El ataque al convoy de Noboa como síntoma de un Ecuador fracturado

Por Víctor García Montero* – Mundiario

El reciente ataque al convoy de Daniel Noboa en Cañar ha destapado la tensión que recorre Ecuador. Detrás de las piedras lanzadas hay un malestar profundo: el alza del diésel, el abandono de las zonas rurales y la falta de respuestas del Gobierno a una crisis que no deja de escalar.

Ecuador vuelve a ser noticia, y no precisamente por sus avances. El ataque contra el convoy del presidente Daniel Noboa, ocurrido en la provincia andina de Cañar, ha revelado el nivel de tensión que late en las zonas rurales del país. Piedras, gritos y vehículos blindados son ahora la metáfora de un diálogo roto entre el poder y los pueblos que lo sostienen.

El mandatario, que llegó al poder con la promesa de renovación y modernidad, enfrenta hoy un escenario que combina crisis económica, inseguridad y desconfianza. Su decisión de eliminar el subsidio al diésel —una medida que, en teoría, buscaba aliviar las cuentas públicas— ha tenido un efecto contrario: encendió la chispa del malestar en las comunidades indígenas y campesinas, donde cada litro de combustible encarece el transporte, la producción agrícola y, en definitiva, la vida.

La protesta no surgió del vacío. En un país con profundas desigualdades, las políticas de ajuste suelen sentirse primero en los bolsillos de quienes menos margen tienen para soportarlas. Cuando el Estado no escucha, la frustración encuentra otras formas de expresarse, y a veces, como en El Tambo, lo hace con violencia.

Entre la seguridad y la escucha

El Gobierno de Noboa ha respondido a las movilizaciones con una mezcla de presencia militar y promesas económicas. Tanquetas, uniformes y discursos de orden se han convertido en la escenografía de una crisis que, más que policial, es social. Aunque la ministra de Ambiente denunció un intento de asesinato contra el presidente, lo cierto es que reducir lo ocurrido a un acto de terrorismo resulta simplista.

Las imágenes del ataque muestran rabia, no una conspiración armada. Las piedras lanzadas son, simbólicamente, el eco de años de desatención. En lugar de blindar más coches, tal vez Ecuador necesita blindar el diálogo, ese que se ha erosionado entre decretos y anuncios improvisados. Porque la violencia no surge de la nada: es la consecuencia de un tejido social que se deshilacha cuando la política se aleja del territorio.

La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), responsable de convocar las protestas, ha denunciado una “brutal acción policial y militar”. En sus comunidades, los gases lacrimógenos pesan tanto como el aumento del diésel. Y, aun así, el Gobierno insiste en que todo se reduce a “células criminales”. Esa narrativa puede servir para el momento, pero no resuelve la raíz del conflicto.

La lección de las piedras

El ataque a la caravana presidencial no es solo unepisodio de violencia, sino un espejo que devuelve una imagen incómoda del país: la de un Ecuador que no ha cerrado sus heridas rurales, que ve pasar el progreso por la carretera mientras sus pueblos siguen esperando agua, medicinas y justicia.

El presidente Noboa aún puede reconducir la situación, pero para ello necesita algo más que despliegues militares o anuncios de infraestructura. Requiere escuchar de verdad, entender que la seguridad también se construye con confianza, y que la autoridad no se impone: se gana.

Las piedras que golpearon los vehículos oficiales no buscaban destruir un coche, sino hacerse oír. Si el Gobierno solo responde con más blindaje, lo que quedará roto no será el cristal, sino el vínculo entre Estadoy ciudadanía. Y esa fractura, a diferencia del vidrio, no se repara con un repuesto.

*Víctor García Marrero, periodista, colaborador de Mundiario, es licenciado en Comunicación Social y Productor en Medios de Comunicación por la Universidad Bolivariana de Venezuela. Con más de diez años de experiencia en la redacción periodística, ha desarrollado una amplia trayectoria en medios de comunicación de España, EE UU, México y Venezuela.