Por Diego Tudares* – Mundiario
La reciente gira del presidente de EE UU por Oriente Próximo, destinada a fortalecer los lazos con las monarquías árabes, ha dejado a Tel Aviv en un segundo plano diplomático y estratégico.
Durante años, Israel ha disfrutado de un trato preferencial por parte de Estados Unidos, cimentado en intereses estratégicos comunes, cooperación en defensa y vínculos culturales y religiosos históricos. Sin embargo, la primera gira del segundo mandato del presidente estadounidense Donald Trump a Oriente Próximo, que no incluye a Tel Aviv en la agenda, ha sido interpretada como un giro pragmático hacia una diplomacia centrada en lo económico, especialmente con las ricas monarquías del Golfo.
La Casa Blanca ha justificado esta omisión como parte de una estrategia beneficiosa para toda la región, incluido Israel. “Tener relaciones como las que tengo con estos países… creo que es muy bueno para Israel”, declaró Trump a los periodistas. El mandatario destacó además el papel de su Administración en la liberación de Edan Alexander, el último rehén estadounidense con vida en Gaza, como prueba de que su acercamiento indirecto sigue dando frutos tangibles a Israel.
El mandatario también aseguró que su Administración debía llevarse la mayor parte del crédito por la liberación, en clara alusión a los comentarios del Gobierno de Benjamín Netanyahu, que atribuyó la operación a la combinación de su presión militar sobre Hamás y a la presión diplomática de Estados Unidos.
A pesar de la justificación sobre los acercamientos con los países árabes, el malestar en Israel es evidente, aunque se expresa con cautela. El primer ministro Netanyahu, presionado por sus socios de coalición más radicales y por la opinión pública israelí cansada de la guerra en Gaza, se ha limitado a agradecer a Trump la liberación del rehén sin comentar la exclusión de su país de la gira. Tampoco lo ha hecho ningún alto funcionario israelí, más allá de un portavoz del Ministerio de Exteriores que, consultado sobre la situación, afirmó escuetamente que la relación con EE UU se gestiona “de forma directa y no a través de los medios”.
La tensión es palpable. Desde antes del viaje, las autoridades israelíes ya mostraban inquietud ante las señales desde Washington: negociaciones con Irán, suspensión de bombardeos contra los hutíes en Yemen y el eventual acuerdo con Hamás para la liberación de rehenes. A ello se suma el reciente levantamiento de sanciones sobre Siria y el llamamiento de Trump a normalizar relaciones con el régimen de Damasco, considerado por Israel como una amenaza directa.
Todo esto ha llevado a voces en los medios israelíes a expresar lo que los diplomáticos no dicen en público. “El Oriente Próximo se está reconfigurando ante nuestros ojos… e Israel permanece, en el mejor de los casos, como un espectador en la periferia”, escribió el comentarista Yoav Limor en el diario Israel Hayom.
El contexto explica parte del distanciamiento. Mientras países como Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos prometen inversiones millonarias en Estados Unidos —incluyendo más de 140.000 millones de dólares en armamento solo desde Riad—, Israel, envuelto en una guerra larga y costosa, continúa dependiendo de los miles de millones en ayuda militar estadounidense que deben ser renegociados en breve. Este desequilibrio económico pesa en la lógica transaccional que caracteriza el segundo mandato de Trump, más orientado a los beneficios tangibles que a los compromisos históricos.
Sin embargo, Trump no ha roto con Israel. Su Administración continúa en los esfuerzos por liberar rehenes en Gaza, con actores como el enviado especial Steve Witkoff que coordina la diplomacia desde Doha y el Consejo de Seguridad Nacional que reitera que la cooperación con Israel en inteligencia y defensa se mantiene firme. Pero también hay señales claras de que Washington quiere un cambio de rumbo en Gaza: menos ofensiva militar y más presión hacia una solución negociada con Hamás.
En ese punto reside quizás la divergencia más profunda. Mientras Netanyahu insiste en continuar hasta la derrota total de Hamás, la Casa Blanca apuesta por poner fin al conflicto, aunque ello implique concesiones difíciles para Israel. Esta diferencia de enfoque refleja no solo una tensión diplomática, sino un potencial reposicionamiento estratégico: Estados Unidos sigue siendo aliado de Israel, pero ahora bajo nuevas condiciones.
La decisión de Trump de privilegiar la agenda comercial y geoestratégica con las potencias del Golfo no implica un abandono de Israel, pero sí representa un reajuste en el orden de prioridades. Para Tel Aviv, acostumbrada a un trato especial, este nuevo escenario plantea desafíos inéditos. Y aunque por ahora predomine el silencio, la pregunta de fondo sigue abierta: ¿puede Israel seguir influyendo en Washington si ya no es el socio más rentable?
*Diego Tudares Rodríguez, colaborador de MUNDIARIO, es abogado egresado de la URBE, aficionado a la política internacional, a los derechos humanos y al medioambiente.


