Por Rolando Pujol* – Mundiario
El enfoque militar que transforma barrios en ruinas para disuadir a enemigos asimétricos.
En el volátil panorama del Oriente Medio, donde conflictos armados se entretejen con tensiones geopolíticas centenarias, Israel ha desarrollado una estrategia militar que va más allá de la mera defensa: la doctrina Dahiya. Esta aproximación, que prioriza la destrucción masiva y desproporcionada de infraestructuras civiles en territorios enemigos, ha sido aplicada en múltiples enfrentamientos contra adversarios como Hezbolá y Hamás. No se trata de un documento oficial de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), sino de un enfoque estratégico articulado por altos mandos militares y analistas, diseñado para infligir daños severos y rápidos con el fin de disuadir futuros ataques y presionar a la población civil para que se vuelva en contra de los grupos armados. En esencia, la doctrina busca maximizar el impacto destructivo, transformando zonas urbanas en «zonas de muerte» donde la línea entre combatientes y civiles se difumina intencionalmente.
La doctrina Dahiya representa un giro paradigmático en la guerra asimétrica, donde potencias convencionales como Israel enfrentan a milicias no estatales que operan desde entornos civiles densamente poblados. Su aplicación ha generado controversia global, con acusaciones de crímenes de guerra y violaciones al derecho internacional humanitario. Sin embargo, desde la perspectiva israelí, es una herramienta necesaria para sobrevivir en un entorno hostil. Aquí exploramos los orígenes, la formulación, las aplicaciones prácticas y las críticas a esta doctrina, basada en declaraciones públicas de líderes militares y reportes de organizaciones internacionales.
Los orígenes en el caos de la guerra del Líbano de 2006
El término «doctrina Dahiya» deriva directamente del barrio Dahiya (o Dahiyeh), un suburbio chií densamente poblado en el sur de Beirut, Líbano. Durante la Guerra del Líbano de 2006, este área albergaba el cuartel general de Hezbolá, el grupo militante respaldado por Irán que lanzó ataques contra Israel. En respuesta, las fuerzas israelíes bombardearon la zona durante semanas, reduciéndola a escombros y causando la muerte de cerca de 1.000 civiles, un tercio de ellos niños. La destrucción no se limitó a objetivos militares: infraestructuras civiles como edificios residenciales, puentes y carreteras fueron arrasadas, dejando a miles de personas desplazadas y sin hogar.
Aunque la guerra no eliminó a Hezbolá –de hecho, el grupo emergió fortalecido políticamente–, el episodio de Dahiya inspiró una reflexión estratégica en Israel. La doctrina no surgió de la nada; fue el resultado de lecciones aprendidas en conflictos previos, donde operaciones quirúrgicas precisas fallaban en disuadir a enemigos que se camuflaban entre la población civil. El general Gadi Eizenkot, entonces jefe del Comando Norte de las IDF y posteriormente Jefe del Estado Mayor entre 2015 y 2019, fue quien la articuló públicamente en una entrevista de 2008 con el periódico israelí «Yedioth Ahronoth». En sus palabras: «Lo que ocurrió en Dahiya en 2006 ocurrirá con cualquier pueblo desde el que se ataque a Israel. Aplicaremos una fuerza desproporcionada y causaremos una gran destrucción. Desde nuestra perspectiva, estos son bases militares, no pueblos civiles».
Eizenkot, quien en octubre de 2023 se unió al gobierno de unidad de Benjamín Netanyahu como ministro, enfatizó que el enfoque busca «daños y destrucción inmensos» para forzar reconstrucciones costosas y largas, debilitando al enemigo a largo plazo. Analistas como Giora Eiland, un ex general israelí, han complementado esta idea, sugiriendo la destrucción sistemática de infraestructuras y el «intenso sufrimiento» de la población civil como medio para presionar a gobiernos hostiles o milicias. Eiland ha argumentado que, en guerras asimétricas, la distinción tradicional entre militares y civiles es obsoleta, ya que grupos como Hezbolá usan barrios residenciales como escudos humanos.
Esta formulación no es solo teórica; refleja una evolución en la doctrina militar israelí, que combina elementos de la «doctrina de la victoria decisiva» con tácticas de contención periódica, conocidas como «corte de césped». El objetivo no es solo neutralizar amenazas inmediatas, sino imponer un costo tan alto que disuada ataques futuros, incluso si eso implica un alto precio en vidas civiles y daños colaterales.
Aplicación en conflictos: de Líbano a Gaza
Israel ha aplicado la doctrina Dahiya en varios conflictos contra adversarios como Hezbolá en Líbano y Hamás en la Franja de Gaza, tratándolos como extensiones de una misma amenaza regional. En Líbano, la guerra de 2006 marcó el debut no oficial de esta estrategia: bombardeos masivos en Dahiya y otras zonas urbanas destruyeron barrios enteros, causando miles de desplazados y un daño económico estimado en miles de millones de dólares. Aunque Hezbolá no fue derrotado, la destrucción masiva forzó un alto al fuego y, según defensores israelíes, disuadió ataques a gran escala durante años.
En Gaza, la doctrina se ha manifestado en operaciones sucesivas. Durante la Operación Plomo Fundido (2008-2009), Israel respondió a cohetes de Hamás con bombardeos que destruyeron infraestructuras civiles, matando a más de 1.400 palestinos, muchos de ellos civiles. Similarmente, en las operaciones de 2012 (Pilar Defensivo) y 2014 (Margen Protector), se aplicó fuerza desproporcionada, combinada con el «corte de césped» –ataques periódicos para mantener a Hamás debilitado–.
El punto álgido reciente ha sido la guerra en Gaza tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, que causó 1.200 muertes en Israel y el secuestro de 240 rehenes. En respuesta, Israel ha intensificado la doctrina Dahiya, con bombardeos que han destruido más del 78% del total de estructuras de la Franja de Gaza, incluyendo viviendas, junto con hospitales, escuelas y redes de suministro de agua y electricidad. Se han creado «zonas de muerte» donde cualquier movimiento se considera una amenaza potencial, permitiendo fuego indiscriminado. El objetivo declarado es eliminar líderes de Hamás y Hezbolá, cortando suministros y aislando a la población. Según reportes de la ONU, esto ha resultado en decenas de miles de muertes civiles y una crisis humanitaria sin precedentes.
La escalada en Líbano en 2024 repite el patrón: tras ataques de Hezbolá en solidaridad con Gaza, Israel ha bombardeado el sur libanés, matando cientos de civiles y destruyendo infraestructuras. En todos estos casos, la doctrina trata a las áreas civiles como «bases militares» cuando albergan combatientes, ignorando distinciones entre objetivos legítimos y colaterales para maximizar el impacto disuasorio. Esta aproximación se justifica internamente como una respuesta a enemigos que violan normas internacionales al usar civiles como escudos, pero sus críticos argumentan que perpetúa un ciclo de violencia.
Críticas internacionales y dilemas éticos
La doctrina Dahiya no ha pasado desapercibida en la arena internacional. Organizaciones como la ONU, Amnistía Internacional y Human Rights Watch la han clasificado como «castigo colectivo» y crimen de guerra contra la humanidad, violando el derecho internacional humanitario, incluyendo las Convenciones de Ginebra. Estos tratados exigen proporcionalidad en los ataques y distinción entre combatientes y no combatientes, principios que la doctrina ignora al priorizar la destrucción masiva.
Amnistía Internacional, en reportes sobre Gaza, ha documentado cómo bombardeos israelíes han destruido barrios enteros sin evidencia clara de objetivos militares, causando sufrimiento innecesario a civiles. Human Rights Watch ha acusado a Israel de usar municiones de fósforo blanco en áreas pobladas, exacerbando el daño. La ONU, a través de su Alto Comisionado para los Derechos Humanos, ha advertido que tales tácticas no solo fallan en lograr victorias políticas duraderas, sino que fortalecen la resiliencia de grupos como Hamás o Hezbolá, quienes usan el sufrimiento civil para reclutar y ganar apoyo internacional.
Desde perspectivas israelíes, la doctrina se defiende como esencial contra enemigos asimétricos que no respetan reglas de guerra. Críticos internos, como algunos ex mandos militares y activistas por la paz, advierten que perpetúa ciclos de violencia sin resolver conflictos subyacentes, como la ocupación palestina o las tensiones con Irán. Además, hay preocupaciones éticas: al tratar pueblos enteros como «bases militares», se deshumaniza a la población civil, erosionando la moralidad de las operaciones militares.
En resumen, la doctrina Dahiya, que ha dejado más de 67,000 palestinos muertos en Gaza, y una destrucción sin precedentes: viviendas, escuelas, hospitales, sitios religiosos, museos y zonas cultivables que ahora son polvo, encarna una visión apocalíptica de la guerra, donde la destrucción total se convierte en herramienta de disuasión. Mientras Israel la ve como un mal necesario para su supervivencia, sus detractores la consideran una receta para el desastre humanitario. Para profundizar, fuentes como el Instituto para la Comprensión del Medio Oriente (IMEU) o informes de la ONU ofrecen análisis detallados. En un mundo donde los conflictos asimétricos proliferan, esta doctrina plantea preguntas fundamentales sobre los límites de la fuerza en la era moderna.
*Rolando Pujol, periodista y escritor, colaborador de Mundiario, nació en La Habana en 1954. Se licenció en Periodismo en la Universidad de La Habana en 1992 y, desde 1978, trabajó como fotorreportero y redactor en diversos medios de prensa, cubanos y extranjeros. Ha publicado varios libros sobre ciudades y lugares de interés turístico en Cuba.