Melissa: el Rugido del Cambio Climático

Por Andrés Hernández Alende* – Mundiario

La devastación que dejó tras de sí el huracán Melissa en Jamaica y el oriente de Cuba no fue fruto del azar ni de un capricho meteorológico excepcional.

El huracán Melissa arrasó Jamaica con la furia de un monstruo marino. Golpeó la isla caribeña tras alcanzar la categoría 5, con vientos de casi 300 kilómetros por hora, y luego azotó el oriente de Cuba como categoría 3, dejando a su paso destrucción, apagones y miles de damnificados.

Los meteorólogos señalaron la rapidez con que el huracán se hizo más intenso antes de tocar tierra. El fenómeno de la rápida intensificación de los ciclones es un fenómeno cada vez más frecuente en el Caribe. Y tiene su explicación.

El efecto del calentamiento global

Las aguas del mar estaban más de un grado y medio por encima de su temperatura habitual. Esa diferencia puede parecer pequeña, pero es suficiente para fortalecer velozmente un huracán hasta convertirlo en una amenaza descomunal. Según la organización científica Climate Central, esa subida de la temperatura del mar fue “600 a 700 veces más probable” debido al cambio climático, un cambio provocado por la actividad humana. Puede decirse que si no hubiera calentamiento global, es muy posible que Melissa no hubiera alcanzado un poder devastador de semejante magnitud.

Los científicos han advertido repetidamente que los océanos, que absorben más del 90 por ciento del calor adicional generado por las emisiones de gases de efecto invernadero, están alcanzando temperaturas récord año tras año. Y ese calor acumulado se convierte en el combustible perfecto para huracanes como Melissa.

Hay otro aspecto en las consecuencias de estos fenómenos climáticos destructivos que no debemos ignorar. Jamaica, Cuba y otras naciones del Caribe están en la primera línea del embate de los huracanes. Sin embargo, estos países producen una fracción mínima de las emisiones que están calentando el planeta. Por lo tanto, están pagando los efectos de una crisis del clima que no han causado. Mientras en los países industrializados se discuten objetivos y medidas para detener o paliar el cambio climático, sin que hasta ahora se haya avanzado gran cosa, en las naciones pobres del Caribe la gente puede perder viviendas, cultivos y medios de vida en pocas horas bajo el embate de un ciclón.

La desigualdad climática, por supuesto, es injusta. Las comunidades pobres tienen menos recursos para protegerse, para evacuar a personas en peligro, y para reconstruir después del paso de un huracán. El costo humano es enorme: vidas truncadas, desplazamientos de gente que se queda sin techo, una recuperación penosamente lenta. El azote de Melissa revela –como en tantos otros episodios de devastación– la fragilidad de un modelo económico que ha causado profundas e intolerables desigualdades sociales y que, encima, destruye al planeta –el único que tenemos– por el afán de seguir usando combustibles fósiles. Un modelo que favorece la insaciable ambición de unos pocos, inmensamente ricos, frente a la precariedad de la mayoría. El embate de Melissa debería ser una llamada de atención, no solo para las islas que sufrieron su paso, sino para el mundo entero.

La crisis del clima ya está aquí

El cambio climático no es una pesadilla del futuro: ya está aquí, visible en las olas que inundaron el litoral de Jamaica y la costa sur del oriente de Cuba, en las viviendas destruidas y los techos arrancados en Kingston y Santiago. Y no hay que engañarse: si el calentamiento global no cede, las próximas décadas traerán más huracanes de alto poder destructivo, más lluvias torrenciales y más daños si no reducimos drásticamente las emisiones que están calentando la atmósfera.

Melissa debe servirnos de advertencia ante un cambio climático que la actividad humana ha provocado. Si no escuchamos el rugido de ese fenómeno y tomamos por fin medidas urgentes, eficaces y salvadoras, en las costas del Caribe, y en muchos otros lugares del planeta, no habrá refugio seguro frente a la furia del mar y de los vientos.

*Andrés Hernández Alende, periodista, columnista de Munidario. Nacido en Cuba, este escritor y periodista vive en Miami (Florida, EE UU), donde también es colaborador del diario El Nuevo Herald y de la revista Suburbano, al tiempo que mantiene un blog titulado El Blog de Alende. Ha publicado cinco novelas: El paraíso tenía un precio, El Ocaso –entre las cinco finalistas del Premio de Novela de Concurso Latino de 2013–, De un solo tajo, Bajo el ciclón y La espada macedonia. A su obra Trump, ¡estás despedido!: El ascenso y la caída de un magnate en la Casa Blanca (Mundiediciones) le dio continuidad con el libro Biden y el legado de Trump, también del sello editorial de este periódico.