Ucrania y la política de asilo europea: ¿punto de inflexión u oportunidad perdida?

Esther Montesinos Calvo-Fernández * – Fundación PorCausa

La ejemplar respuesta europea de acogida ante el éxodo de refugiados ucranianos no se corresponde con cómo se han gestionado históricamente las políticas migratorias en la UE. Las puertas de Europa están abiertas, pero no para todos

La guerra en Ucrania ha originado el éxodo de refugiados más rápido y de mayor volumen que Europa ha experimentado desde la Segunda Guerra Mundial. Esta falta de precedentes no se debe solo a la escalada del conflicto, sino también a la cercanía geográfica y la unánime proactividad y puesta a disposición de infraestructuras de apoyo por parte de los países vecinos. Líderes políticos han hecho públicos mensajes de solidaridad y han abierto las puertas a la llegada de refugiados hacia sus países. Los Estados del este, Polonia, Hungría, Eslovaquia y Rumanía, han ignorado su tradicional postura contraria a la migración y se han presentado como principales receptores de ucranianos que huyen de la guerra. Además, la Comisión Europea está trabajando en la movilización de fondos para apoyar a los Estados miembros en la acogida de refugiados. Y el Consejo de la Unión Europea aprobó el 4 de marzo la activación, por primera vez, de la Directiva de Protección Temporal, que permite conseguir de inmediato protección internacional, acceder rápidamente al mercado de trabajo, disfrutar de cobertura social y elegir libremente el país de residencia, sin someterse a los criterios restrictivos de la actual normativa de asilo.

En 2015, la propuesta de cuotas de reparto de refugiados entre los países miembros se encontró con la oposición de Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa

Pero esta ejemplar respuesta no se corresponde con cómo se han gestionado históricamente las políticas migratorias en el seno de la UE, siendo la cuestión del asilo particular objeto de debate y discrepancia. Ejemplo de ello es el fracaso de la propuesta hecha por la Comisión Europea en 2015 de establecer cuotas obligatorias de reparto de migrantes con el objetivo de abordar la mal llamada «crisis de refugiados» mediante un reparto equitativo de la responsabilidad migratoria entre todos los países miembros. No obstante, la propuesta se encontró con la oposición del grupo de Visegrado: Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa, quienes rechazaron rotundamente la acogida de personas. Pero esto no fue la única respuesta negativa que se dio al éxodo de refugiados, y en un contexto en el que el mensaje «Refugees Welcome» parecía haberse instalado como eslogan de la UE, las detenciones y expulsiones en frontera empezaron a normalizarse, unido a una rápida propagación de la retórica xenófoba y antinmigración.

En un intento de solucionar los sucesivos fracasos y armonizar la legislación existente, la Comisión presentó en septiembre de 2020 un nuevo Pacto de Migración y Asilo. Uno de los pilares de la nueva propuesta es la sustitución de las cuotas obligatorias por un mecanismo de solidaridad flexible o «a la carta» que ofrece diferentes fórmulas entre las que los Estados pueden elegir para colaborar en la gestión migratoria. Así, aquellos reticentes a la acogida tendrán la posibilidad de desentenderse de ella implicándose, en su lugar, en la política de retornos o la prestación de apoyo logístico y económico a otros países.

La medida llegó en detrimento de los Estados de primera línea (España, Italia, Grecia y Malta), ya que no garantiza que se reduzca la presión migratoria en sus fronteras. El grupo de Visegrado, por su parte, al que la Comisión pretendía disuadir con esta iniciativa para sumarles a la aprobación del Pacto, se desmarcó rápidamente y continúa reivindicando un sistema de control mucho más férreo, a pesar de que el Pacto ya pone énfasis en el blindaje y externalización de fronteras y la aceleración de procesos de identificación y retorno.

El grupo de Visegrado se desmarcó del Pacto de Migración y Asilo reivindicando un sistema de control más férreo, a pesar de que el Pacto ya pone énfasis en el blindaje de fronteras

Esta postura dista mucho de la situación actual, en la que la UE y todos sus países miembros, sin excepción, están dando una respuesta a la altura de sus valores. En este contexto, ya hay quienes ven una ventana de oportunidad para reformular la política europea de asilo. Pero la experiencia de cómo se han gestionado crisis anteriores hace pensar que la solidaridad y cooperación de la que estamos siendo testigos son una excepción a la regla general más que un punto de inflexión.

En noviembre de 2021, Polonia declaraba el estado de emergencia y creaba una zona prohibida a lo largo de la frontera con Bielorrusia donde miles de personas quedaron atrapadas sin que sus peticiones de asilo fueran atendidas. Por otro lado, hace tan solo unas semanas, el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, Filippo Grandi, alertó sobre la violencia y continuas violaciones de derechos humanos que se producen en las fronteras europeas. A principios de marzo, paralelamente al inicio de la guerra en Ucrania, asistíamos a la violencia policial con la que eran recibidos migrantes subsaharianos que trataban de cruzar la valla de Melilla. Y tan solo unos días después conocíamos el cambio de postura del Gobierno español a favor de Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental, donde la contención de los flujos migratorios juega un papel clave.

La UE necesita reconocer el carácter estructural y regular de las migraciones y dejar de abordarlas como una concatenación de situaciones de emergencia

Cabe preguntarse, en este sentido, hasta qué punto es Europa capaz de mantener esta diferencia de trato sin reconsiderar futuras modificaciones en su política de asilo, en especial a lo que se refiere a un mecanismo de reubicación compartido entre todos los Estados miembros. La UE necesita reconocer el carácter estructural y regular de las migraciones y dejar de abordarlas como una concatenación de situaciones de emergencia. Y en un mundo interconectado como el actual, hay otros muchos factores aparte del conflicto armado que provocarán nuevos flujos migratorios, por lo que los Estados europeos deben estar preparados.

En vista de la coyuntura actual, Grecia, Italia y Luxemburgo ya han demandado el desarrollo de un plan sostenible de acogida de refugiados, a lo que se ha sumado Francia y Alemania advirtiendo sobre la necesidad de una mejor coordinación a nivel europeo. Pero Polonia, Hungría y Eslovaquia, a pesar de ser los que están recibiendo un mayor volumen de refugiados ucranianos, continúan insistiendo en que no es necesaria una respuesta coordinada, llegando a calificar tal posibilidad como «contraproducente«, quizás ante el temor de que la aprobación de una iniciativa de reubicación compartida en el momento actual pudiera motivar su permanencia en el largo plazo.

En su lugar, estos Estados apuestan por reforzar el derecho de los ucranianos a moverse libremente dentro de la UE e instalarse y demandar protección internacional en otros países que no sean los de entrada al territorio comunitario, al contrario de lo que establece la normativa de asilo actual. Así, mientras que los «movimientos secundarios» han sido una de las principales preocupaciones en el pasado, la libertad de movimiento derivada del régimen de exención de visado vigente entre la UE y Ucrania se presenta para el grupo de Visegrado como opción ideal para equilibrar la responsabilidad migratoria sin necesidad de un plan formal de reubicación.

No obstante, no está claro que dicha «autorreubicación» se vaya a producir a una escala que compense el número de nuevas llegadas. Para que esto funcione, se debe facilitar al máximo dichos desplazamientos, lo que pasa por evitar situaciones en las que los requisitos adicionales de entrada a un país puedan desincentivar el traslado a ese territorio. Por otro lado, los distintos niveles de prestaciones sociales entre los países miembros podrían llevar a que algunos Estados afronten una mayor responsabilidad que otros. Y muchos refugiados podrían preferir permanecer en los países limítrofes a la espera de un rápido retorno a Ucrania, una presión que se espera que aumente aún más conforme lleguen más personas que no cuentan con redes sociales o familiares en otros países.

La respuesta a la guerra en Ucrania demuestra que cuando hay voluntad política se pueden cambiar las cosas

Dado lo arraigadas que están las discrepancias en materia de asilo, no hay mucho margen para ser optimistas y esperar una reforma integral de las políticas europeas. Esto sería una oportunidad perdida, no solo porque la respuesta a la guerra en Ucrania demuestra que cuando hay voluntad política se pueden cambiar las cosas, sino también porque estamos ante el momento perfecto para reflexionar sobre el significado de la solidaridad en una Unión que considera el concepto como uno de sus principios fundadores.

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*Investigadora asociada en Fundación porCausa de investigación, periodismo y migraciones. Graduada en Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y máster en Geopolitics, Territory and Security en King’s College London. En Público.es,  04.0522