Por Boaventura de Sousa Santos*
La idea de la tercera vía tiene una larga historia, tan larga como la historia de las polarizaciones reales o imaginarias entre opciones políticas. Entre las versiones más conocidas de la tercera vía en los últimos ciento cincuenta años, se pueden distinguir las siguientes. Desde mediados del siglo XIX, la polarización entre capitalismo y socialismo se instaló en Europa. La primera versión de una tercera vía entre ambos polos es la doctrina social de la Iglesia proclamada en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII. La versión secular de esta tercera vía aparece después de la Primera Guerra Mundial (1914-18) y la Revolución rusa (1917). En ese momento, la polarización ya no era solo entre ideologías, sino entre programas concretos de transformación social. La polarización política en Europa era entonces entre el capitalismo liberal y el socialismo bolchevique. La tercera vía fue, en un primer momento, el socialismo democrático y, posteriormente, la socialdemocracia.
A partir de la Conferencia de Bandung (1955), organizada por países recién salidos del colonialismo europeo (Egipto, India e Indonesia) y por movimientos de liberación anticolonial de África, la polarización fue entre los dos rivales de la Guerra Fría que surgió tras la Segunda Guerra Mundial: el comunismo soviético y el capitalismo europeo occidental y norteamericano. Los nuevos países reivindicaron un camino autónomo en relación con ambos extremos. La tercera vía fue el Movimiento de Países No Alineados y el «Tercer Mundo». En la década de 1990, tras el colapso del bloque soviético, la polarización se dio entre la socialdemocracia europea, heredera del socialismo democrático, y el capitalismo liberal de Estados Unidos, globalizado bajo la designación de neoliberalismo. La tercera vía, formulada inicialmente (1997) por el líder del Partido Laborista inglés, Tony Blair, y su ideólogo, Anthony Giddens, consistió en conciliar los imperativos del neoliberalismo (privatizaciones, desregulación de la economía, sustitución de impuestos por deuda pública para financiar políticas sociales, que deberían reducirse al mínimo políticamente soportable) con algunas políticas sociales compensatorias. Para algunos, la tercera vía estaba a medio camino entre la izquierda y la derecha tradicionales, mientras que para otros la tercera vía estaba más allá de esa distinción. Apoyada en la última variante de la tercera vía, actualmente en Brasil se discute la propuesta de una tercera vía entre Bolsonaro y Lula, es decir, entre derecha e izquierda o, para algunos, entre extrema derecha y extrema izquierda.
Lógicamente, las terceras vías no se entienden sin las polarizaciones en las que se basan, y estas pueden corresponder tanto a realidades polares concretas como a construcciones imaginadas de polarización. Por otro lado, las diferencias reales entre los polos pueden ser mucho menores que las que deben ser imaginadas para abrir espacio a la tercera vía.
Históricamente, las terceras vías siempre fueron un modo de acomodarse al polo del que sus proponentes se sentían más próximos. Esta cercanía era muchas veces genuina, pero a menudo resultaba del cruce de imposiciones. León XIII estaba más cerca del capitalismo porque los socialistas eran ateos o agnósticos; los socialdemócratas alemanes ya habían mostrado su vocación nacionalista, opuesta al internacionalismo revolucionario, votando en 1914 a favor de los créditos para la guerra donde estalló la división en el movimiento obrero alemán (y luego europeo) entre partidos comunistas y partidos socialistas; los Países No Alineados se vieron obligados a refugiarse en el polo que dominaba en su zona de influencia, con la excepción de Cuba, que aceptó, más por necesidad que por elección, al bloque soviético mientras éste existió.
El laborismo inglés y todos los partidos socialistas europeos que le siguieron habían abandonado hacía mucho tiempo cualquier idea socialista democrática y habían adoptado políticas de adaptación a las exigencias del capitalismo nacional y global. Y el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) había rechazado la lectura marxista de la sociedad en el Congreso de Bad Godesberg en 1969.
A la luz de esta historia, la reciente tercera vía brasileña no ofrece sorpresas. Se basa en una polarización que es falsa o distorsionada. Es falsa en la medida en que Bolsonaro, a la vista de todo lo que hizo y dijo, y de las conclusiones de la CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación), no es un candidato viable o, si es viable, no es mínimamente creíble; y en este caso la tercera vía pretendida por la derecha es de hecho una segunda vía disfrazada de tercera. Está distorsionada porque, por un lado, si es cierto que Bolsonaro representa una extrema derecha desquiciada, gran parte de su agenda político-económica corresponde a la agenda de la derecha y, por tanto, esta, al impulsar una tercera vía, está buscando un bolsonarismo sin Bolsonaro. Por otro lado, está distorsionada porque Lula da Silva no es ni nunca fue de extrema izquierda y, en el pasado, se articuló a menudo con la derecha por pensar (erróneamente, en mi opinión) que en Brasil hay una derecha capaz de poner la defensa de la democracia por encima de la defensa de sus intereses cuando están real o imaginariamente amenazados.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.