Por Bruno Sgarzini* – Diario Red
Donald Trump cabalgó durante sus campañas encima de varios mitos potentes para la política estadounidense. En 2016, uno de ellos, por ejemplo, era que iba “a drenar el pantano” de Washington para sacar del juego a los funcionarios, lobistas, políticos y empresarios del “1% más rico del mundo”. No hace falta enumerar la cantidad de nombramientos de su administración que desmintieron aquello.
Esta vez, uno de los mitos fundamentales de su presidencia es que va a poner fin “a las guerras”. Trump, según Trump, no es un presidente belicista, ni desea que haya una Tercera Guerra Mundial por lo que buscará, por ejemplo, un arreglo en Ucrania para congelar el conflicto antes de asumir el mandado. Su promesa se basa en que durante su anterior administración no comenzó ninguna guerra y acordó la retirada de las tropas estadounidense de Afganistán. Pero es una verdad a medias. Para Bernabé Malacalza, doctor en Ciencias Sociales y experto en Relaciones Internacionales: “en el primer año de su mandato relajó restricciones internas para ataques con drones, habilitando su uso sin una revisión rigurosa y aumentando los bombardeos en Afganistán, Kenia, Yemen y Somalia. Además, eliminó el requisito de contacto directo con fuerzas enemigas para ejecutar bombardeos. Su decisión de asesinar al general iraní Qasem Soleimani puso a los países de Medio Oriente al borde de una catástrofe, evitada solo por la moderación iraní. Además, Trump ha sido un activo promotor del rearme mundial sin límites: rompió el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, se retiró del Tratado de Cielos Abiertos y no renovó el crucial New START con Rusia (que limitaba el total de armas nucleares despegadas por Rusia y Estados Unidos).
Durante su mandato, Trump aumentó el presupuesto militar estadounidense a más de 700 mil millones de dólares por año, la mayor erogación de la historia estadounidense. Por eso, para Malacalza, sus movimientos: “parecen tener menos que ver con pacifismo y más con una estrategia de “primacía recargada” de Estados Unidos orientada a reconfigurar los conflictos a su favor, posiblemente reavivándolos o redefiniendo sus objetivos estratégicos, especialmente en el contexto de las relaciones de poder en regiones y ámbitos claves”.
Lo que dice el American First Policy Institute, uno de sus principales grupos de asesores en política exterior
El American First Policy Institute, después de la primera Administración de Trump, se convirtió en un refugio de sus antiguos funcionarios. En su consejo ejecutivo están, por ejemplo, Larry Kudlow, exdirector del Consejo Económico Nacional de su presidencia, Brooke Rollins, exdirectora del Consejo de Política Nacional de Estados Unidos, Chad F. Wolf, secretario interino de la Dirección de Seguridad Nacional, y Linda McMahon, directora de la Agencia Federal para las Pequeñas Empresas, donante de la campaña de Trump y esposa de Vince McMahon, CEO de la empresa de lucha libre World Wrestling Entertainment (WWE).
El think tank fue fundado en 2020 gracias al dinero dado por tres grandes donantes de Texas, entre los que se destaca Tim Dunn, un empresario texano que se enriqueció con el auge del fracking en la Cuenca Pérmica de Texas. Dunn es un pastor cristiano evangélico que ha armado una serie de fundaciones y ongs en Texas para llevar las políticas de los republicanos hacia propuestas de extrema derecha a favor de la desregulación económica y la privatización de las escuelas. Este es su primer intento de llevar su propuesta a nivel nacional. Además, cree que se está “en medio de una batalla santa que enfrenta a los cristianos contra aquellos a los que se refiere como marxistas, quienes, según él, quieren controlar toda la propiedad y quitar la libertad”.
El American First Policy Institute no ha levantando tantas críticas como la Fundación Heritage por su “Proyecto 2025”, repleto de iniciativas polémicas como disolución el Departamento de Educación y Comercio y la concentración de poder en el presidente para sortear las barreras burocráticas. Pero entre sus 300 ordenes ejecutivas, listas para ser firmadas eventualmente por Donald Trump, están mayores barreras al aborto, eliminar las restricciones a las explotaciones petroleras en áreas naturales, retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, imponer requisitos laborales a los beneficiarios de Medicaid, el programa de salud para personas de bajos ingresos, establecer legalmente solo dos géneros, y eliminar las protecciones laborales de los funcionarios estatales para permitir una ola de despidos en las agencias de gobierno de Estados Unidos.
En política exterior, la agenda del instituto, denominada “American First Agenda”, ha tomado mayor importancia desde que Linda McMahon fuera nombrada como copresidente del equipo de transición de Donald Trump. Uno de sus pilares se titula “lograr la paz a través de la fuerza y el liderazgo estadounidense” y plantea que “cualquier compromiso de vidas o dólares estadounidenses en el exterior se traduzca en beneficios concretos para el pueblo estadounidense”. También que “Estados Unidos puede defenderse y desempeñar un papel de liderazgo en el mundo evitando nuevas guerras, negociando acuerdos de paz históricos y fomentando una distribución equitativa y justa de la carga con nuestros amigos y socios”. Los capítulos donde se desarrollan esta tesis, muchas veces, contradicen este principio de “evitar guerras” ya que van desde “mantener la fuerza militar más poderosa del mundo” hasta “exigir a China que rinda cuenta por sus prácticas” y volver a la política de “máxima presión” contra Irán.
La OTAN, Israel y Medio Oriente: el regreso a la antigua política exterior seguida por Trump
En el primer capítulo de este pilar titulado Establecer una política exterior que priorice a Estados Unidos, el think tank sostiene que Washington “está en la mejor posición para liderar el mundo y preservar la paz y la estabilidad cuando prioriza la seguridad, la prosperidad y el bienestar general del pueblo estadounidense. Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solo, ni tampoco significa un regreso al aislacionismo”. Esto implica “un uso concentrado y juicioso del poder militar no sólo para disuadir a los adversarios, sino, si la disuasión falla, para luchar y ganar las guerras. Utilizar el ejército estadounidense para su propósito previsto garantiza que Estados Unidos no se enrede en esfuerzos prolongados como la construcción de naciones en el extranjero”. Esta referencia vaga podría hacer alusión a los países que Washington apoya, en términos económico y militares, para que se enfrenten a sus rivales geopolíticos.
Entre las propuestas de este capitulo está, por ejemplo: “dar prioridad a las naciones que estén dispuestas a luchar por sí mismas contra amenazas comunes y que hayan demostrado su voluntad de asumir su parte de la carga para realizar esfuerzos de defensa colectiva, restablecer los vínculos de defensa con las naciones que han cumplido o superado sus compromisos de incrementar su PIB en un 2% con la Alianza del Tratado del Atlántico Norte y han demostrado una clara alineación de visión y recursos en términos de contrarrestar a la China comunista y abordar la amenaza de Rusia”. También plantea que Washington no subordine su política de seguridad nacional a las instituciones multilaterales y a otras naciones”. Incluso, para el instituto, el próximo presidente debe reservarse el derecho de retirarse de las instituciones multilaterales que estén en conflicto con los intereses estadounidenses. Lo que profundiza la tendencia estadounidense a ser un sheriff mundial que no respeta las reglas del orden internacional cuando le son inconvenientes.
Esto vuelve a la misma política durante la anterior Administración de Trump donde se sancionó a la fiscal de la Corte Penal Internacional por investigar crímenes de guerra estadounidense en Afganistán y se tensó las relaciones con los integrantes europeos de la OTAN por no invertir lo suficiente en sus presupuestos militares. Mientras que se mantiene el mismo enfoque sobre las amenazas “chinas o rusas” y se habla de presionar a los países aliados para que asuman “su papel” en la confrontación entre Occidente y Oriente.
En el tercer capítulo, titulado Adoptemos un nuevo y audaz camino hacia la paz y la prosperidad en Oriente Medio, se reivindica la vuelta a la política que favoreció el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, al establecer la embajada estadounidense en esa ciudad y los acuerdos de Abraham firmados entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Marruecos y Sudán porque abandona el “paradigma de paz, propuesto por el establishment (sic), que da poder de veto a los palestinos sobre las perspectivas de paz para la región”. En ese sentido, el instituto critica a la Administración Biden por reestablecer la “asistencia económica a la Autoridad Nacional Palestina, la instancia gubernamental reconocida por la ONU, y abrir una “Oficina de Asuntos Palestinos” en la embajada de Estados Unidos en Jerusalén. Y pide volver a la estrategia de “máxima presión contra Irán por sus ambiciones nucleares y su patrocinio del terrorismo”.
Entre sus propuestas para la próxima administración están: “la oposición a la prestación de asistencia estadounidense a la Autoridad Nacional Palestina hasta que cese su apoyo al terrorismo, la ampliación y desarrollo de los Acuerdos de Abraham con la profundización de los lazos militares y comerciales, la restauración de la campaña de máxima presión contra Irán, la negativa a cualquier intento de acuerdo nuclear con Irán que sea peor que el anterior Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), y una mayor integración de Israel en el Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM) para incluir la coordinación con los aliados en la región para contrarrestar la influencia y las actividades malignas de Irán” .
El apoyo a Israel, sus políticas anexionistas y sus objetivos bélicos contra Irán, por supuesto, está en línea con los posibles nombramientos de Trump en política exterior, como el de Marco Rubio en el Departamento Estado o Mike Waltz en el Consejo Seguridad Nacional, alineados con lobbyes como El American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). De cumplirse las propuestas del plan, Israel podría embarcarse en una campaña de bombardeos, apoyada por Estados Unidos y sus aliados, contra las capacidades armamentísticas y nucleares de Irán dejando Medio Oriente al borde de una gran guerra regional.
La “amenaza china” y el rearme militar estadounidense: la pax trumpiana
Otro de los capítulos se titula Mantener la fuerza militar más poderosa del mundo y plantea que: “un ejército fuerte es fundamental para proteger a los estadounidenses y preservar la posición y la fuerza de nuestra nación. Garantiza la seguridad del pueblo estadounidense y que Estados Unidos pueda mantener a raya a sus adversarios a medida que desarrollan nuevas capacidades”.
Entre sus propuestas se encuentra: “definir lo qué significa “disuasión” y “guerra” en el contexto de la amenaza de la China comunista (sic), realizar una revisión de toda la agenda de Defensa para determinar las capacidades necesarias para prepararse y disuadir a la China comunista (sic), prohibir el acceso de la China comunista (sic) a la infraestructura estadounidense y garantizar que el ejército y las fuerzas del orden estadounidenses no dependan de los drones y otras tecnologías chinas”. Tanto el uso de palabras como guerra y disuasión no parecen muy del vocablo pacifista que vende Donald Trump, sino que se enmarca en el enfoque propuesto por la mayoría de los asesores de Trump de buscar una política de contención efectiva de China, que involucre, incluso, medios militares.
Y eso se refleja mucho más en el último capítulo de la propuesta de la American First Policy Institute titulado: “Exigir a China comunista que rinda cuentas por sus prácticas comerciales injustas crónicas, el robo de tecnologías estadounidenses y la contaminación del aire y los océanos de nuestro planeta”. El capitulo argumenta que: “la República Popular China (RPC) y su Partido Comunista Chino (PCCh) en el poder representan la principal amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Entre las actividades preocupantes de China se encuentran las prácticas comerciales desleales crónicas, el robo de tecnologías estadounidenses, la agresión contra sus vecinos, el abuso del medio ambiente y un programa de armas nucleares en aceleración. China también es un agresor constante contra la isla libre y democrática de Taiwán. La República Popular China somete a Taiwán, donde se produce el 90% de los chips informáticos más avanzados del mundo, a una guerra política, mediática y psicológica y ha declarado abiertamente que está dispuesta a conquistar Taiwán con la fuerza militar, si es necesario”.
Por supuesto que todo el capitulo justifica el regreso a una política de guerra comercial contra China, dado que, “ antes de que se aplicaran los nuevos aranceles en 2018, el robo de propiedad intelectual por parte de China costaba a Estados Unidos entre 225.000 y 600.000 millones de dólares al año, y el déficit comercial alcanzaba los 418.000 millones de dólares”. Ambos factores, afirma el documento, “contribuyeron a vaciar la base manufacturera estadounidense, lo que dio como resultado la pérdida de 3,7 millones de empleos estadounidenses entre 2001 y 2018”.
Aunque el instituto hace unas propuestas bastantes peligrosas en términos militares como: “mantener un presupuesto de defensa lo suficientemente grande como para sustentar una disuasión robusta en el Pacífico occidental, apoyar vigorosamente y equipar a los aliados y socios regionales estadounidense con capacidades militares avanzadas para contrarrestar el ascenso de China en el Este de Asia, poner fin al aislamiento político del pueblo taiwanés y brindarle el apoyo militar, diplomático y moral necesario para sostenerlo. Un claro llamado a profundizar la carrera armamentística en Asia Pacífico y apoyar a los países, como Taiwán, en un eventual enfrentamiento con China. Si quedaba alguna duda sobre eso, el documento también propone fortalecer y modernizar las capacidades de disuasión nuclear estadounidense para contener a Beijing.
Por eso, quizás, el lema de Trump no debería ser “no queremos más guerras”, sino que proponemos una “única guerra”: que sea contra China.
*Bruno Sgarzini ha trabajado en medios como Telesur y publicado en Sputnik, Vice y Télam de Argentina. Vivió ocho años en Venezuela como reportero e investigador relacionado a temas políticos y sociales. En la actualidad trabaja en un libro sobre su experiencia allí.