Por Fernando Ayala*
Los meses de confinamiento obligados por una peste que recorre el planeta han servido para reflexionar sobre nuestro destino, la forma de vida en la que estamos inmersos, lo que hemos construido, lo que deseamos como personas y como especie humana. Cierto que es muy triste ver la muerte de seres queridos, la destrucción de empleos, las carencias estructurales en temas sanitarios en muchos países y los efectos económicos y sociales que aún no se dimensionan. Por otro lado, la naturaleza ha recuperado parte de su espacio, se escucha el cantar de las aves en las ciudades limpias de contaminación. Las imágenes que llegan por la televisión nos han permitido ver animales salvajes caminado en grandes urbes. También hemos apreciado y valorado el trabajo de cientos de miles de funcionarios de la salud que han sido reconocidos espontáneamente con aplausos en muchos países y constatado el abandono de servicios públicos, como consecuencias de la ideología neoliberal que se ha apoderado de muchos gobiernos.
Se nace siempre
en una cultura de la cual bebemos las experiencias que marcarán nuestra
existencia. Nacer en un país desarrollado no es igual que nacer en uno en vías
de serlo. Tampoco es igual crecer en
una familia de ingresos medios o altos que en una pobre, sin educación, ya que
ello determinará muchas cosas y sobre todo la forma en que nos relacionaremos
con nuestros semejantes. La pandemia ha desnudado la fragilidad social de cada
país, los lugares donde viven los migrantes, los sectores marginales, los de
extrema pobreza y los medios disponibles para resistir el aislamiento social,
la falta de ingreso y el hambre en los países en desarrollo.
Muchos señalan que el capitalismo como lo conocemos, es decir, basado en el
consumo sin límites y naturalmente, la ganancia, deberá reformarse
sustancialmente, no tanto por efectos de la pandemia sino por el cambio
climático. Tal vez estemos en los bordes de un cambio de paradigma y la realidad
como la vemos hoy, mañana la veremos diferente. En los años sesenta, Thomas Kuhn,
físico y epistemólogo estadounidense,
en su conocido libro La estructura de las revoluciones científicas, explicó que
los cambios que se producen en la ciencia se generan cuando comenzamos a ver el
mundo con otros ojos, ante la evidencia que se expresa en diversas formas.
Señaló que, entonces, estamos ante un nuevo modelo, un paradigma que pasa a ser
ampliamente aceptado. Lo graficó en
una frase: “Lo que, para el mundo
científico antes de una revolución eran patos, pasaron a ser conejos”.
El problema que tenemos es que muchos políticos siguen viendo patos donde los
científicos ven masivamente conejos: el aumento de temperatura, el
derretimiento de los polos, las sequías, los incendios y tantos otros ejemplos
que chocan con la ceguera de quienes no quieren ver. El problema hoy es que se
agota el tiempo. Si bien Kuhn circunscribió
su teoría a la ciencia, podemos extrapolarla a la vida social. Por ejemplo, se
está produciendo un cambio de paradigma a nivel global con la irrupción de la
mujer en todas las actividades humanas, lo que antes hubiese sido impensable.
En algunos países ya es una realidad culturalmente aceptada y su avance será
inevitable. Probablemente surgirán otros que aún no podemos prever, pero que
con seguridad se están incubando. Las nuevas generaciones, armadas de una
tecnología y visión global, tienen ya la responsabilidad de enmendar los
gruesos errores cometidos por las generaciones precedentes. Ellos no tendrán la
posibilidad de esperar sino solo el deber de actuar con decisión para evitar
catástrofes mayores. Solo entonces existirá la posibilidad de reformular nuestra forma de vida y las bases
del capitalismo como lo hemos conocido hasta ahora.
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*Economista de la Universidad de Zagreb y Máster en Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile. Ha sido embajador de Chile en Vietnam, Portugal, Trinidad-Tobago, Italia y ante los Organismos Internacionales con sede en Roma. Trabajó dos años para FAO y actualmente es subdirector de desarrollo estratégico de la Universidad de Chile. Artículo enviado a O. News por el autor el 31.05.20 publicado originalmente en italiano en la Triccani de Roma, bajo el título “Nuovi paradigmi. L’avventura di vivere in un’epoca di pandemia”
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CARTA DESDE ITALIA: DE LA PANDEMIA AL PANDEMÓNIUM
Por Giulia Cesaria*
La cohesión y la coordinación entre Estados se desvanecieron, haciendo prevalecer intereses económicos y estrategias políticas egoístas, en detrimento de la salud mundial.
BRINDISI. Hoy reflexionaba sobre un artículo mío “El virus y la fragilidad de la bola de cristal de nuestra vida” publicado en Brindisi Report el 31 de marzo recién pasado, escrito mirando la pandemia hacia el futuro, este futuro que hoy se transformó en un presente muy diferente del imaginado.
Contaba el después, simulando vivirlo realmente, de manera positiva, donde la humanidad, puesta a prueba por esta desgraciada experiencia, reencontraba su esencia natural, haciendo caer paredes de egoísmo, de atropellos, de luchas por el poder, olvidando odio y rencor. Contaba el respeto recobrado hacia los otros, la superficialidad dejada de lado en la buhardilla, el abrazo y la reconciliación con este mundo en el cual habíamos quedado atrapados, hecho de barreras poco éticas e hipócritas. Demolidas estas barreras, estábamos listos para partir de nuevo juntos sobre la misma chalupa, por un futuro mejor, más consciente, todos probados por los daños provocados por la pandemia.
Pero, como muchas veces ocurre, la realidad desmiente lo que se auguraba. Pasado el miedo, todos regresan a la vida de antes, dejando que el olvido se lleve tanto lo feo como lo bello de esta experiencia. Estamos solo en la fase 2, los cantos de los balcones han terminado, el vecino regresa a ser el desconocido de siempre, las aglomeraciones vuelven a ser más vivas que antes, se infringen las reglas, se ignoran las eventuales consecuencias. Poco importa si los pubs, restaurantes, actividades comerciales, empresas cerrarán de nuevo, si mucha gente perderá su trabajo, si otros seguirán no teniendo qué comer. Si el problema no nos toca, desde el alto de nuestro microcosmos, sacamos, entonces, las mascarillas, nos deshacemos del distanciamiento social y la fanfarronería, la arrogancia se vuelven las actitudes más divertidas y excitantes de exhibir, para regresar a la libertad tan anhelada.
Mientras tanto las discusiones políticas se desencadenan, la preocupación por encontrar soluciones para hacer partir de nuevo el país parecen vanas y siempre equivocadas, las oposiciones atacan, exigen, invocan justicia social, listas para lanzar las bases de la próxima campaña electoral, porque este es además el papel de toda oposición que se respete, cualquiera sea el partido que la represente en este momento. Y nosotros, pobres ciudadanos, esperamos confiados que en este alboroto de soluciones opuestas, alguien desde las alturas nos defienda concretamente, mejorando nuestra desastrosa condición económica actual. Mientras la cohesión deseada y la coordinación entre Estados se desvanecieron, prevalecieron los intereses económicos y las estrategias políticas egoístas de cada uno, en detrimento de la salud mundial.
Entre los varios jefes de gobiernos y jefes de Estado no faltaron los negacionistas. Boris Johnson, después de haber sido contagiado por el Covid, se ha retractado, Jair Bolsonaro sigue mostrando seguridad, desafiando el virus a golpes de apretones de manos, comiendo hot dogs y tomando coca cola en la calle, mientras continúa negando la fragilidad de los indígenas brasileños, al límite de un genocidio por la invasión ilegal, en la selva amazónica, de agricultores y mineros en busca de oro. Las grandes potencias, abandonados por el momento los históricos teatros de guerra, se desencadenan con operaciones de «manipulación psicológica y cultural» contra nuevos enemigos a combatir, haciendo campañas de desinformación, lanzando fakenews, eslóganes, como si fuesen confetis de carnaval, creando tensiones en última instancia para un retorno a la guerra fría.
Se hace gran uso de lo social, salvo condenarlo, cuando es más cómodo. Disparan sanciones económicas, acusaciones, amenazas contra los que propagaron el virus, la sensación es que todo está fuera de control, que peor que el virus está la locura, difícil de contener. Debo admitir que me equivoqué, pensando que el ánimo del hombre pudiera reencontrar las dimensiones justas para una convivencia pacífica y revisando los errores, pudiera remediarlos. Y ahora me pregunto: ¿dónde está esta especie de globalidad solidaria, que me había imaginado? A la luz de los hechos una cosa es cierta, no estamos más en plena pandemia pero seguramente en un gran pandemónium mundial.
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* Escritora y gestora cultural. Publicado en Brindisi Report el 29 de mayo. Traducción al español de Annie Pauget.