Macarena Vidal Liy – El País
«Los estadounidenses mantienen un lenguaje muy duro en la mesa de negociaciones», afirma el presidente francés, Emmanuel Macron
El presidente de EE UU dedicó bromas a Putin y tuvo palabras elogiosas para los líderes de países a los que había criticado el día anterior
En el centro de prensa de la cumbre del G20 que se ha inaugurado este viernes en Osaka (Japón), los envoltorios son de pulpa vegetal. Los bolígrafos gratuitos, de carbonato de calcio y no de plástico. Las papeleras reciclan tres tipos de materiales diferentes. El uso de papel está reducido al mínimo. Todo empuja a respetar al medio ambiente y tener presente la guerra contra la contaminación del plástico en el mar, una propuesta de la presidencia japonesa. Los platos son de papel, los cubiertos para los piscolabis son de madera. Pero a pocos metros en el centro de convenciones Intex, en sus sesiones de negociación a puerta cerrada, los líderes participantes se encuentran profundamente divididos sobre qué declarar al mundo acerca del cambio climático.
La cumbre más peliaguda del G20 desde su creación a raíz de la crisis financiera de 2008 se ha abierto en plena guerra comercial entre Estados Unidos y China -la reunión de sus dos presidentes es el acto más esperado de la cita global-, y con las posiciones más distanciadas que nunca en torno a las tensiones geopolíticas, el proteccionismo y el cambio climático. Unas diferencias que impiden aún cerrar el texto del comunicado final – según algunos negociadores, los equipos asesores se preparan para pasar la noche entera debatiendo con la esperanza de alcanzar un consenso de última hora- se hicieron obvias en la primera sesión, dedicada a la marcha de la economía global, comercio e inversiones.
Aunque no estaba previsto en el orden del día, varios de los oradores -en declaraciones a la prensa Takeshi Osuga, portavoz de la presidencia japonesa de la cumbre, no identificó quiénes ni cuántos, según las normas de estas conversaciones a puerta cerrada- sacaron a relucir el cambio climático, el asunto en el que las posiciones están más enrocadas. Y más enfrentadas.
El presidente francés, Emmanuel Macron, y el resto de los países europeos, junto a Canadá, quieren una mención específica de apoyo al acuerdo de París de 2015. Los países firmantes acordaron limitar entonces el aumento de las temperaturas a menos de dos grados centígrados con respecto a las preindustriales. Las políticas actuales llevan, según un informe de Naciones Unidas en 2016, a una elevación de al menos tres grados para finales de este siglo. Pero Estados Unidos se retiró unilateralmente en 2017 de ese pacto medioambiental, y veta ese lenguaje.
No es un problema que surja por primera vez. Desde 2017, los participantes en esta cumbre que agrupa al 85% de la economía mundial han adoptado como fórmula un “19+1” a la hora de referirse al medioambiente, que les permite hablar con una sola voz mientras Estados Unidos reitera en una declaración aparte su retirada del acuerdo de París. En la cumbre de Buenos Aires en diciembre pasado, todos los miembros, excepto EE UU, acordaron que el acuerdo de París era irreversible.
Pero este año, ante las presiones de Estados Unidos, la declaración propuesta por la presidencia japonesa -según un texto preliminar- amenazaba con ser mucho más débil y quedar en una mera felicitación por los progresos obtenidos y un deseo de avances en la próxima reunión de la ONU, el próximo diciembre. Otro borrador más reciente al que tuvo acceso Reuters sí reiteraba la condición irreversible del pacto de París.
“Los estadounidenses mantienen un lenguaje muy duro sobre la mesa”, ha especificado Macron, según el cual Washington busca socios entre los países participantes que le apoyen a la hora de “degradar el lenguaje del comunicado”. Pero si además de Estados Unidos hubiera otros países, dos o tres, que se negaran a sumarse a la declaración de apoyo a París “eso sería inaceptable para nosotros”, ha subrayado el presidente galo, que amenaza con no suscribir el texto si no se menciona la cumbre de hace cuatro años.
Arabia Saudí, Turquía o el Brasil de Jair Bolsonaro podrían ser algunos de los países sobre los que Washington intenta ejercer presión. El presidente estadounidense, Donald Trump, tiene previsto reunirse con los dos primeros este sábado, y se vio con el brasileño este jueves. El populista Bolsonaro, muy criticado por los europeos sobre su política ambiental, había llegado exigiendo respeto: “no aceptaremos ser tratados como en el pasado”, advertía. Pero, preguntado sobre las presiones de Estados Unidos, su portavoz, Otávio Rego Barros, ha echado balones fuera y ha subrayado que su país cree en el multilateralismo para atajar la emergencia climática.
La presidencia japonesa no descarta que en las sesiones del sábado, dedicadas al medioambiente, la energía y la lucha contra la contaminación del plástico en los mares, vuelva a salir a relucir la cuestión: “es posible”, ha declarado lacónicamente Osuga a la prensa.
Diferencias
Si los desacuerdos sobre cambio climático son los más fuertes, no son los únicos. Las diferencias sobre el proteccionismo y el libre comercio también han salido a relucir este jueves. La guerra comercial entre China y Estados Unidos representa un lastre que apunta con arrastrar al resto de la economía global. Trump mantiene una posición proteccionista y amenaza con extender a otros países la subida de aranceles que ya ha aplicado a 200.000 millones de dólares en importaciones chinas. Xi, por su parte, ha advertido en una reunión de los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica- que el proteccionismo “está destruyendo el orden comercial mundial…Esto también tiene un impacto sobre los intereses comunes de nuestras naciones y arroja una sombra sobre la paz y la estabilidad mundial”.
Nuevamente, Japón -el mejor aliado de Estados Unidos en Asia, que intenta negociar con Washington un tratado de libre comercio y renegociar su acuerdo de defensa, y que al mismo tiempo desea hacer más cálida su relación con Pekín- ha tratado de quitar hierro al asunto. “Hay riesgos a la baja debido a la escalada de esas tensiones. Los líderes del G20 estuvieron de acuerdo en la necesidad de que el grupo debería ser la locomotora que ponga la fuerza para lograr el crecimiento en la economía global”, ha sostenido Osuga.
Trump, que llegaba belicoso a la cumbre tras arremeter en diversas declaraciones contra Alemania, el tratado de defensa con Japón y la política comercial de India, China y Vietnam, negaba por su parte antes de su bilateral con Bolsonaro, que haya renunciado a imponer nuevos aranceles a las importaciones chinas a cambio de que Xi aceptara el encuentro del sábado. Sí intentó mostrarse más moderado que en días previos. Acerca de las conversaciones que celebrará este sábado con Xi, aseguró que serán “productivas”. “Va a resultar en algo que, esperamos, será bueno para ambos países”.
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Trump: tras el insulto, la sonrisa a los líderes en el G20
Un día después de haber sembrado el desconcierto entre sus aliados con ofensivas declaraciones sobre las políticas exteriores y comerciales de algunos de ellos, el presidente estadounidense Donald Trump, dio un nuevo giro de 180 grados. A la hora de mantener encuentros bilaterales con los líderes de esos países que horas antes había descrito como de poco fiar, el inquilino de la Casa Blanca era todo sonrisas y echaba pelillos a la mar. Aunque su trato más cordial lo reservó para el presidente ruso, Vladímir Putin, el dirigente para el que nunca ha tenido palabras agrias pese a la injerencia de Moscú en las elecciones presidenciales estadounidenses en 2016, según la inteligencia estadounidense. Incluso llegó a bromear con él sobre ese asunto delante de los periodistas.
El encuentro con Putin había generado gran expectación. Era el primero en un año, desde que ambos se vieron en una polémica reunión en Helsinki: la Casa Blanca explicó que era el que tenían previsto en diciembre durante la cumbre del G20 en Buenos Aires debido a la crisis en Ucrania. También era el primero desde que se cerrara la investigación de Robert Mueller sobre la injerencia electoral rusa, que concluyó que no hubo cooperación entre Trump y Moscú. Y llegaba en medio de tensiones entre los dos países en torno a Irán, Siria, Ucrania o Venezuela.
Hubo espacio para la seriedad, y esos temas se abordaron durante la conversación. También, según la Casa Blanca, acordaron negociar un nuevo sistema de control de armas, que según Trump debe incluir también a China, un mes antes de que se haga efectiva la retirada de EE UU del tratado sobre misiles INF (siglas en inglés de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio).
El encuentro comenzó con una broma. Una reportera le preguntó a Trump, ya con los dos presidentes juntos, si él plantearía a Moscú el tema de la injerencia electoral. “Sí, por supuesto”, contestó el inquilino de la Casa Blanca. “No se meta en las elecciones, presidente. No se meta”, dijo con tono burlón, dirigiéndose a su homólogo.
El resto de la conversación, aparentemente, se desarrolló en el mismo tono cordial. Según ha informado el portavoz del presidente ruso, durante la reunión Putin invitó al estadounidense a visitar Moscú en mayo del año próximo para celebrar el día de la victoria sobre las tropas alemanas en la Segunda Guerra Mundial.
Una sintonía similar mostró en la reunión que mantuvo con el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, “un hombre muy especial” con el que comparte numerosos puntos de vista. Ambos, en su segunda reunión desde que el brasileño tomó posesión de su cargo en enero, abordaron la situación de Venezuela. Trump le pidió paciencia para derrocar al régimen de Nicolás Maduro y según el portavoz de Bolsonaro, Otávio Rego Barros, los dos analizar medidas para cortar “el apoyo financiero de todos los países que ayudan” al régimen bolivariano.
La agenda de Trump continuó con otras bilaterales, ahora sí con líderes a los que había dejado en mal lugar en sus declaraciones de la víspera. El antiguo promotor inmobiliario lo solventó sin aparentes grandes problemas.
Abría su jornada con un encuentro con el primer ministro nipón, Shinzo Abe, después de haber criticado el tratado de Defensa que obliga a Estados Unidos a defender a Japón si este país fuera atacado. Ese asunto, ha asegurado el portavoz japonés Takeshi Osuga, no se ha abordado en el encuentro. En cambio, el que probablemente sea el dirigente internacional que más empeño ha puesto en cultivar a Trump, ha querido explicarle hasta qué punto las inversiones japonesas son beneficiosas para Estados Unidos, o incluso para el propio presidente. Lo ha hecho no con los gruesos informes propios de este tipo de encuentros: sabedor del escaso aprecio de Trump por la palabra escrita, se lo ha presentado en un colorido mapa en vivos tonos. Los dos líderes acordaron dar un impulso a las negociaciones para un acuerdo de libre comercio.
Un tono igualmente cordial en apariencia lo tuvo la bilateral con el primer ministro indio, Narendra Modi, del que el miércoles había considerado “¡inaceptable!” que elevara aranceles sobre 28 tipos de productos estadounidenses. La relación bilateral “seguirá siendo buena”, sostuvo Trump.
Y si había calificado también el miércoles a Alemania de socio “poco fiable” y país “moroso” en sus pagos a la OTAN, frente a la canciller Angela Merkel calificaba a la jefa de Gobierno de “una mujer fantástica”. Para ella, sí, un consejo: que mostrara más mano dura hacia Irán.
El primer ministro vietnamita, Nguyen Xuan Phuc, no tenía cita previa con Trump. Pero su país había quedado también en el grupo de los criticados. El presidente estadounidense lo había acusado de “aprovecharse de nosotros todavía más que China”. Nguyen se le acercó durante el almuerzo de líderes, probablemente para pedirle u ofrecerle explicaciones. No consta lo que le dijo. Solo que a Trump se le vio escucharle con gesto serio.