Por Steven Forti*- CTXT, Contexto y Acción
El futuro Gobierno de Meloni impulsará una retórica ultranacionalista chabacana. Se definirá como europeísta, pero hará eje con Budapest y Varsovia para frenar cualquier intento de mayor integración europea
Las percepciones no son la realidad, pero influyen mucho. Y la percepción, no solo mía, sino generalizada, es que en las elecciones italianas del 25 de septiembre no hay partido. La derecha, hegemonizada por los ultras, va a ganar por goleada. Los sondeos que se han publicado hasta hace una semana y los que circulan entre bambalinas en estos últimos catorce días de campaña electoral lo confirman. Resumiendo: a la derecha le dan entre el 45 y el 47% de los votos, al centroizquierda como mucho el 30%, al Movimiento 5 Estrellas el 14-15% y a la alianza entre Calenda y Renzi, los supuestos macronianos à l’italienne, el 6-7%. Se dice que hay alrededor de un 40% de indecisos, pero ¿cuántos de estos irán finalmente a votar, teniendo en cuenta que se especula que la abstención podría superar el 30%? Y además, ¿serían todos estos indecisos de izquierdas?
En suma, si el sistema electoral fuese proporcional, aún se podría tener alguna tímida esperanza. No de un gobierno de izquierdas, sino por lo menos de algún ejecutivo técnico o político constituido gracias al consueto transfuguismo de unos cuantos diputados apoyados por diferentes fuerzas políticas que harían de tripas corazón. Nada raro, por otro lado, debajo de los Alpes. Pero el sistema electoral es una aberración antidemocrática según la cual el 37% de los diputados y senadores serán elegidos con el sistema mayoritario en colegios uninominales. Es decir, quien llega primero, aunque por un solo voto, conquista el escaño. Será pues la derecha, dividida en muchas cosas, eso sí, pero que se presenta unida electoralmente como una falange, la que se llevará el 70%, y probablemente más, de esos escaños. Añádase que por primera vez se aplicará el recorte de los parlamentarios –de 630 a 400 diputados, de 315 a 200 senadores–, que implica un achicamiento evidente de la representatividad y unos colegios electorales mucho más amplios.
La derecha, dividida en muchas cosas, pero que se presenta unida electoralmente como una falange, se llevará el 70%, y probablemente más, de los escaños con sistema mayoritario
Entre Brighella y Arlequín
Ahora bien, dicho todo esto, ¿qué podemos esperarnos tras el 25S? Veo dos posibles escenarios con dos corolarios cada uno. Empiezo por el segundo, el más improbable. La derecha gana las elecciones, pero en el Senado tiene una mayoría muy limitada, digamos de entre cuatro y cinco escaños debido a una movilización de última hora del electorado progresista. Podría gobernar, pero no lo tendría fácil en un contexto internacional y económico como el que nos viene encima. La primera ministra podría ser Meloni, o con más probabilidad, una figura menos marcada políticamente, quizás un técnico de centroderecha. Gobernarían, pero sin liarla demasiado, y con el riesgo continúo de perder votaciones por algún francotirador. Quizás llegarían a finales de la legislatura, pero no podríamos descartar un ribaltone tras un año o dos. Démosle a este escenario, que llamaremos brighellata, en honor a Brighella, el personaje de la comedia del arte famoso por su capacidad de engañar y montar intrigas, el 10% de probabilidad.
Con ese mismo resultado electoral, desde la mañana del 26 de septiembre se podrían mover cosas, sonarían muchos móviles, en las tinieblas se activaría lo que los ultras llaman el “Estado profundo”. Tengamos en cuenta que los demás líderes políticos no pueden verse ni en pintura: el secretario del Partido Democrático, Enrico Letta, rompió con Giuseppe Conte, el líder del M5E, por la responsabilidad de los grillini en la caída de Draghi y desde aquel día no se hablan; Carlo Calenda, tras haber sellado a principios de agosto un acuerdo electoral con Letta que tiró a la papelera tres días después, se ha aliado con Renzi y ahora los dos no dejan pasar un día sin despotricar contra Letta –no lo olvidemos: un hombre que se formó en la Democracia Cristiana– pintándolo como una especie de Chávez o Fidel Castro.
Imaginemos que por el bien del país, o lo que sea, Letta, Conte y Calenda-Renzi se vuelvan a hablar y consigan sumar unos cuantos parlamentarios supervivientes de Forza Italia –a Berlusconi le dan como mucho el 6%– que, tras años de alianzas con Salvini y Meloni, se dan cuenta, de repente, de que ya no parten el bacalao y de que sus socios podrían liarla parda gobernando el país. Tras varias semanas de tiras y aflojas, crecimiento de la prima de riesgo, miedo a la ingobernabilidad y un largo etcétera, se formaría algo similar a un gobierno técnico. Podría ser un ejecutivo al estilo de Draghi, esta vez sin Salvini ni probablemente Conte, pero sí con Meloni –Hermanos de Italia obtendrá entre un 25 y un 30% de los votos; sería imposible dejarla fuera– o un gobierno más centrista, quizás en minoría. ¿Fantapolítica? Probablemente sí, aunque la política italiana nos ha regalado en el pasado carambolas más extrañas. Démosle, pues, un 5% de probabilidad a este escenario que llamaremos arlecchinata, en honor a Arlequín, el camaleónico personaje de la comedia italiana que tiene una increíble capacidad de supervivencia.
¿Jaroslawato u orbanato?
El otro escenario, en cambio, es el más probable. Me atrevo a decir, quizás equivocándome, que está casi asegurado. La derecha gana por goleada y tiene una amplia mayoría absoluta tanto en la Cámara como en el Senado. La única incógnita en este caso será ver si dispone incluso de una mayoría de dos tercios, lo que le permitiría reformar la Constitución sin tener ni siquiera que convocar un referéndum. Para que nos entendamos, eso es lo que pasó en Hungría en 2010. Lo que vino después, todos lo conocemos: la construcción acelerada de lo que el Parlamento europeo definió la semana pasada como una “autocracia electoral”. Ese sería el modelo más probable para un gobierno Meloni, el primer ejecutivo presidido por una mujer en Italia, que, ironía de la historia, tomaría posesión en el centenario de la marcha sobre Roma.
La derecha podría lograr una mayoría de dos tercios en el Parlamento, lo que les permitiría reformar la Constitución sin tener ni siquiera que convocar un referéndum
Que luego consiga orbanizar Italia sin problemas es otra cuestión: la gente repite con una mezcla de naiveté y optimismo que las instituciones democráticas son más sólidas en Roma que en Budapest. Puede ser, pero no pondría la mano en el fuego. Ahora bien, albergaría pocas dudas sobre el hecho de que Hungría es el modelo al cual Meloni mira. Vale la pena recordar que tanto Hermanos de Italia como la Liga votaron en contra del informe sobre Hungría del Parlamento europeo antes citado. Incluso un dirigente del ala supuestamente moderada y pragmática de la Liga, el presidente del Friuli Venecia-Julia, Massimiliano Fedriga, ha afirmado que Hungría es hoy en día una democracia plena y que basta con pasear entre Buda y Pest para darse cuenta. ¿Qué puede salir mal? A este escenario, que llamaremos orbanato, en honor, no hace falta explicarlo, al déspota encerrado en su castillo con vistas al Danubio, le damos el 15% de opciones.
Si habéis hecho ya las cuentas, queda un 70% de posibilidades. Es evidente que si tuviera que apostar mi sueldo en una casa de apuestas elegiría esta opción, que llamaremos jaroslawato, en honor a Jaroslaw Kaczinski, el líder del partido de ultraderecha polaco Ley y Justicia. La derecha ganaría por goleada y dispondría de una cómoda mayoría parlamentaria, digamos 220-240 diputados (sobre 400) y 110-130 senadores (sobre 200), pero no llegaría a la mayoría de dos tercios. Se formaría un gobierno presidido casi seguramente por Meloni que aguantaría hasta el final de la legislatura, salvo que un meteorito impactase en la tierra, posibilidad que no podemos descartar, visto lo visto en el último bienio entre pandemia y guerras. Aún más que en el orbanato, Meloni y los suyos se preocuparían por moderar el tono, lo que de hecho, excepto en algún momento, han ido haciendo en los últimos dos meses, e incorporarían en el ejecutivo figuras que en la agenda tienen los números de teléfono de alguien en Bruselas, Washington y el palacio del Quirinale, sede de la presidencia de la República. Por ejemplo, el exministro berlusconiano Giulio Tremonti, o el expresidente del Senado en los tiempos dorados del Cavaliere, Marcello Pera, ambos candidatos en cuota de Hermanos de Italia, por cierto. Quizás algún diplomático o exembajador para Exteriores e incluso el actual ministro de Economía y mano derecha de Draghi, Daniele Franco, que garantizaría, por así decirlo, que no hubiera grandes cambios en lo que atañe a las cuentas italianas y a la aplicación del Plan de Recuperación postpandémico, tema de enorme preocupación en Bruselas, ya que Roma es el mayor beneficiario del Next Generation EU.
Más allá de la antigua amistad de Berlusconi con Putin y de la rusofilia exacerbada de Salvini, sería un gobierno firmemente atlantista que seguiría enviando armas a Ucrania y apoyaría el esfuerzo bélico de Kiev. Se debate mucho en la prensa italiana estos días sobre las divergencias en temas de política exterior entre Meloni y sus dos socios. No cabe duda de ello, pero, en primer lugar, Berlusconi valdrá como un dos de bastos tras el 25S: su partido ya se ha disuelto en la práctica –casi todos se han subido a los carros de Salvini, Meloni o Calenda y Renzi– y si supera el 7%, en la villa de Arcore descorcharán botellas de Moët & Chandon como si no hubiese un mañana. En segundo lugar, Salvini está en la cuerda floja y tendrá poco margen de maniobra. La Liga podría incluso bajar del 10% –en ese caso al ya ex Capitano lo echarían de la secretaría del partido en tres, dos, uno…– o, si le va bien, quedarse con un 13-15%, frente a Meloni con el 28-30% y, no se lo pierdan, con Hermanos de Italia, primer partido de la coalición en las regiones del norte, históricos baluartes del liguismo. Posiblemente, a Salvini no le darán ni un ministerio en el nuevo gobierno y tendrá que quedarse calladito. Más allá de alguna de sus payasadas o declaraciones provocadoras, seguiría la línea marcada por Meloni y los suyos.
Mirando a Varsovia
El Gobierno de Meloni impulsaría una retórica ultranacionalista chabacana y pisaría el acelerador con el tema del soberanismo. Se definiría europeísta, qué duda cabe –lo de ser europeísta es ya una coletilla utilizada por cualquiera–, pero haría eje en Bruselas con Budapest y Varsovia para frenar cualquier intento de mayor integración europea. Pediría una reforma de la UE y la devolución de competencias a los Estados nacionales, tiraría la cuerda hasta el límite en todo, a partir del gasto público, y podría crear tensiones nada desdeñables en el seno de la Unión. Por otro lado, aprobaría, veremos si con el rodillo o cuidando un poco las formas, políticas de recorte de derechos, como el el aborto, y tendría en el punto de mira al colectivo LGTBI, los migrantes, las mujeres… No desdeñaría tampoco reformas de calado, desde el sistema judicial a reformas constitucionales para convertir Italia en una República presidencialista.
Hillary Clinton no ha hablado de “semifascismo” en relación a Meloni, al contrario, ha dicho que siempre es una buena noticia que una mujer rompa el techo de cristal
Dirán que quizás soy pesimista. Puede ser. Las percepciones son lo que son. Y son algo subjetivo. Sin embargo, apuesto claramente por el escenario polaco, no solo por lo que apuntan todos los sondeos –que siempre debemos tomar con pinzas–, sino también por una serie de señales bastante claras al respecto. En los “palacios”, los de Roma, los de Bruselas y los de Washington, diría que todos dan por descontado que Meloni liderará el gobierno tras el 25S. Y se están preparando para evitar un nuevo Budapest. Draghi se presenta como una especie de “lord protector”, en palabras de Rino Formica, de Meloni. En síntesis, si te portas bien, le está diciendo Supermario, es decir, si respetas el compromiso euro-atlántico y aplicas el Plan de Recuperación tal y como está, no habrá problemas. Hillary Clinton, de paso por el Festival de cine de Venecia, no habló de “semifascismo” en relación a Meloni, aunque la líder de Hermanos de Italia tenga relaciones estrechas con el trumpismo: al contrario, dijo que siempre es una buena noticia que una mujer rompa el techo de cristal. Manfred Weber, líder del PPE, ha dado su imprimátur a la coalición de derecha italiana y Alfredo Urso, dirigente de Hermanos de Italia, ha sido recibido recientemente en Kiev y en Washington.
Primero, no pierdan de vista que, desde hace un año, los populares en Europa desdeñan cada vez menos el apoyo de los Conservadores y Reformistas Europeos, el grupo presidido justamente por Meloni, que cuenta con los polacos de Ley y Justicia, Hermanos de Italia, Vox y los Demócratas de Suecia. No es casualidad que los Moderados en Estocolmo hayan tirado a la papelera de la historia el cordón democrático frente a los ultras y se están preparando para gobernar conjuntamente o con su apoyo externo. Y, segundo, la guerra en Ucrania lo ha cambiado todo o, como mínimo, ha acelerado una serie de dinámicas. Mientras Hungría, donde Orbán sigue sellando acuerdos con Putin –véase lo de la central nuclear de Packs– y se permite el lujo de criticar a Zelensky tras la última victoria electoral, acaba de ser tachada de “autocracia electoral” y podría dejar de recibir los fondos europeos –tanto los estructurales como los del Next Generation–, Polonia ha pasado de ser un paria a un buen aliado. Aunque no ha habido marcha atrás en muchas medidas aplicadas en los últimos siete años y solo tímidas declaraciones en cuestiones cruciales, como la independencia de la magistratura, Varsovia ya recibe los fondos europeos y no hay ninguna señal de que se vaya a intentar aplicarle el artículo 7 del Tratado de la UE de nuevo. ¿Por qué con Italia debería pasar algo distinto? Siempre que no se ponga en duda el compromiso atlántico y no se monte algún lío demasiado gordo…
La noche del próximo domingo veremos hacia dónde irá el país transalpino. Brighellata, arlecchinata, orbanato o jaroslawato. Apuesto por lo último, el escenario polaco. Si es así, prepárense porque vendrán tiempos aciagos.
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*Profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de ‘Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla’ (Siglo XXI de España, 2021).