Por Diago Tudares* – Mundiario
Mientras la Administración Trump apuesta por un repliegue militar progresivo en el continente, la falta de apoyo integral podría dejar un vacío estratégico que otros actores están dispuestos a ocupar.
EE UU ha iniciado un giro estratégico en su política hacia África: dejar de centrarse en la gobernanza y el desarrollo para pedir a los países africanos que asuman más responsabilidades en la seguridad regional. Aunque esta nueva postura podría fomentar la autosuficiencia regional, también abre la puerta a una mayor penetración de Rusia y China, que ya avanzan posiciones en el continente.
La reciente declaración del general Michael Langley durante el ejercicio militar «León Africano» (African Lion) marcó oficialmente un cambio de rumbo en la estrategia estadounidense hacia el continente. El mensaje es claro: Estados Unidos no puede seguir siendo el principal garante de la seguridad africana. “Tiene que haber un reparto de la carga”, afirmó Langley, quien subrayó que Washington, bajo el liderazgo del presidente Donald Trump, ha priorizado “proteger su patria”. Esta afirmación encapsula la nueva postura estadounidense, influenciada por el nacionalismo de su mandatario: un repliegue progresivo del continente y una apuesta por el fortalecimiento de las capacidades militares locales.
En teoría, esta autosuficiencia es un paso lógico. África ha sido durante décadas un escenario secundario para el Pentágono, con una atención intermitente y centrada en operaciones antiterroristas puntuales. Dotar a los países del continente de las herramientas para garantizar su propia seguridad parece una evolución razonable. Sin embargo, las realidades sobre el terreno son mucho más complejas.
Muchos ejércitos africanos siguen siendo estructuralmente débiles, mal equipados y escasamente entrenados para hacer frente a la creciente amenaza de grupos yihadistas, en especial en regiones como el Sahel o Somalia. Según el Instituto para la Economía y la Paz, el Sahel concentró más del 50 % de las muertes por terrorismo en el mundo en 2024. El Ejército Nacional Somalí, a pesar del apoyo aéreo estadounidense, aún no logra consolidar la seguridad en su propio territorio.
Este escenario de debilidad estructural, combinado con el retiro parcial de EE UU, crea un vacío estratégico que otras potencias están más que dispuestas a llenar.
Rusia y China: los nuevos protagonistas
En los últimos años, tanto Rusia como China han incrementado su presencia en África, cada uno a su manera. Moscú, a través de mercenarios y acuerdos militares opacos, ha consolidado su influencia en países como Malí, la República Centroafricana y Sudán. El modelo ruso, centrado en proporcionar seguridad directa a cambio de recursos estratégicos, ha encontrado eco en gobiernos que priorizan la estabilidad interna por encima de los valores democráticos promovidos por Occidente.
China, por su parte, adopta una estrategia más estructural: ha desarrollado programas masivos de formación militar, construido infraestructuras clave y ofrecido préstamos a gobiernos africanos con pocos condicionamientos políticos. Su enfoque se percibe como menos intrusivo y más pragmático, lo que ha favorecido su aceptación. Pekín ha apostado también por proyectar poder blando mediante inversiones en tecnología, comunicaciones y salud.
Frente a este panorama, la retirada de EE UU no sólo implica un cambio logístico o militar, sino también un reposicionamiento geopolítico con consecuencias profundas. Al dejar de invertir en la gobernanza, el desarrollo y la diplomacia blanda, Washington cede terreno en términos de influencia ideológica y estratégica. Es difícil competir por la lealtad de socios africanossi el mensaje principal es la autosuficiencia sin ofrecer recursos para alcanzarla.
Autosuficiencia africana: ¿una meta alcanzable?
La propuesta estadounidense no está exenta de lógica ni de aspiraciones positivas. Empoderar a los países africanos para gestionar sus propios retos de seguridad es un objetivo que responde tanto a la necesidad como a la dignidad política de esos Estados. No obstante, la autosuficiencia requiere años de inversión sostenida, formación técnica, reformas institucionales y cooperación internacional. Nada de esto puede imponerse desde fuera ni lograrse con ejercicios militares ocasionales.
Más aún, si Estados Unidos deja de apostar por un enfoque integral —que combine seguridad, desarrollo, educación y apoyo a la sociedad civil—, corre el riesgo de que la lucha contra el extremismo se transforme únicamente en una cuestión táctica, sin abordar las causas estructurales del conflicto: pobreza, corrupción, exclusión social y falta de oportunidades.
La reconfiguración de la estrategia estadounidense responde también a su propio cambio de prioridades: Asia y Europa del Este son ahora los principales focos de atención, mientras la amenaza interna y la rivalidad con China reconfiguran la agenda exterior. Sin embargo, África no es un tablero menor: con una población joven, abundancia de recursos y un peso creciente en los organismos multilaterales, el continente es clave para el equilibrio global del siglo XXI.
En este contexto, replegarse sin ofrecer alternativas sólidas puede ser leído por los aliados africanos como una señal de desinterés, o peor aún, de abandono. Este tipo de percepciones son difíciles de revertir, y quienes saben capitalizarlas —como Rusia y China— ya lo están haciendo.
El llamamiento de Estados Unidos a que África gestione por sí sola su seguridad es una apuesta arriesgada. Si bien apunta a la autosuficiencia y a la redistribución de responsabilidades, también corre el riesgo de acelerar la influencia de actores como Rusia y China, dispuestos a ocupar espacios de poder sin condiciones.
*Diego Tudares es colaborador de MUNDIARIO, es abogado egresado de la URBE, aficionado a la política internacional, a los derechos humanos y al medioambiente.


