capitalismo hipertrofiado
Entonces, surge la duda sobre si el mundo está realmente ante un modo de producción nuevo. El propio marco conceptual de Varoufakis deja ángulos abiertos.
Su definición de “proletariado” excluye a ingenieros, científicos de datos y diseñadores de sistemas, esenciales para la creación de valor tecnológico. Más bien los trata más como gestores que como trabajadores productivos, pese a que su creatividad es precisamente lo que la “clase vectorial” intenta capturar.
Por otro lado, hay una tensión sin resolver sobre dónde reside realmente el poder. Varoufakis alterna entre los magnates de la nube (Jeff Bezos, Elon Musk, Tim Cook) y los gigantes financieros como BlackRock o Vanguard, que controlan participaciones decisivas en toda la economía global. ¿Quién manda a quién? ¿La nube a las finanzas o las finanzas a la nube?
Además, el propio concepto de “renta tecnofeudal” no se distingue claramente de la renta del capitalismo monopolista, bien estudiada desde hace décadas. Las industrias farmacéutica, automotriz o bancaria ya generan rentas formidables bajo condiciones oligopólicas.
Nombrar para entender
Varoufakis insiste en que nombrar correctamente el sistema es imprescindible para comprenderlo. Quizás por eso su metáfora feudal resulta tan sugerente.
Pero el mundo avanza hacia una economía política donde las grandes plataformas siguen siendo poderosas, sí, pero crecientemente constreñidas por Estados que recuperan autoridad en nombre de la competencia geopolítica. Un orden donde la rentabilidad importa menos, pero el control importa más.
Varoufakis ha capturado, con un lenguaje accesible y provocador, la sensación contemporánea de vivir bajo una infraestructura privatizada que lo ve todo, lo sabe todo y se financia con el trabajo digital involuntario en tiempos de una humanidad controlada por algoritmos invisibles
*José Antonio Gómez, Director de Diario Sabemos. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos «Gobernar es repartir dolor», «Regeneración», «El líder que marchitó a la Rosa», «IRPH: Operación de Estado» y de las novelas «Josaphat» y «El futuro nos espera».


