Editorial / Análisis – Diario Red
De Alaska a Washington y de vuelta a Moscú y Europa. Y, al final, la guerra continúa
Ya han pasado las dos cumbres. Apenas un abrir y cerrar de ojos. De viernes a lunes media Europa estuvo con los ojos fijados en Norteamérica, primero en la fría Alaska y después en la solemne Washington.
La “cumbre que lo cambia todo” entre Donald Trump y Vladímir Putin en Anchorage, que no cambió prácticamente nada, y la cumbre en la que “Ucrania decidiría su destino” —Von der Leyen dixit—, en la que Ucrania no decidió prácticamente nada. Y, vaya, tampoco es que sea motivo de grandes sorpresas el resultado de ambas cumbres.
En Diario Red ya se ha reiterado que las condiciones objetivas para un acuerdo de paz realista en Ucrania no parecían estar dadas por el momento. Rusia sigue avanzando rápidamente, por lo que no tiene prisa por firmar ningún acuerdo y Ucrania sabe que, hoy por hoy, se vería obligada a aceptar unas condiciones muy favorables, y se sigue abrazando a la posibilidad de una intervención directa de tropas europeas. Esto es posible, por supuesto, porque Europa sigue dejándolo caer para evitar un colapso en la moral del Ejército ucraniano.
Donald Trump se puso en el centro en ambos eventos… y, si a alguien le sorprende, ciertamente no entiende ni un ápice cómo funciona el magnate republicano ni la política en Estados Unidos en general. El jefe de la Casa Blanca —y de la OTAN, valga recordar— habló largo y tendido, autoarrogándose una victoria anunciada antes acaso de iniciar el primer encuentro con Vladímir Putin.
Pero el comportamiento de Trump es apenas propaganda… y de la mala, a decir verdad. Habla de lo mucho que desea una paz en Ucrania, pero sabe perfectamente que tal cosa está con toda probabilidad —salvo un giro brusco de los acontecimientos— a meses vista, en el mejor de los casos. Sabe incluso que un acuerdo antes de terminar el año 2025 no está en absoluto garantizado.
Sucede que aquí prácticamente nadie tiene incentivos reales para firmar la paz si no se le hacen grandes concesiones. Los ucranianos que mueren cada día, las familias destrozadas y la infraestructura destruida se la trae al pairo a todos. A los que incentivaron la guerra desde 2014, a los que invadieron Ucrania y a los que boicotearon un acuerdo de paz en 2022. A todos ellos. Y a Zelenski, el que más ganas tiene del acuerdo, le mueven ante todo sus ansiedades políticas.
Repasemos rápidamente: Kiev no quiere firmar la paz porque, tal y como están los frentes y las capacidades militares ucranianas, sabe que hoy tendría que hacer concesiones territoriales y políticas. Desea un alto el fuego para poder rearmarse y lograr una re-estabilización de sus propias capacidades, pero para reanudar la contienda tarde o temprano. Quiere contraofensivas, retrocesos rusos y recuperar la iniciativa. ¿Cómo? No está claro.
Estados Unidos sí quiere una paz, pero no por ningún compromiso ético, sino para poder brindar a Trump la victoria política de haberle ahorrado a los estadounidenses el coste de la “horrible guerra”. Si no tiene la paz, puede simplemente retirarse y dejar vendidos a los ucranianos. Mientras pueda montar paripés como los del último fin de semana, le conviene.
Rusia hoy sí desea firmar una paz, pero no cualquiera. A Putin tampoco le mueve ningún sentimiento humanista, sino la comprensión de los frentes: Un acuerdo de paz hoy sería sí o sí favorable a Rusia. Pero no tienen prisa, pues siguen avanzando. Quieren su paz, y si no se les concede, prefieren continuar con la guerra, pues confían en el retraimiento estadounidense y en la eterna duda europea.
Y Europa, claro, no quiere bajarse de la atalaya moral. No negociar con el maligno del Kremlin es un “activo” político que casi todos los líderes europeos desean conservar por mero electoralismo… y que mueran todos los ucranianos que tengan que morir por el camino. Al fin y al cabo, a ellos no se les juega tanto como a Kiev. Tarde o temprano habrá una paz, pero cuando más tarde sea, menos Ucrania quedará en pie.
Hoy Zelenski afronta una decisión muy tramposa y de un gran riesgo para el pueblo ucraniano. O acepta una paz “a la rusa”, que tendrá sin duda consecuencias políticas para él y para su camarilla —pues será leída en Ucrania como una derrota cercana a la capitulación— o prolonga una guerra en la que no deja de retroceder con la esperanza de que Europa o Estados Unidos decidan poner boots on the ground.
En nada ayuda a los ucranianos la posición europea, que busca redefinir moralmente la realidad, en lugar de amoldarse a ella y tomar decisiones serias que aminoren el daño que ya sufren los ucranianos. La guerra sigue porque sus responsables la encuentran, de una u otra forma, más aceptable que la “paz” que les ofrecen sus adversarios. De fondo, lo de siempre: la muerte. No de los que negocian, no, sino de los pueblos.
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