Por Juan Antonio Sanz* – Público.es
La crisis de corrupción que golpea al entorno de Zelenski, el avance ruso en el frente, los contraataques de Kiev y el juego doble europeo enredan el plan de paz de Trump.
Después de que Donald Trump decidiera retirar su ultimátum del jueves para alcanzar un mínimo acuerdo hacia un alto el fuego entre Rusia y Ucrania, las partes en conflicto han acelerado los contactos diplomáticos, al menos para darle al presidente de Estados Unidos la impresión de que su iniciativa por la paz es bien acogida como base de una negociación. La realidad bélica es muy distinta: se han incrementado los ataques mutuos a las infraestructuras energéticas del enemigo, la situación en el frente se agrava con nuevas conquistas rusas en el Donbás y Europa acelera el suministro de armas a Ucrania, mientras insiste en obviar la ventaja militar de Moscú en el conflicto.
La visita a EEUU que comenzó este domingo una delegación ucraniana, encabezada por el secretario del Consejo para la Seguridad de Ucrania, Rustem Umérov, con el secretario de Estado, Marco Rubio, el enviado especial de la Casa Blanca Steve Witkoff y el yerno del presidente Trump, Jared Kushner, como anfitriones, es un paso importante, pero no decisivo, en el examen del plan de paz propuesto este mes de noviembre por el propio Trump.
La delegación ucraniana visita EEUU, en concreto Florida, en vísperas de la misión que encabeza el propio Witkoff a Moscú la semana entrante para verse con el propio presidente ruso, Vladímir Putin. Para la Casa Blanca está claro: es Ucrania donde puede ejercer su mayor presión, por ejemplo, retirando todo el apoyo de inteligencia y satelital a su ejército, y es Rusia la parte en el conflicto que hay que tratar de convencer por las buenas, puesto que las sanciones aplicadas por Occidente y los propios EEUU a Moscú han dado pocos frutos.
Zelenski sigue empeñado en ver a Trump
Por ahora, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que había anunciado a bombo y platillo una reunión bilateral con Trump antes de que terminara noviembre, se tiene que conformar con este formato de encuentros, sin que el presidente de EEUU se implique. Lo ha dejado bien claro Trump: no recibirá a Zelenski salvo que antes haya un acuerdo escrito y se haya aceptado el plan de la Casa Blanca, con enmiendas o sin ellas.
Los 28 puntos del plan fueron recibidos con una engañosa satisfacción por Zelenski y sus aliados europeos. Pronto quedó en evidencia que tal beneplácito obedecía a un acto de pleitesía temporal hacia Washington, pues muchos de los apartados del programa de paz son inasumibles por Ucrania, como la cesión a Rusia de los territorios anexionados por Moscú y algunos más.
El plan original de Trump contemplaba una reducción hasta 600.000 hombres del actual contingente militar ucraniano (más de 800.000 efectivos), Kiev descartaría la entrada en la OTAN constitucionalmente y así lo reconocería Europa, y no solo cedería a Rusia todo el Donbás ocupado, sino también los restos del territorio aún no anexionados. También habría cesiones territoriales en Zaporiyia y Jersón, y se reconocería la península de Crimea (anexionada en 2014) como rusa.
A lo largo de los días siguientes, Kiev fue delimitando las líneas rojas del plan de paz de Trump, y Europa reasumió la tarea de dirigir a Zelenski en este proceso, con una importante reunión en Ginebra que propuso nuevos planteamientos, ahora inaceptables para los rusos. Se trataba simplemente de ganar tiempo y dejar claro que, en las condiciones actuales y con Rusia llevando la voz cantante en el frente, a Ucrania y sobre todo a sus amigos europeos les conviene alargar la guerra, por muchas proclamas que se lancen a favor de una paz «justa y duradera».
Tras las negociaciones del pasado fin de semana en Ginebra entre Estados Unidos, Europa y Ucrania, surgió esa nueva propuesta de 19 puntos, más favorable para Kiev y sus socios europeos, con cambios en el tema de la eventual inclusión en la OTAN o en el número de militares que le quedarían a Ucrania. Inmediatamente, Moscú acusó a los europeos de «socavar» el proceso de paz.
Finalmente, Trump desestimó su ultimátum. La Casa Blanca se dio cuenta que ni rusos ni ucranianos iban a firmar nada a corto plazo y que un nuevo revés en esa dirección solo dañaría a la imagen de Trump como «pacificador» del siglo.
La corrupción en su entorno trastoca la partida a Zelenski
En todo caso, tras el fin del ultimátum, todas las partes comenzaron a mover sus fichas negociadoras. Fue en este contexto cuando el escándalo que rodeaba a Zelenski y su Gobierno, con varios ministros acusados de corrupción en materia energética y un empresario amigo suyo tras la trama, estalló con toda su fuerza. La crisis se desplomó sobre el número dos ucraniano, Andri Yermak, amigo personal y mano derecha del presidente.
Y quedaba expuesto también el propio Zelenski, a pesar de que sus amigos en Occidente se apresuraron a definir el escándalo de soborno y lavado de dinero como una muestra del buen hacer de Kiev en su lucha contra la corrupción. Asimismo salía dañada la estrategia negociadora de Ucrania en el proceso de paz lanzado por Trump. Yermak había asumido la dirección de esa negociación, de ahí los recelos planteados en la Casa Blanca tras estos últimos acontecimientos. Recelos que podría aprovechar Trump para apretarle las tuercas a Zelenski.
El sacrificio de Yermak podría darle a Zelenski cierto soplo de apoyo popular, pero no demasiado, en unos momentos en los que crece el descontento por la prolongación de la guerra, los problemas para reclutar soldados y las nuevas noticias sobre corrupción. Por mucho que la propaganda oficialista ucraniana pretenda disfrazar esta dimisión de Yermak como una muestra de la fortaleza de Zelenski por descabezar a su compañero de fatigas de tantos años, no hay que olvidar que en Ucrania crecen las críticas al autoritarismo con que el presidente dirige el país y la guerra, con escasa participación del Parlamento y el propio Gobierno.
El hecho de que esta vez esa limpieza que defiende Zelenski le haya caído tan cerca no ayuda mucho, pues nadie olvida la forma en que Yermak fue acumulando poder desde que comenzó el conflicto, colocando en la diplomacia, la gestión económica y el mando militar a sus propios pretorianos. Y esto no lo sabía y aprobaba solo Zelenski. Los aliados europeos de Kiev conocían perfectamente con quién se estaban gastando, literalmente, los cuartos.
Zelenski sabe que, si acaba el conflicto, las posibilidades de que deje el mando del país no son bajas, pues se podrían disparar casos como el de Yermak y debería además someterse a unas elecciones generales, ya pendientes desde mayo del año pasado. No ayuda nada el hecho de que el escándalo de corrupción ataña al sistema energético ucraniano, justo cuando este se está viendo sometido a los continuos ataques rusos y cientos de miles de personas quedan cada día sometidas a las inclemencias climatológicas.
Una guerra que no cesa, con Trump o sin Trump
En la noche del sábado al domingo un nuevo ataque masivo ruso causó la muerte de una persona y heridas a una veintena en las cercanías de Kiev. Un día antes, eran tres los muertos y 37 los heridos en otra oleada de drones y misiles rusos. De nuevo el sistema energético ucraniano sufrió los mayores daños materiales, con cerca de medio millón de usuarios sin luz esta semana en la capital del país. En la última semana, en medio de las discusiones sobre el proceso de paz, Rusia lanzó 1.400 drones con explosivos, 1.100 bombas aéreas y casi setenta misiles.
El ejército ucraniano tampoco se quedó mudo por su parte, también con oleadas de drones contra territorio ruso y con ataques quirúrgicos a instalaciones relacionadas con el refinado, almacenamiento y transporte de hidrocarburos. Este domingo, Kiev asumió el ataque lanzado el 28 de noviembre con drones navales contra dos petroleros en el mar Negro cuando enfilaban hacia el puerto ruso de Novorosiisk. Esos navíos, según Ucrania, eran parte de la llamada «flota en la sombra» que Rusia tiene para evadir las sanciones internacionales contra la exportación de petróleo ruso.
Esta semana, los ataques ucranianos también alcanzaron una terminal de atraque de petroleros en Novorosiisk perteneciente al Consorcio Internacional del Oleoducto del Caspio (CPC), donde llega el crudo de Kazajistán. El Gobierno de este Estado centroasiático condenó ese ataque, el tercero de este tipo que se produce contra infraestructuras civiles compartidas por Rusia en ese puerto, el mayor para la exportación de crudo en el mar Negro.
La enmarañada apuesta europea
No es Zelenski el único a quien los vaivenes de la guerra están dejando en entredicho en unos momentos tan convulsos. La Unión Europea y Reino Unido se mueven estos días entre el aplauso desganado a los pasos que da Trump y los intentos de desempeñar un papel más agresivo con Rusia en caso de que se inicie un proceso de negociación.
Estos últimos días, diversos líderes de la UE subrayaron la necesidad de que sea Rusia quien reduzca su ejército, que pague reparaciones de guerra a Ucrania una vez que se firme el armisticio o que Europa haga todo lo posible para garantizar que a Moscú le sea «imposible» intentar una nueva invasión en el futuro, como señaló ingenuamente la alta representante europea para Política Exterior, Kaja Kallas. Una serie de deseos que parecen olvidar dónde está el fiel de la balanza militar entre Ucrania y Rusia.
Más armas y menos palabras
Al tiempo, los tres países que dirigen la posición europea más dura, es decir, Alemania, Francia y Reino Unido, apuestan no por el apoyo al diálogo con Rusia, sino por acelerar el envío de armamento a Ucrania e intentar asfixiar al sector petrolero ruso para hundir la economía rusa y así dar un vuelco a la guerra, como señaló también Kallas.
Hace unos días, la Cámara Baja del Parlamento alemán aprobó el presupuesto federal para 2026, que incluye 11.500 millones de euros en artillería, drones y otros sistemas de armamento y equipamiento militar dirigidos a Ucrania. Una cifra récord muy acorde con la propaganda que prevalece en estos momentos en los citados países del núcleo duro europeo y que califica la amenaza rusa como una espada de Damocles que pende sobre el viejo continente.
Este lunes, los ministros de Defensa de la UE eludirán tratar en Bruselas sobre el alto el fuego en Ucrania y examinarán la forma de mantener el apoyo militar a Kiev, con la posibilidad de utilizar los activos rusos congelados en Europa con ese destino.
No es de extrañar que Rusia rechace la participación europea en las negociaciones con estadounidenses y ucranianos. Este domingo, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, acusó a Europa de «socavar acuerdos previos» en la crisis de 2014, en los tratados de Minsk sobre el Donbás y durante esta contienda.
«La última vez que ocurrió algo similar fue en abril de 2022, cuando los acuerdos de Estambul descarrilaron por orden de Boris Johnson [el entonces primer ministro británico], sin que Europa ofreciera resistencia alguna, e incluso la acogiera con agrado», afirmó Lavrov.
*Juan Antonio Sanz, periodista y analista para Público en temas internacionales. Es especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar. Ha sido corresponsal de la Agencia EFE en Rusia, Japón, Corea del Sur y Uruguay, profesor universitario y cooperante en Bolivia, y analista periodístico en Cuba.


