¿Un nuevo ciclo en Oriente Próximo? Reconocer a Palestina como punto de partida

Por Valeria M. Rivera Rosas* – Mundiario

El gesto de Reino Unido, Australia, Canadá y Portugal trasciende. En realidad, devuelve a la mesa de la política internacional la pesada mochila de la Declaración Balfour y la pregunta que el siglo XXI sigue sin responder: ¿puede existir paz en Oriente Próximo sin un Estado palestino?

La política internacional tiene memoria larga, aunque los actores del presente se empeñen en fingir lo contrario. Que haya sido precisamente Londres —la capital desde la cual se trazaron hace más de cien años las líneas maestras del avispero que hoy es Oriente Próximo— la que lidere ahora una cascada de reconocimientos al Estado palestino no es un detalle anecdótico. Es la confirmación de que, más allá de los matices, la historia siempre vuelve al lugar donde empezó.

El anuncio del primer ministro Keir Starmer no fue un arrebato idealista ni un gesto impulsivo. Al contrario: responde a la lógica fría de un jurista acostumbrado a los matices y a medir cada palabra. Sin embargo, la solemnidad de sus palabras sobre “la responsabilidad moral de actuar” abre un nuevo capítulo en un conflicto enquistado, donde la retórica suele pesar más que los hechos. Y, sin embargo, reconocer formalmente al Estado palestino no es un acto retórico: es un golpe sobre la mesa, con un simbolismo que nadie puede ignorar.

El Reino Unido ha roto así con la tradición de esperar a que el reconocimiento fuese el último paso de un proceso negociado entre Israel y Palestina, un proceso que nunca llegó a consolidarse. Esa narrativa quedó arrasada por la realidad de Gaza: los bombardeos constantes, la hambruna, las cifras de víctimas que desbordan cualquier registro histórico reciente. Ante ese escenario, Londres y sus aliados han decidido que esperar ya no es una opción.

Pero no se trata solo del Reino Unido. Canadá, Australia y Portugal se sumaron en las últimas horas, y Francia lo hará de forma inminente. Antes lo habían hecho España, Noruega e Irlanda.El efecto dominó empieza a tomar cuerpo, y lo que hace unos años era un gesto reservado a gobiernos periféricos se convierte ahora en una corriente central de la diplomacia occidental. Este viraje refleja un hartazgo acumulado: la convicción de que Israel, en manos de un Netanyahu atrincherado en la retórica del “nunca ocurrirá”, no ofrece más que un callejón sin salida.

La respuesta israelí, desafiante y previsible, no sorprende: Netanyahu habla de “recompensa al terrorismo” y amenaza con la anexión de Cisjordania con la bendición de Washington. La derecha israelí lleva tiempo preparándose para ese escenario, y el respaldo de los ministros ultranacionalistas no deja lugar a dudas sobre la dirección en que se mueve su Gobierno. Para ellos, la solución de dos Estados es un espejismo, algo que debe enterrarse cuanto antes.

Sin embargo, lo relevante no está solo en Tel Aviv. También en Ramala, donde Mahmud Abbas aplaudió la decisión como “un paso necesario hacia la paz justa y duradera”. Para la Autoridad Nacional Palestina, debilitada y cuestionada, el reconocimiento internacional ofrece una bocanada de oxígeno político. Pero la paradoja persiste: mientras los reconocimientos diplomáticos se multiplican, la realidad sobre el terreno se deteriora cada día más.

En este contexto, el paso de Reino Unido es, al mismo tiempo, un acto de memoria histórica y una apuesta política. Londres no puede borrar la huella de la Declaración Balfour, ni su papel en el origen del conflicto, pero al menos intenta girar el timón de su propia narrativa. Si hace un siglo la diplomacia británica impulsó la creación de un “hogar judío” sin prever las consecuencias para los habitantes palestinos, hoy reconoce —tarde, pero con resonancia— que el pueblo palestino tiene derecho inalienable a un Estado.

¿Será suficiente? Difícilmente.El reconocimiento no detiene los bombardeos ni garantiza un horizonte de paz. Lo que sí hace es cambiar la ecuación diplomática: coloca a Netanyahu frente a un bloque creciente de países occidentales que ya no aceptan su veto sistemático, y presiona a Washington para que defina hasta dónde llega su respaldo incondicional a Israel.

En el tablero internacional, los gestos cuentan, y este es de los que pesan. Londres ha reabierto una puerta que durante décadas se mantuvo cerrada a cal y canto. Lo que está por ver es si al otro lado hay un camino hacia la paz o simplemente un recordatorio de que, en Oriente Próximo, el pasado siempre vuelve.

*Valeria M. Rivera Rosas, escribe en Mundiario, donde es la coordinadora general. Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, se graduó en la Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín de Venezuela. 

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