Por Miguel Urbán* – Público.es
Este sábado tendría que haberse producido una firma histórica en Foz de Iguazú, ciudad brasileña ubicada en la triple frontera con Argentina y Paraguay, en el marco de la cumbre de los países del Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay y Venezuela, que está suspendida del bloque). Pero, con el billete comprado, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, finalmente no ha acudido a Foz de Iguazú, aplazando temporalmente la firma y el inicio de la ratificación del acuerdo comercial de la Unión Europea con los países del Mercosur.
Un acuerdo en el que la UE pretende mejorar el acceso al mercado del Mercosur para sus multinacionales de automóviles, accesorios para la automoción, empresas energéticas, farmacéuticas, bebidas y servicios financieros, mientras que los países del Mercosur obtendrán más acceso al mercado europeo para sus materias primas —carne de vacuno y pollo, soja, azúcar y etanol para biocombustibles, entre otros—. Un acuerdo comercial conocido popularmente como «vacas por coches», que aunque institucionaliza una relación comercial asimétrica y neocolonial, favorece los intereses de la importante patronal del agronegocio del Mercosur.
El aplazamiento del acuerdo comercial de la Unión Europea con los países del Mercosur no es una cuestión menor. Estamos ante uno de los mayores acuerdos del mundo —unos 720 millones de personas y más del 20% del PIB global—, todo un mensaje de multilateralismo comercial neoliberal en tiempos de autoritarismo arancelario trumpista. De hecho, la firma de este sábado pretendía concluir veinticinco años de negociaciones, la más larga de la historia reciente. Aunque en 2019 ya se había alcanzado el «acuerdo político» —cuando aún presidía Brasil el ultraderechista Jair Bolsonaro—, ya entonces no se logró rematar por la oposición que suscitó en numerosos países europeos.
Las reticencias de algunos Estados miembros obligaron a negociar una serie de cláusulas de salvaguarda, mecanismos que aparecen con formulaciones voluntarias («deberían», «se esforzarán») y sin instrumentos vinculantes efectivos, que en la práctica someten las buenas palabras sobre el clima o los derechos laborales a las obligaciones comerciales vinculantes que recoge el acuerdo. Un maquillaje discursivo propio del soft power europeo para presentar el acuerdo como un ejemplo de relación comercial respetuosa con el medio ambiente y los derechos humanos. Y que ya fueron cuestionadas por el propio Lula como un mecanismo de «neocolonialismo verde» que, bajo el pretexto de proteger el medio ambiente, «impone barreras comerciales y medidas discriminatorias, y desconsidera marcos normativos y políticas nacionales». Afloraron públicamente, así, las tensiones que estaba generando dentro del bloque Mercosur el constante rosario de reparos europeos.
Porque las «cláusulas de salvaguarda» no solo se han incorporado para, supuestamente, proteger el medio ambiente, sino también como una forma por parte de la Comisión Europea de intentar calmar los ánimos ante las protestas agrícolas que, en los últimos años, han tomado, en repetidas ocasiones, la capital europea con sus tractores. Aunque, como denuncia la Coordinadora Europea de La Vía Campesina, estas supuestas cláusulas de salvaguarda «están diseñadas con el fin de que nunca se activen. Basadas en umbrales económicos arbitrarios, no reflejan la diversidad de la agricultura europea ni los efectos reales y localizados del aumento de las importaciones». De hecho, esta semana los tractores han vuelto a colapsar Bruselas frente al impacto del acuerdo UE-Mercosur, los recortes en las ayudas agrarias y la futura PAC post-2027.
Unos tractores que han conseguido colarse en el tenso Consejo Europeo que decidía sobre las ayudas económicas a Ucrania y que, en teoría, tendría que haber dado luz verde para que la presidenta de la Comisión hubiera firmado el acuerdo con el Mercosur este sábado en Foz de Iguazú. A pesar del acuerdo de la mayoría de los Estados miembros —impulsados especialmente por Alemania y España— para ratificar el acuerdo comercial, se ha constituido una minoría de bloqueo —al menos cuatro Estados miembros que representen el 35% de la población—: al «no» de Hungría y Polonia se han sumado, una vez más, las reticencias francesas y, sorpresivamente, Italia.
La negativa de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, fue determinante, inclinando los números para constituir esa minoría de bloqueo. De hecho, la propia Meloni habló con el presidente brasileño, Lula da Silva —cuyo país preside actualmente el Mercosur, y le dijo que está «dispuesta» a firmar el acuerdo, pero alegó que tiene «problemas políticos con los agricultores» de su país, aunque se dijo «capaz» de convencerlos. En este contexto, la presidencia danesa de la Unión Europea optó por retirar de la agenda la firma del acuerdo con el Mercosur, evitando un rechazo formal, según se debatió en el diálogo a tres bandas entre el Parlamento, el Consejo y la Comisión Europea. Las tractoradas han mostrado, una vez más, la importancia de la protesta social para repercutir sobre la arquitectura de la UE, que demuestra, otra vez, ser un gigante comercial con los pies de barro, atenazado por sus contradicciones internas.
El plantón de este sábado por parte de la UE a los países del Mercosur es un episodio más de los numerosos desencuentros que han rodeado a las negociaciones en el último cuarto de siglo. Aunque no parece uno cualquiera. El propio Lula da Silva, notablemente enojado, lanzó un ultimátum: “Si no es ahora, Brasil no hará más acuerdos [con la UE] mientras yo sea presidente”. De hecho, el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo, Bernd Lange, advirtió este pasado martes que “el acuerdo estará muerto” si no se firma este sábado 20.
Aunque parezca mentira, en esta situación el mayor aliado de la UE para que los países del Mercosur aguanten este nuevo desplante es el brutalismo trumpista. La estrategia de los EEUU tratando a América Latina como el patio trasero de su «Make America Great Again», con su ejército a las puertas de una agresión militar a Venezuela. Están convirtiendo a la UE y sus acuerdos comerciales «con rostro humano» en la opción menos mala en un contexto internacional cada vez más incierto.
*Miguel Urbán, ex eurodiputado por Anticapitalistas.


