Por Boaventura de Sousa Santos*
En cuanto al posible fraude electoral en Venezuela, espero con calma
la decisión del Tribunal Supremo de Justicia. No tengo ninguna razón para
confiar menos en este tribunal que en el Tribunal Supremo de los Estados
Unidos, después de que decretara la impunidad total de los presidentes, en
evidente favor de Donald Trump, o en el Tribunal Supremo de Brasil,
después de que mantuviera en prisión a Lula da Silva sin una sentencia
firme sobre los crímenes por los que fue condenado -injustamente, como
resultó-.
Lo que me impulsa a escribir es la perplejidad que me produce la
sorprendente atención informativa mundial sobre Venezuela, toda ella
guiada por la certeza de que ha habido fraude y de que Nicolás Maduro es
un dictador sanguinario. El genocidio de Gaza parece un episodio de
videojuego comparado con la gravedad de lo que está ocurriendo en
Venezuela. Las crisis en Sudán, Kenia, Tanzania, Nigeria y Guatemala son
triviales comparadas con el horror en Venezuela. Este enfoque global y
políticamente monolítico sobre Venezuela me recuerda a otro reciente
centrado en Ucrania. ¿Estamos ante un nuevo episodio de guerra de
propaganda, parte inherente de la estrategia de cambio de régimen?
Cualquiera que conozca la historia de los EEUU sabe que la defensa
estadounidense de la democracia siempre ha estado subordinada a los
intereses económicos y geopolíticos del país, definidos por las clases,
grupos económicos o élites dominantes del momento. La izquierda
democrática latinoamericana ha tenido una trágica experiencia de ello.
Cabe preguntarse, por tanto, por qué EEUU estan tan interesados en la
defensa de la democracia en Venezuela. En mi opinión, la respuesta es
relativamente obvia. EEUU quieren controlar las mayores reservas
certificadas de petróleo del mundo y cerrar las puertas de América Latina a
China, tal y como ha hecho en Europa.
Como ha sucedido en muchos otros países (más recientemente en
Ucrania en 2014), se trata de una estrategia de cambio de régimen. Dado
que el objetivo es el mencionado, apoya a aquellas fuerzas políticas que
garanticen la salvaguarda de ese objetivo. En Venezuela, dado el fuerte
sentimiento soberanista que se remonta a mucho antes de Hugo Chávez,
esa garantía la dan las fuerzas más extremistas e incluso fascistas de Corina
Machado. Hay otra oposición en Venezuela, alguna antichavista, alguna
formada por chavistas disidentes, democrática, moderada, alguna de
izquierdas, pero nunca se la menciona, porque esa oposición, por muy anti-
Maduro que sea (y lo es), es soberanista. Por lo tanto, no es fiable desde el
punto de vista de los intereses económicos y geoestratégicos de los EEUU.
Hace unos diez años, la situación en Siria era algo similar. Había una
oposición democrática moderada al gobierno de Assad, pero no era esta
oposición la que contaba con el apoyo de la «comunidad internacional».
Eran los extremistas islámicos, y las razones eran las mismas.
Lo específico del caso de Venezuela es el entusiasmo con que parte
de la izquierda democrática latinoamericana se alinea con los EEUU en
esta cruzada. Oficialmente es al revés, es decir, son los EEUU los que
apoyan las iniciativas latinoamericanas, pero la verdad oficial en este
terreno es, en el mejor de los casos, una verdad a medias. Este sector de la
izquierda latinoamericana muestra claramente que la defensa de la
democracia tiene prioridad sobre la defensa de la soberanía. No sólo se
suma al «clamor mundial» sobre el fraude, sino que propone nuevas
elecciones, incluso antes de que el Tribunal Supremo venezolano se haya
pronunciado.
En mi opinión, esta medida es peligrosa e incluso suicida para la
democracia latinoamericana, dado el contexto internacional en el que
estamos entrando. No hace falta ser sociólogo para predecir que el
cuestionamiento de las elecciones en un determinado país y la exigencia de
nuevas elecciones podrían desencadenarse en un futuro próximo, si así lo
requieren los intereses económicos y geoestratégicos de la potencia
dominante en el subcontinente. El abrazo que algunos de los países
fundadores de los BRICS dieron a Nicolás Maduro resultará cada vez más
un abrazo fatal, ya que Rusia, China e Irán (que pronto se unirá a los
BRICS) llevan años en el punto de mira de EEUU.
Otro miembro fundador de los BRICS es Brasil. Si los intereses de
Brasil y EEUU parecen coincidir en la defensa de la democracia, cuesta
creer que ocurra lo mismo con los BRICS. Por mucho que les duela
admitirlo a los brillantes diplomáticos brasileños, desde la perspectiva de
los intereses geopolíticos de EEUU, Brasil significa dos cosas: la
Amazonia y el bloqueo de China en América Latina. En cuanto a esto
último, lo máximo que aceptaran los EEUU es la escisión (y el
consiguiente debilitamiento) de los BRICS, que esperan que pueda
producirse a través de una posible alianza entre Brasil y la India de
Narendra Modi.
Si esto no ocurre, y si es cierto que los intereses económicos y
geopolíticos de EE.UU. siempre prevalecen en esta región, no se puede
descartar que dentro de unos años estemos frente al «clamor internacional»
de fraude en las elecciones brasileñas, exigiendo un recuento de los votos y
posiblemente nuevas elecciones, incluso antes de que las instituciones
nacionales encargadas de certificar las elecciones se hayan pronunciado. El
objetivo siempre será el cambio de régimen. De hecho, esto ya se ha
intentado en Brasil, y de la forma más violenta, el 6 de enero de 2023. Es
poco probable que esto ocurra y, desde lo más profundo de mis
convicciones políticas, espero que nunca ocurra. Lo que me inquieta es que
el procedimiento de poner a un país soberano en la alternativa de repetir
elecciones o de convertirse en un paria internacional esté siendo legitimado
por fuerzas políticas que, si de algo sirven las lecciones de la historia,
tienen más probabilidades de ser víctimas de él en el futuro.
Por último, si este tipo de defensa de la democracia se impusiera
sobre todo lo demás, cabría predecir que la misma izquierda
latinoamericana, por coherencia, apuntaría después a Cuba.
Afortunadamente, se trata de una predicción errónea. Cuba no tiene
recursos naturales y, en cualquier caso, después de todo lo que ha pasado
desde la revolución cubana, Estados Unidos puede prescindir de la ayuda
de los gobiernos latinoamericanos de izquierda para provocar un cambio de
régimen en el Caribe.
……………………………………
*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Artículo enviado por el autor a Other News