Mijaíl Gorbachov: el último estadista

Por Roberto Savio*- MEER

Fallece a sus 91 años el último presidente de la URSS

Con la muerte de Mijaíl Gorbachov, desaparece el último gran estadista y toda una época.

Tuve el privilegio de trabajar con él, como subdirector del Foro Político Mundial, que Gorbi había fundado en Turín en 2003, con un acuerdo de sede con la Región del Piamonte. El Foro reunió a personalidades de todo el mundo para debatir lo que estaba ocurriendo. Los mayores protagonistas internacionales, de Kohl a Mitterrand, de Jaruzelski a Oscar Arias, discutirían con franqueza su papel y sus errores.

Siempre recordaré un FPM en 2007, en el que Gorbachov recordó a los presentes que había acordado en una reunión con Kohl, retirar el apoyo al régimen de Alemania Oriental, a cambio de una garantía de que las fronteras de la OTAN no se moverían más allá de la Alemania reunificada. Y Kohl respondió, señalando a Andreotti, que estaba presente, que algunos no estaban tan entusiasmados con la idea de volver a crear la mayor potencia de Europa, posición que compartía Thatcher. Andreotti había dicho: «Amo tanto a Alemania que prefiero tener dos». Y la delegación estadounidense reconoció este compromiso, pero se quejó de que el secretario de Estado Baker se había visto superado por los halcones, que querían seguir ampliando la OTAN y apretar a Rusia con una camisa de fuerza. El comentario de Gorbi fue lapidario: «en lugar de cooperar con una Rusia que quería seguir en la senda socialista del norte, os apresurasteis a derribarla, y tuvisteis primero a Yeltsin, que era condicionalmente vuestro».

Pero de Yeltsin nació Putin, que empezó a ver las cosas de una manera completamente diferente.

Gorbachov había cooperado con Reagan para eliminar la Guerra Fría. Es divertido ver cómo la historiografía estadounidense atribuye a Reagan la victoria histórica sobre el comunismo y el fin de la Guerra Fría. Pero sin Gorbachov, la poderosa pero aburrida burocracia soviética habría seguido resistiendo, y seguramente habría perdido el poder. Pero el Muro de Berlín no habría caído, y la ola de libertad en la Europa socialista habría llegado seguramente después del mandato de Reagan.

Tras la reunión de 1986 en Reikiavik quedó claro hasta qué punto Gorbachov tenía la intención, incluso más que Reagan, de avanzar en el camino de la paz y el desarme. Gorbachov propuso a Reagan la eliminación total del armamento atómico. Reagan dijo que, debido a la diferencia horaria, consultaría a Washington más tarde. Cuando ambos se reunieron a la mañana siguiente, Reagan le dijo que Estados Unidos proponía la eliminación del 40% de las cabezas nucleares. Y Gorbachov le contestó: «si no puedes hacer más, empecemos así. Pero les recuerdo que ahora podemos destruir el planeta y la humanidad cientos de veces». El tiempo demostraría que el desarme nuclear de Rusia era ciertamente de interés para Estados Unidos si el secretario de Defensa Weinberg, que llegó a amenazar con su dimisión, hubiera sido capaz de mirar a largo plazo.

Yeltsin hizo todo lo posible para humillar a Gorbachov, para sustituirlo. Le despojó de todas las pensiones, de todas las prebendas: guardaespaldas, coche de Estado, y le hizo abandonar el Kremlin en cuestión de horas. Pero con Putin se convirtió prácticamente en un enemigo del pueblo. La propaganda contra él fue burda, pero eficaz. Gorbachov había presidido el fin de la Unión Soviética «la gran tragedia», y había creído a Occidente. Ahora la URSS estaba rodeada por la OTAN, y Putin se vio obligado, en nombre de la historia, a recuperar al menos parte del gran poder que Gorbachov había dilapidado.

Los que habían estado al lado de Gorbachov desde la llegada de Yeltsin vieron cómo el anciano estadista, que había cambiado el curso de la historia, sufría profundamente al ver el rumbo que estaba tomando. Por supuesto, la prensa prefirió ignorar la profunda corrupción de la era Yeltsin, que costó terribles sacrificios al pueblo ruso. Bajo el mandato de Yeltsin, un equipo de economistas estadounidenses promulgó decretos que privatizaban toda la economía rusa, con un inmediato colapso del valor del rublo y de los servicios sociales. La esperanza de vida media retrocedió diez años de golpe. Me causó una gran impresión descubrir que mi desayuno por la mañana en el hotel costaba tanto como una pensión media mensual. Era muy triste ver a tantas ancianas vestidas de negro vendiendo sus pocas y pobres pertenencias en la calle.

Al mismo tiempo, algunos funcionarios del partido, amigos de Yeltsin, compraban a precios de ganga las grandes empresas estatales puestas a la venta. Pero, ¿cómo lo hicieron, en una sociedad donde no había ricos? Giulietto Chiesa lo documentó en una investigación en La Stampa de Turín.

Bajo la presión de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional concedió un préstamo de emergencia de cinco mil millones de dólares (en 1990) para estabilizar el dólar. Estos dólares nunca llegaron al Banco Central ruso, ni el FMI planteó ninguna pregunta. Se repartieron entre los futuros oligarcas, que de repente se encontraron fabulosamente millonarios. Cuando Yeltsin tuvo que dejar el poder, buscó un sucesor que le garantizara a él y a sus compinches la impunidad. Uno de sus asesores le presentó a Putin, diciéndole que podía domar la revuelta en Chechenia. Y Putin aceptó con una condición: que los oligarcas nunca se involucraran en la política. Uno de ellos. Khdorkowski, no respetó el pacto y abrió un frente de oposición a Yeltsin. Conocemos su destino: despojado de todos sus bienes y encarcelado. Fue la única aparición de un oligarca en la política.

Gorbachov es el último estadista. Con la llegada de la Liga a Turín, el acuerdo para acoger el Foro Político Mundial fue, para su sorpresa, cancelado. El Foro se trasladó a Luxemburgo y luego la Fundación Italianos en Roma se hizo cargo de algunas de sus actividades en materia de medio ambiente. La mano derecha de Gorbachov, Andrei Gracev, portavoz de Gorbi en el PCUS y en la transición a la democracia, un brillante analista, se trasladó a París, donde es el punto de referencia para los debates sobre Rusia. Gorbi, enfermo de diabetes, vivió la guerra de Ucrania como un drama personal: su madre era ucraniana. Se retiró a un hospital bajo estrecha vigilancia donde finalmente murió. La era de los estadistas ha terminado, también la de los debates de los grandes protagonistas de la historia.

Después de Gorbachov, los políticos perdieron la dimensión de estadistas. Poco a poco han ido retrocediendo a las exigencias del éxito electoral, a la política de corto plazo, a dar carpetazo a los debates de ideas, y en su lugar no recurren a la razón, sino a los instintos de los votantes. Instintos que se despiertan y se conquistan, incluso por una implacable campaña de noticias falsas. Una escuela que Trump ha conseguido exportar al mundo, desde el voto constitucional en Chile el 4 de septiembre, a Bolsonaro, a Marcos, a Putin y, en consecuencia, a Zelenski. Y me encuentro escribiendo mi amargura, mi desánimo, no sólo por la muerte de uno de mis mentores (como fue Aldo Moro) sino por una época que ya parece definitivamente acabada: la de la Política con mayúsculas, capaz de sacudir el mundo que encontraba, con grandes riesgos y con los grandes objetivos de la Paz y la Cooperación Internacional. Y escribir verdades incómodas, conocidas por pocos, que serán inmediatamente sepultadas por las intervenciones hostiles y el ridículo. Andrei tenía razón cuando me dijo hace poco por teléfono: «Roberto, mi error y el tuyo es haber sobrevivido a nuestra época. También tengamos cuidado, porque acabaremos siendo un estorbo…».~

Ir al original: https://www.meer.com/es/70670-mijail-gorbachov-el-ultimo-estadista

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*Presidente de Other News, el ítalo-argentino Roberto Savio es economista, periodista, experto en comunicación, comentarista político, activista por la justicia social y climática y defensor de una gobernanza global anti neoliberal. Director de relaciones internacionales del Centro Europeo para la Paz y el Desarrollo. Cofundador, en 1964, y actual  presidente Emérito, de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS), que dirigió durante más de cuatro décadas.

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Recomendamos también la lectura de un interesante análisis de Federico Fasano sobre el tema:

Gorbachov, un estadista valiente, imaginativo  e ingenuo que dio un golpe de timón a la historia

Por Federico Fasano Mertens*

Los dos certeros y documentados análisis sobre la peripecia política y personal de Gorbachov publicados en Other News, bajo las firmas de Federico Mayor Zaragoza y Roberto Savio, con los cuales en este tema, tengo la mayor de las coincidencias pero algún matiz diferenciador, me llevaron a exponer esos matices, cuya ausencia expositiva a mi modo de ver dejan incompleta la visión del estadista.

¿Fue Gorbachov un estadista sorprendente, un ingenuo irredento o un traidor del socialismo soviético que lo designó Secretario General del partido fundado por Lenin e infectado por Stalin?

No soy de los que lo consideran un renegado de ese sueño milenario de justicia e igualdad. Tampoco le niego su condición de estadista, valiente e imaginativo. Pero si habría que arriesgar una definición, no dudaría en identificarlo como un estadista colosal donde prevaleció  su inexplicable ingenuidad.

El hombre que cambió el mundo de su época y terminó con la guerra fría y la real posibilidad de una guerra nuclear vociferada por la amenazante dupla Reagan-Tatcher, continuada por George Bush, fue el gran derrotado de la historia. Creyó  ingenuamente en la palabra del líder de la ¨guerra de las galaxias¨ Ronald Reagan, el cómplice y a la vez prisionero del  complejo industrial-militar de los EE.UU, donde la palabra paz tiene el mismo efecto que una kriptonita en la humanidad de Clark Kent. Y sobre todo creyó en la palabra de otro gran belicista mundial, George Bush, quien en 1990 acordó con Gorbachov que los países que integraban la URSS no se incorporarían a la OTAN, rodeando sus fronteras.

No fue un traidor. Su perestroika y su glóstnost fueron construidas para acelerar el estancado desarrollo económico de la URSS y el bienestar de su pueblo. Y para ello, en aras de la paz, acordó con Reagan y su pandilla, reglas del juego pacifistas, respetuosas y racionales entre los dos bloques. Y así le fue.

La paloma fue devorada por el halcón. Ni siquiera respetaron los acuerdos de Helsinki, ni el Tratado de París de noviembre de 1990 donde tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia acordaron la Carta para una Nueva Europa en la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación europea.  

Diseñaron el desmembramiento de la URSS, y aprovecharon el fin del Pacto de Varsovia para rodear las fronteras rusas, ensanchando la OTAN en contra de todo lo acordado. Fue así que 12 Repúblicas del bloque soviético se incorporaron a la OTAN sumándose a las 16 Naciones existentes, alcanzando la OTAN la impensada cifra de 28 países bajo su dominio, con tres millones y medio de efectivos militares, el 51% del total del gasto militar mundial, con centenares de bombas nucleares ubicadas en distintas bases aéreas de Europa. Solo EE.UU. depositó 200 bombas nucleares en bases alemanas, belgas, holandesas, italianas y turcas. No hay duda que la OTAN al acordar Gorbachov la desaparición del Pacto de Varsovia, se ha convertido en la maquinaria militar más potente del planeta, superando a las fuerzas de China y Rusia y todos sus aliados sumados.
Esta violación de los acuerdos de París y de Helsinki se convirtieron en la causa principal de la actual crisis mundial que enfrenta a EE.UU. y a Europa con la Rusia de Putin.
 
Creían acaso que el autoritario presidente ruso, alejado del comunismo soviético, podía ser engañado como Gorbachov y no tendría más remedio que aceptar que primero uno, después dos y después casi todas las República de la balcanizada Unión Soviética, se incorporaran a la maquinaria bélico-nuclear de la alianza EE.UU.-Europa, estrangulando sus fronteras.

Fueron no una o dos sino 12 países del bloque soviético, armados por potencias nucleares como EE.UU., Reino Unido y Francia, los que se unieron a la OTAN para rodear a la Rusia de Putin. Contémoslos: Albania, Bulgaria, República Checa, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania.

Era desconocer la milenaria peripecia rusa, que viene desde el fondo de la historia desde Pedro el Grande y Catalina II, pasando por Lenín, que inició el proceso para transformar un país feudal y campesino, en la segunda potencia industrial y cultural del planeta Tierra, bajo las banderas del socialismo científico. Luego traicionado por Stalin, héroe de la lucha contra el nazismo y pulmón de la industrialización soviética y al mismo tiempo asesino de Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Bujarin y  toda la estirpe de los revolucionarios de octubre, transformando el sueño del comunismo primitivo en una pesadilla de horrores que sepultaron la utopía.

Y hoy el mundo tiene que vivir la tragedia  de la invasión rusa a Ucrania, país que insiste en violar los acuerdos de París, gobernado por un golpista apoyado por las fuerzas especiales de orientación nazi.

No podemos adjudicarle al ciudadano de Privolni, don Mikhail, esta tragedia, pero la no exigencia de garantías a lo acordado, la ausencia de firmas en el pacto de 1990 con Bush, le otorga su cuota parte de responsabilidad.

El resultado de su proeza estratégica fue el desastre político y social de los pueblos que integraron la Unión Soviética,  donde sus poblaciones, hoy no tienen asegurada, ni la vivienda, ni la educación, ni la alimentación, ni el trabajo. Y donde se llevó a cabo la mayor transferencia de riqueza de una Nación al exterior de sus muros, desde la conquista española de América en 1492. Y donde desde un Estado con ciudadanos mayoritariamente con capacidades económicas igualitarias más allá de los privilegios de la burocracia estalinista, se pasó a un Estado que permitió la creación de una clase plutocrática, que vampirizó la riqueza popular, naciendo de sus entrañas una casta de hipermillonarios que empalidece la voluptuosidad de los antiguos zares.

Y todo esto, dicho por Gorbachov, se hizo  en nombre de la libertad.
De qué libertad estamos hablando en esas Naciones independizadas de la madre Rusia.
La mayoría de esos países hoy están dirigidos por gobiernos represores emocionados por las ideas del Tercer Reich alemán, poderosa maquinaria nazi que la URSS derrotó aportando la sangre, según el propio Gorbachov, de 26.600.000 soviéticos, salvando a la humanidad de ese esperpento. Es bueno recordarlo en estas horas de belicismo extremo.

El trágico error histórico del premio Nobel de la Paz, fue reconocido por el propio Gorbachov en 1991 y recordado en un reciente artículo del ex Secretario General de la Unesco, don Federico Mayor Zaragoza, publicado en Other News. Dijo Gorbachov: ¨…se desmoronó porque un sistema basado en la igualdad se había olvidado de la libertad, ahora también se desmoronará porque basado en la libertad, se olvidó  de la igualdad¨.

Gran lección de la historia que no debemos olvidar y que la partida de ese estadista ingenuo que fue el hombre que cambió un mundo, nos la hace revivir. La paz no se construye solo con buenas intenciones. Se lleva a cabo con los pueblos, con un ojo puesto en la contradicción principal y el otro en la correlación de fuerzas y un tercer ojo en la nuca, para descubrir los objetivos de los enemigos de la vida. Que son muchos y poderosos. Y esconden sus intenciones. No miran a los ojos.

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*Periodista, abogado, experto en Comunicación Social. Nacido en Buenos Aires, ciudadano uruguayo. Fundador de 16 medios de comunicación. Fue director de los diarios uruguayos, Extra, Democracia, De Frente, Ya, El Eco, y La República.  Director de Le Monde Diplomatique en español. Director de las radios uruguayas CX30 Radio Nacional, CX 44 AM Libre, 89.7 FM Libre y de los canales de television Señal 1 y TV Libre y  de semanarios y revistas. Director del diario bilingue¨Terra Viva¨ aunspiciado por la ONU e IPS que cubrió en 1992 en Río de Janeiro, la Conferencia ¨Cumbre de la Tierra¨.