La Seguridad Es Indivisible y la Historia Importa

Por Jeffrey D. Sachs* – Sur y Sur*

Carta abierta de Jeffrey Sachs al caciller alemán Friedrich Merz.

Canciller Merz,

Usted ha hablado repetidamente de la responsabilidad de Alemania en la seguridad europea. Esa responsabilidad no puede cumplirse con eslóganes, memoria selectiva o la normalización constante del discurso bélico. Las garantías de seguridad no son instrumentos unidireccionales. Funcionan en ambos sentidos.

No se trata de un argumento ruso, ni estadounidense, sino de un principio fundamental de la seguridad europea, explícitamente recogido en el Acta Final de Helsinki, el marco de la OSCE y décadas de diplomacia de posguerra.

Alemania tiene el deber de abordar este momento con seriedad y honestidad históricas. En ese sentido, la retórica y las decisiones políticas recientes se quedan peligrosamente cortas.

Desde 1990, las principales preocupaciones de Rusia en materia de seguridad han sido repetidamente desestimadas, diluidas o directamente violadas, a menudo con la participación activa o la aquiescencia de Alemania. Este historial no puede borrarse si se quiere poner fin a la guerra en Ucrania, y no puede ignorarse si Europa quiere evitar un estado permanente de confrontación.

Al final de la guerra fría, Alemania dio a los líderes soviéticos y luego rusos garantías repetidas y explícitas de que la OTAN no se expandiría hacia el este. Estas garantías se dieron en el contexto de la reunificación alemana. Alemania se benefició enormemente de ellas.

La rápida unificación de su país —dentro de la OTAN— no habría tenido lugar sin el consentimiento soviético basado en esos compromisos. Pretender ahora que esas garantías nunca importaron, o que fueron meras observaciones casuales, no es realismo. Es revisionismo histórico.

En 1999, Alemania participó en el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN, la primera gran guerra librada por la OTAN sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. No se trató de una acción defensiva. Fue una intervención que sentó un precedente y alteró fundamentalmente el orden de seguridad posterior a la guerra fría. Para Rusia, Serbia no era una abstracción. El mensaje era inequívoco: la OTAN utilizaría la fuerza fuera de su territorio, sin la aprobación de la ONU y sin tener en cuenta las objeciones rusas.

En 2002, Estados Unidos se retiró unilateralmente del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, piedra angular de la estabilidad estratégica durante tres décadas. Alemania no planteó ninguna objeción seria. Sin embargo, la erosión de la arquitectura de control de armas no se produjo en el vacío.

Los sistemas de defensa antimisiles desplegados más cerca de las fronteras de Rusia fueron percibidos acertadamente por Rusia como desestabilizadores. Desestimar esas percepciones como paranoia fue propaganda política, no diplomacia sensata.

En 2008, Alemania reconoció la independencia de Kosovo, a pesar de las advertencias explícitas de que esto socavaría el principio de integridad territorial y sentaría un precedente que repercutiría en otros lugares. Una vez más, las objeciones de Rusia fueron descartadas como mala fe en lugar de tomarse en serio como preocupaciones estratégicas.

La presión constante para ampliar la OTAN a Ucrania y Georgia —declarada formalmente en la Cumbre de Bucarest de 2008— cruzó la línea roja más clara, a pesar de las objeciones vociferantes, claras, consistentes y repetidas planteadas por Moscú durante años. Cuando una gran potencia identifica un interés de seguridad fundamental y lo reitera durante décadas, ignorarlo no es diplomacia. Es una escalada deliberada.

El papel de Alemania en Ucrania desde 2014 es especialmente preocupante. Berlín, junto con París y Varsovia, negoció el acuerdo del 21 de febrero de 2014 entre el presidente Yanukóvich y la oposición, un acuerdo destinado a detener la violencia y preservar el orden constitucional. En cuestión de horas, ese acuerdo se derrumbó.

Le siguió un derrocamiento violento. Surgió un nuevo Gobierno por medios extracontitucionales. Alemania reconoció y apoyó inmediatamente al nuevo régimen. El acuerdo que Alemania había garantizado fue abandonado sin consecuencias.

El acuerdo Minsk II de 2015 debía ser la solución correctiva, un marco negociado para poner fin a la guerra en el este de Ucrania. Alemania volvió a actuar como garante. Sin embargo, durante siete años, Ucrania no aplicó el acuerdo Minsk II. Kiev rechazó abiertamente sus disposiciones políticas. Alemania no las hizo cumplir. Desde entonces, antiguos líderes alemanes y europeos han reconocido que Minsk se trató menos como un plan de paz que como una medida de contención. Esa sola admisión debería obligar a un ajuste de cuentas.

En este contexto, los llamamientos a más armas, a una retórica más dura y a una «determinación» cada vez mayor suenan huecos. Piden a Europa que olvide el pasado reciente para justificar un futuro de confrontación permanente.

Basta ya de propaganda. Basta ya de infantilizar moralmente a la opinión pública. Los europeos son perfectamente capaces de comprender que los dilemas de seguridad son reales, que las acciones de la OTAN tienen consecuencias y que la paz no se consigue fingiendo que las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad no existen.

La seguridad europea es indivisible. Ese principio significa que ningún país puede reforzar su seguridad a expensas de otro sin provocar inestabilidad. También significa que la diplomacia no es apaciguamiento y que la honestidad histórica no es traición.

Alemania lo entendió en su día. La Ostpolitik no era debilidad, sino madurez estratégica. Reconocía que la estabilidad de Europa depende del compromiso, el control de armas, los lazos económicos y el respeto por los intereses legítimos de Rusia en materia de seguridad.

Hoy, Alemania necesita volver a esa madurez. Dejen de hablar como si la guerra fuera inevitable o virtuosa. Dejen de externalizar el pensamiento estratégico a los argumentos de la alianza. Empiecen a comprometerse seriamente con la diplomacia, no como un ejercicio de relaciones públicas, sino como un esfuerzo genuino por reconstruir una arquitectura de seguridad europea que incluya, en lugar de excluir, a Rusia.

Una arquitectura de seguridad europea renovada debe comenzar con claridad y moderación. En primer lugar, requiere un fin inequívoco de la ampliación de la OTAN hacia el este: a Ucrania, a Georgia y a cualquier otro Estado a lo largo de las fronteras de Rusia.

La expansión de la OTAN no era una característica inevitable del orden posterior a la guerra fría; fue una decisión política, tomada en violación de las solemnes garantías dadas en 1990 y llevada a cabo a pesar de las repetidas advertencias de que desestabilizaría Europa.

La seguridad en Ucrania no vendrá del despliegue avanzado de tropas alemanas, francesas u otras tropas europeas, que solo afianzarían la división y prolongarían la guerra. Vendrá a través de la neutralidad, respaldada por garantías internacionales creíbles.

El registro histórico es inequívoco: ni la Unión Soviética ni la Federación Rusa violaron la soberanía de los Estados neutrales en el orden de la posguerra, ni Finlandia, ni Austria, ni Suecia, ni Suiza, ni otros. La neutralidad funcionó porque abordaba las preocupaciones legítimas de seguridad de todas las partes. No hay ninguna razón seria para pretender que no puede volver a funcionar.

En segundo lugar, la estabilidad requiere desmilitarización y reciprocidad. Las fuerzas rusas deben mantenerse alejadas de las fronteras de la OTAN, y las fuerzas de la OTAN —incluidos los sistemas de misiles— deben mantenerse alejadas de las fronteras de Rusia. La seguridad es indivisible, no unilateral. Las regiones fronterizas deben desmilitarizarse mediante acuerdos verificables, no saturarse con más y más armas.

Las sanciones deben levantarse como parte de un acuerdo negociado; no han logrado traer la paz y han infligido graves daños a la propia economía europea.

Alemania, en particular, debe rechazar la confiscación imprudente de los activos estatales rusos, una violación descarada del derecho internacional que socava la confianza en el sistema financiero mundial. Revivir la industria alemana mediante un comercio legal y negociado con Rusia no es una capitulación. Es realismo económico. Europa no debe destruir su propia base productiva en nombre de una postura moral.

Por último, Europa debe volver a los fundamentos institucionales de su propia seguridad. La  Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), y no la OTAN, debe volver a ser el foro central para la seguridad europea, el fomento de la confianza y el control de armas. La autonomía estratégica de Europa significa precisamente esto: un orden de seguridad europeo configurado por los intereses europeos, no una subordinación permanente al expansionismo de la OTAN.

Francia podría ampliar acertadamente su disuasión nuclear como paraguas de seguridad europeo, pero solo en una postura estrictamente defensiva, sin sistemas desplegados que amenacen a Rusia.

Europa debería presionar urgentemente para que se vuelva al marco del INF y se entablen negociaciones exhaustivas sobre el control estratégico de las armas nucleares en las que participen Estados Unidos y Rusia y, con el tiempo, China.

Y lo que es más importante, canciller Merz, aprenda historia y sea honesto al respecto. Sin honestidad, no puede haber confianza. Sin confianza, no puede haber seguridad. Y sin diplomacia, Europa corre el riesgo de repetir las catástrofes de las que dice haber aprendido.

La historia juzgará lo que Alemania decide recordar y lo que decide olvidar. Esta vez, deje que Alemania elija la diplomacia y la paz, y cumpla su palabra.

Atentamente,

Jeffrey D. Sachs

*Jeffrey D. Sachs, profesor universitario, director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, donde dirigió el Instituto de la Tierra desde 2002 hasta 2016. También es presidente de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas

*Artículo originalmente publicado en Berliner Zeitung.