Los Ultras Toman el Poder con la Complicidad de la Derecha Democrática

Por José Antonio Gómez* – Diario Sabemos

Los últimos movimientos en Bruselas demuestran que el centro derecha son un síntoma visible de una normalización de los ultras que se disfraza de pragmatismo pero que esconde la rendición ante el miedo al crecimiento del populismo.

Durante años, la política europea se sostuvo sobre un pacto tácito: el centroderecha podía virar a la derecha más conservadora o neoliberal, pero jamás tanto como para romper el cordón sanitario que lo separaba de los ultras. Ese dique, defendido con celo desde la posguerra mundial, parecía una pieza estructural del continente tanto como el euro o el mercado único. Sin embargo, en el nuevo Parlamento Europeo surgido en 2024, ese dique ha empezado a ceder, no con un estruendo, sino con un crujido apenas audible: votaciones técnicas, enmiendas discretas, negociaciones de pasillo. Allí, en ese territorio gris donde se fragua la política real, se ha puesto en marcha un desplazamiento tectónico: la absorción paulatina del centro-derecha por parte de la extrema derecha populista.

Lo que ocurrió la semana pasada, es decir, la cooperación entre el Partido Popular Europeo (PPE) y los grupos ultraderechistas para recortar regulaciones ambientales, no es un episodio aislado. Es el síntoma más visible de una normalización que avanza por etapas, disfrazada de pragmatismo legislativo. La extrema derecha, décadas confinada a las orillas del sistema, ha encontrado su oportunidad no en una victoria ideológica, sino en un contexto perfecto: una derecha tradicional debilitada, una opinión pública cansada y unas élites conservadoras obsesionadas con recuperar a los votantes que sienten que han perdido.

Los populistas europeos lo saben y han leído la coyuntura con precisión clínica. Como explica el jefe de bancada de los Patriotas, Anders Vistisen, ahora que el cordón sanitario “ha caído”, existe espacio para mayorías alternativas dispuestas a revisar el Pacto Verde, endurecer políticas migratorias, flexibilizar normas agrícolas y recortar lo que describen como “cargas burocráticas”. No son propuestas marginales: son los cimientos de buena parte del proyecto europeo de las últimas dos décadas.

El PPE niega negociación alguna. Su portavoz insiste en que todo responde a posiciones propias, no pactadas. Pero esa negación recuerda a quien asegura que no ha roto la dieta mientras guarda, en la papelera, el envoltorio de la chocolatina. Según los Patriotas, la cooperación existe “con bastante frecuencia” y va por delegaciones nacionales: los conservadores alemanes, quizás por memoria histórica más firme, se resisten; otros, especialmente del sur y del este, muestran menos reparos.

El mecanismo es conocido: el grupo Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) hace de puente, suaviza las aristas, traslada posiciones, actúa como un “caballo de Troya” que permite a la extrema derecha influir sin mancharse demasiado. El resultado es que cuestiones que antes se debatían entre centristas ahora se deciden entre facciones de derecha, con el centro-izquierda reducido a mero espectador.

Este reposicionamiento no sólo afecta al clima o la agricultura. La migración, el campo donde la extrema derecha ha construido su identidad política, es el gran premio. A final de año se votará una normativa que permite deportaciones a terceros países considerados “seguros”. El PPE sabe que tendrá dificultades para sumar a liberales y socialdemócratas. Y los Patriotas lo saben también: quieren un texto más duro, redactado con las huellas digitales del populismo. Si el PPE lo acepta, sería la primera cooperación pública, oficial, y no sólo técnica. La línea roja se convertiría así en un recuerdo.

En automoción, la alianza ya está prácticamente sellada. El PPE alemán quiere derogar la prohibición del motor de combustión en 2035, promesa estrella de su campaña; la extrema derecha, cuyo discurso pivota en torno al rechazo al “ecologismo elitista”, ofrece los votos. En tecnología, la nueva ley digital podría avanzar con apoyo de la ultraderecha ante el rechazo socialista y liberal. En agricultura, la aritmética parlamentaria anticipa una PAC más laxa, más subvencionadora, menos verde.

En todos estos expedientes se repite el mismo patrón: el centro-derecha se convence de que “sólo son áreas puntuales”, “sólo coincidencias temáticas”, “sólo ajustes técnicos”. Pero las democracias raramente se erosionan de forma abrupta; lo hacen cuando quienes deben defender el centro se convencen de que pueden utilizar los instrumentos del populismo sin contaminarse.

Europa no está sólo ante una toma del poder por la extrema derecha; está ante algo más sutil y posiblemente más decisivo: su progresiva normalización. El PPE no cambia de discurso, pero cambia de aliados; no renuncia a Europa, pero renuncia a defender algunas de sus premisas más reconocibles; no abraza el populismo, pero deja que éste marque la agenda.

Es la derecha que se devora a sí misma. No ocurre en las grandes declaraciones, sino en los borradores que circulan por Telegram, en las negociaciones que nadie quiere reconocer. Una erosión por dentro, realizada no por los radicales, sino por quienes creen que pueden controlarlos. La historia europea es elocuente sobre cómo suelen acabar esas apuestas.

Si el centro-derecha continúa cediendo a la presión populista para no perder relevancia electoral, el verdadero riesgo no es que la extrema derecha llegue al poder. Es que lo haga sin necesidad de ganar. Europa ha visto peores tormentas. Pero pocas veces ha visto una tan silenciosa.

*José Antonio Gómez, Director de Diario Sabemos. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos «Gobernar es repartir dolor», «Regeneración», «El líder que marchitó a la Rosa», «IRPH: Operación de Estado» y de las novelas «Josaphat» y «El futuro nos espera».