«Las redes sociales no son el nuevo tabaquismo»

Por Juan Íñigo Ibáñez* –  Jacobin América Latina 

Una entevista a Geert Lovink

La parte adictiva de las redes sociales depende del modelo empresarial subyacente y puede ser desmantelada. Necesitamos politizar la situación, no abogar por terapias. Corte el lazo entre las redes sociales y los anuncios, despida a los científicos del comportamiento, elimine el vínculo con la neurociencia y, de repente, el mundo se verá diferente.

Durante estos meses de reclusión forzada, la estética cuadricular –o el enjambre de la multipantalla– se ha convertido en uno de los símbolos más reconocibles de la alteración social producida por la pandemia. Esta «cotidianeidad suspendida» ha acelerado nuestra dependencia de la tecnología, en una inmersión 24/7 en la virtualidad que, en el ámbito de la educación y del trabajo, ha develado enormes potencialidades.

Sin embargo, quienes han podido permitirse el aislamiento del home office también se han enfrentado a un régimen de productividad ubicuo e incesante, con videoconferencias que exigen concentración permanente y clases en línea que demandan habilidades de lectura profunda en un contexto sobresaturado de estímulos virales e informaciones sin filtrar que amplifican miedos y ansiedades.

¿Qué tensiones experimenta el «yo» cuando es obligado a habitar lo digital, una esfera que hace de la subjetividad la principal fuente de valor? A mediados del año pasado, el teórico e investigador de los medios holandés Geert Lovink (1959, Ámsterdam) comenzó a recopilar evidencia sobre la «fatiga de Zoom», un término que se estaba haciendo crecientemente popular y que se extendía a plataformas como Microsoft Teams, Skype, Google Classrooms, GoTo Meeting, Slack y BlueJeans. El resultado fue «Anatomía de la fatiga de Zoom», un ensayo coral para la revista cultural Eurozine en el que, junto a otros académicos, exploraba cómo las videoconferencias estaban influyendo en el desempeño laboral, los estados anímicos y la salud mental. 

Lo que hace tan extenuante una videoconferencia –explica Lovink desde Ámsterdam–, «es precisamente su demanda constante de atención: el diseño de la interfaz cansa nuestros ojos. Intuitivamente, el enfoque subconsciente se aferra a nuestra propia imagen. Aparte de la presentación ocasional de PowerPoint, ¿dónde está la acción? Miramos y miramos, pero realmente no podemos encontrar el centro de nuestra atención». 

Para Lovink, el «video-tiempo» de la webcam sería la «nueva condición dominante de internet», comparable a la relevancia que tuvo la radio durante los años 30 y 40 o la posición del televisor en los años 50 y 60: «el dispositivo mágico ante el cual se sentaba la gente, como si fuera la voz de su amo». A su juicio, el teletrabajo hace de la multitarea «una tentación permanente». Cuando esto sucede, agrega, «una sensación de incomodidad física y psíquica empieza a zumbar en la parte posterior de tu cabeza…». «Los estudiantes son los primeros en rebelarse contra el mandato disciplinario de quedarse quietos frente a una cámara, y suelen apagarlas», apunta. «Pero eso ya no es posible en la situación laboral actual».

Pionero de los estudios críticos sobre internet y referente europeo del emergente campo de la soberanía digital, en 2019 publicó Tristes por diseño, un lúcido ensayo en el que radiografiaba los efectos emocionales de la «economía de la atención», aquella crisis de «fatiga, agotamiento y pérdida de energía» por la que atraviesa el «yo» cuando se sumerge de forma permanente en lo digital. Allí postulaba que, tanto el inexplicable «vacío de expectativas» que a veces experimentamos cuando estamos en línea como las «oleadas de dopamina que sentimos cuando le gustamos a alguien» no son tan solo el subproducto indeseado de nuestras tribulaciones personales, sino más bien la mecánica misma de un modelo de negocios basado en la manipulación de nuestros «altibajos emocionales».

En su opinión, estos dispositivos se han acercado «tan peligrosamente a nuestro núcleo psíquico» que los tiempos del trabajo y de la enseñanza se han vuelto indistinguibles con los de la vida, haciendo que sea casi imposible «encontrar momentos de tregua o de calma». Se trata de algoritmos que han sido codificados para engancharnos: «Estamos adormecidos, con un humor agridulce, distraídos, raros y algunas veces directamente deprimidos», escribe.

«Cada tanto tenemos que volver a WhatsApp para ver si el otro ha leído el mensaje (y cuándo). Las actualizaciones de Facebook son adictivas para muchos, y en Twitter volvemos a leer las últimas noticias, aun cuando lo hayamos hecho hace pocos minutos», ejemplifica. «Pero el miedo a perderse algo también puede ser real si estás desesperado por encontrar trabajo en LinkedIn o si te sientes cachondo y necesitas una cita, ahora mismo, en Tinder. Esos son los peligros de la comunicación en tiempo real». Con todo, Lovink es reacio a los diagnósticos alarmistas que romantizan el offline: «Estamos en un período de transición, dejando atrás la galaxia Gutenberg, como bien indicó McLuhan». Y respecto a la denominada crisis de la atención, señala: 

Es cierto que la lectura de libros largos, complejos y estructurados requiere mucha disciplina en estos días. La producción científica actual en forma de artículos de revistas revisados ​​por pares refleja esto. Los motores de búsqueda y Wikipedia se están encargando de la retención automatizada. Parece como si las monografías procedieran de otra época, del mismo modo que mi generación ya tenía problemas para leer poesía yámbica. Solo un grupo selecto de estudiantes e intelectuales, en todo el mundo, lee realmente textos completos, y esto se refleja en las cifras de ventas. Lo que vemos que está sucediendo es el desarrollo, la circulación y la recepción de fragmentos de conocimiento más pequeños que se condensan en conceptos, resúmenes, artículos populares, memes, mapas y entrevistas como ésta. Habrá que realizar una lectura atenta de materiales complejos y literarios en otros lugares, fuera de línea, en las bibliotecas. Esto requiere una verdadera dedicación y capacidad de concentración pero, sobre todo, tiempo libre. 

Director y fundador del Institute for Network Cultures de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam, su trabajo se ha concentrado en explorar el potencial disruptivo y «táctico» de los nuevos medios para llevar a cabo iniciativas políticas y sociales, así como en revivir «el sueño roto» de un internet abierto y descentralizado. Con su voz incómoda invita a una tercera vía y, en las últimas décadas, se ha concentrado en desmantelar la tecnoutopía californiana que prometía hacernos «instantáneamente más ricos y felices», pero también en cuestionar el pesimismo de algunos intelectuales europeos que, «con extrema arrogancia», se niegan a aceptar que estas son «las herramientas que le están dando forma a nuestro mundo». Sobre estos y otros temas ha conversado recientemente con Juan Íñigo Ibáñez. 

JII: Byung-Chul Han ha sostenido que ya no vivimos en una sociedad disciplinaria sino en una definida por el desempeño. ¿Cree que la pandemia ha confirmado ese diagnóstico?

GL: Eso es muy cierto, y la continua exigencia de actividad conduce inevitablemente a un colapso. Lo que es tan agotador es esta performatividad pasiva y silenciosa. Las nuevas generaciones han crecido con los imperativos de participación, interacción y desempeño pero, a partir de 2019, ha sido reemplazado por un nuevo régimen de productividad de unos pocos y una desesperada indolencia de la mayoría.  

JII: Algunos han visto en la posibilidad de trabajar y estudiar desde la casa un elemento de comodidad que no están dispuestos a abandonar, y muchos dicen que herramientas como las videoconferencias han llegado para quedarse. ¿Nos plantea un problema tecnológico o el de un estilo de vida hiperacelerado? 

GL: No es un problema tecnológico sino de planificación urbana. Escuchamos sobre la inminente disminución de la necesidad de espacios para oficinas, pero nada sobre la crisis del espacio en los hogares. ¿Quién puede permitirse el lujo de tener un estudio separado donde leer y hacer llamadas sin molestar a los demás? Por no hablar de todas esas profesiones que no se pueden hacer desde casa, como la hostelería, la limpieza, los trabajos en la fábrica y los empleos de reparto. Estoy a favor del cierre de las oficinas abiertas y la construcción de «la habitación propia». Si hay suficiente espacio para oficinas, ¿por qué no? Más metros cuadrados se verán recompensados de inmediato con una mayor capacidad de concentración y una mejora en la calidad del trabajo. 

JII: Según Slavoj Žižek, las políticas de la identidad han inducido a un estado de «relativismo generalizado», una fragmentación cultural que usted también ha criticado. ¿Qué beneficio obtienen los gigantes de la economía digital de este enfoque de diseño centrado en perfiles y del enfoque identitario? 

GL: Este es un tema importante en el que no se trata de un capitalismo bueno o malo o de estar a favor o en contra, sino de modelos de negocio específicos que se han vuelto hegemónicos y que no pueden ser cuestionados. El enfoque de «identidad», centrado en el perfil en el diseño de redes sociales es el «a priori técnico» de la economía de lo gratuito dominada por los impulsos. Sin «identidad» no hay anuncios personalizados y, por lo tanto, no hay Facebook o Google, ya que ésta sigue siendo su forma principal de ingresos (y ganancias). 

JII: ¿Existen otros modelos comerciales posibles? 

 GL: Por supuesto que existen otros modelos de ingresos posibles, como muestra la industria de los videojuegos. Es el caso, por ejemplo, de las suscripciones, en las que los usuarios permanecen en el anonimato, llevan «máscaras» o utilizan seudónimos. 

En mi ensayo de Eurozine sobre la cultura de la cancelación, titulado «Elimina tu perfil, no a los otros», señalé el oscuro papel que están jugando las redes sociales en la eliminación y en el masivo «dejar de seguir» a sospechosos, que deja por fuera el abordaje de los elementos estructurales de la violencia. Los veo como gestos de manada sin causa. No más vigilancia de fronteras. Me quedo aquí con el rechazo de la identidad de la década de 1980 como algo que solo piden los policías. La fluidez de la identidad apunta, en última instancia, a superar la identidad misma, algo sobre lo cual existe un consenso en el mundo del activismo.  

JII: ¿Podemos «entrenar» al algoritmo para reducir las escaladas de estrés y ansiedad posdopamina que experimentamos cuando estamos en línea? 

GL: Decididamente, no. Los usuarios no tienen voz en esto. Somos sujetos puros y no deberíamos ser tan ingenuos como para creer que de alguna manera podemos dirigir o democratizar el capitalismo de plataforma. Las redes sociales de hoy no son servicios públicos. Lo que podemos exigir es que estén legalmente categorizadas como «medios», pero Silicon Valley insiste con vehemencia en su neutralidad como empresas «tecnológicas». Deberíamos quitarnos esa ilusión.  

JII: ¿Cuáles son los debates actuales en Europa al respecto? 

 GL: Por el momento se habla de una ruptura antimonopolio, pero la definición de tecnología versus medios es un tema fundamental. Lo que también podemos exigir es retirar y desmontar ciertos algoritmos o algunas interfaces de programación de aplicaciones. Dado que estamos tratando aquí con cajas negras en línea y sistemas de inteligencia artificial offline donde los datos extraídos se procesan para crear nuevas desigualdades, debemos ser muy específicos ya que las empresas pueden hacer lo que sea una vez que los datos se desconectan. La extracción de datos es el problema central. Es por eso que algunos de nosotros hemos estado abogando por un enfoque de privacidad en el diseño de la «conservación de datos». 

 JII: Hace poco escribió: «El nuevo filtro de video que agrega una máscara, un sombrero divertido, una barba o un color de labios muestra que Zoom está observando cómo te ves a través de tecnologías de seguimiento facial». ¿Instauran estas plataformas nuevas formas de vigilancia y seguimiento?

 GL: Seguro. Teams y Zoom son lo opuesto a las redes «usuario a usuario», como los torrents. La vigilancia es un modelo comercial: los datos se recopilan y se venden a terceros, incluidas las agencias gubernamentales. Pero aparte de eso, la vigilancia también está ocurriendo dentro de las comunidades, en las empresas. No subestimes la presión de tus compañeros para que te conformes, te calles, te vistas bien y arregles tu entorno. 

JII: A propósito de la «economía de la reputación» basada en perfiles, muchos han criticado las selfies como una expresión del «narcisismo» de la denominada Generación yo. Sin embargo, usted ve en esos usos una «negociación» y una «posible estrategia de supervivencia» de los jóvenes en contextos de creciente incertidumbre económica…  

GL: El juego ambiguo con el «yo» fotogénico tiene un aspecto liberador y, al mismo tiempo, es una herramienta despiadada de autopromoción en la lucha neoliberal por la supervivencia y por los recursos, subvenciones, reputación y favores, incluidos amigos, amantes y socios en este mercado llamado vida. Pero dudo que bajo el régimen posterior a 2019 estas técnicas del yo (en línea) sigan siendo efectivas. Ahora vemos que las relaciones ya no son estáticas, y los usuarios comienzan literalmente a bailar en redes como TikTok y Snapchat, lo que al final hace posible que el humor y el absurdo entren en juego.

JII: También se ha quejado de los diagnósticos que pretenden «medicalizar» o reducir a la retórica de la «adicción» el uso que hacemos de las plataformas…  

GL; Lo último que debemos hacer es retratar los smartphones y las aplicaciones de las redes sociales como seductores y secretos objetos de deseo que las autoridades quieren quitar de circulación por razones de «salud pública». Las redes sociales no son el nuevo tabaquismo. Necesitamos politizar la situación, no abogar por terapias. Estamos en esto con 3800 millones de personas (y con tendencia al alza). Creo firmemente en el derecho a comunicar, susurrar, cotillear y quejarse. La parte «adictiva» de las redes sociales puede desmantelarse fácilmente y, de nuevo, está relacionada con su modelo empresarial subyacente.  

JII: ¿Qué propone?   

GL: Corte el lazo entre las redes sociales y los anuncios, despida a los científicos del comportamiento, elimine el vínculo con la neurociencia y, de repente, el mundo se verá diferente. Introduzca la suscripción pagada, automatice los sistemas de pago de igual a igual. En lugar de optimizar la «experiencia del usuario» y más censura y filtrado en nombre de la «recomendación» pedagógica, necesitamos abrir el panorama y diseñar herramientas sociales nuevas, no basadas en perfiles, actualizaciones, «amigos» o gustos. Aprender de Evgeny Morozov significa no esperar que la tecnología resuelva nuestros problemas sociales.

JII: ¿Cómo ve la situación hoy?  

GL: Desde el principio fui escéptico ante la idea de los posibles beneficios de la reflexión. Estamos al borde del abismo. Ahora que incluso los trabajos basura están desapareciendo, surgen nuevas formas de sumisión. Con el COVID-19, la creatividad y las artes parecen ser lo último que se necesita. Los nuevos puestos de trabajo tendrán que estar dentro del marco de «reseteo» de las economías verdes y la inteligencia artificial, dentro de los reducidos límites geopolíticos de la actualidad. La idea de globalización cosmopolita parece una utopía remota. Con el inicio de la «acumulación de crisis» inducida por el COVID-19 (crisis económica, sanitaria, mental, ecológica), ya no estoy seguro de que los destinos individuales dependan del rendimiento. El neoliberalismo impulsado por el mercado ha sufrido demasiada legitimidad últimamente. En cambio, es posible que surja un sistema reaccionario colectivo o de creencias corporativistas.  

JII: ¿Cómo afectará esto al sistema económico? 

 GL: Las ideas neoliberales y mercantilistas han fracasado rotundamente en sectores como la sanidad, el transporte, la educación y la vivienda, en los que el mercado no bajó los precios ni mejoró la calidad de los servicios ni la diversidad de los agentes. En vez de eso, el «mercado» condujo a la precariedad general, al desempleo y a la pobreza, favoreciendo al capitalismo de los accionistas, que ha hecho más ricos a los ricos. Esto empezó hace 20 o 30 años. 

Sin embargo ahora hay un creciente consenso entre grandes sectores de la población que piensan que cuanto «más mercado», más mejorarán. Esta perspectiva en principio «progresista» no ha dado lugar al crecimiento de los partidos de izquierdas ni de los sindicatos. Lo que vemos, en realidad, es el avance de los movimientos populistas de derechas, cuya agenda económica es bastante confusa, cuando no totalmente corrupta y tampoco claramente estatal. Lo que está claro es el surgimiento de soluciones nacionales y locales, no globales. En la actualidad, la economía está confinada en términos geopolíticos. 

JII: Algunos han recomendado estrategias de «desintoxicación digital» o bien un regreso a formas de vida fuera offline más simples y sosegadas. ¿Tiene algún sentido abandonar, o al menos tomarse un descanso de las redes sociales? 

 GL: Todos nos hemos tomado un descanso, por pequeño que sea, en función de nuestras posibilidades personales y económicas. Pero también están las «vacaciones permanentes» no deseadas (una condición en la que viví durante nueve años, desde 1983 a 1992). Necesitamos hablar de eso, ya que en el período pospandemia enfrentaremos una nueva ola de desempleo masivo. Los trabajos creativos y basura fueron los primeros en irse y, con ello, la «precariedad» ya no es una descripción precisa: ahora es la pobreza absoluta. Recuerda que, hasta 2019, trabajar por cuenta propia para Uber o alquilar una habitación en Airbnb todavía se consideraban opciones aceptables (aunque malas). Lo mismo se aplica también al descanso offline

 JII : ¿Entonces?  

GL: Celebremos esto como una fiesta y no seamos demasiado terapéuticos al respecto. Lo mejor para la humanidad sería dejar atrás lo más rápido posible el smartphone. Para mí, la soberanía tecnológica también significa superar el medio: tratarlo como una aspiradora o una batidora. Quizás he modificado mi posición últimamente. Ahora le temo más al moralismo, al gesto educativo y pedante de los que están en el poder y que creen saber mejor lo que es bueno para los jóvenes. Pero sigo siendo optimista. Nuestra estrategia: no estamos enfermos. Según la actual lógica de plataforma, no solo somos incalculables, sino también imposibles de curar. Un día, y espero que sea pronto, los rebeldes ignorarán por completo las redes sociales. Esta es la peor pesadilla de Zuckerberg: que la gente se olvide de Facebook.

JII : ¿Podemos imaginar otros fines con los que podrían utilizarse estas plataformas? 

GL: Las redes sociales deben utilizarse como herramientas de autorganización para abordar las luchas socioeconómicas y, sí, también los problemas de clase, con el objetivo de redistribuir la riqueza global. El capitalismo de plataforma simplemente crea un puñado de multimillonarios libertarios de derecha. Necesitamos urgentemente mercados descentralizados y autorganizados y herramientas comunitarias, no plataformas extractivas que sean propiedad de unos pocos y que ellos mismos manipulen.

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*Juan Íñigo Ibáñez es un periodista chileno independiente, colaborador habitual de medios como El Universal, Vice y Revista Santiago.