Por Gabriel Merino – Tektónikos*
Actor clave por ubicación geográfica, poderío militar e histórico y ninguneado por Occidente.
Una noticia sacudió la política mundial hace algunas semanas. Como resulta habitual, no tuvo mucha trascendencia en los medios ni en el debate público local, en un ambiente en donde se considera que “el mundo” es una porción de 10 o 15% de la población global. Después de muchas especulaciones e informaciones extraoficiales, un miembro importante de la OTAN y un activo para el Occidente geopolítico, Turquía (o Tükiye) finalmente presentó una solicitud oficial para unirse a los BRICS+. Incluso existe la posibilidad de que el propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, asista a la cumbre en Kazán, Rusia, en este octubre por venir.
Dos décadas atrás, un elemento central de la política exterior de Turquía era ingresar a la Unión Europea (UE), que antes de la gran crisis de 2008 se presentaba como un exitoso modelo de integración. Presentó su solitud de adhesión plena en 2005, pero era miembro asociado desde 1963 y había establecido una unión aduanera en 1995. Ahora, Ankara apunta a ser parte de los BRICS+, surgidos en el contexto de dicha crisis-bisagra, como parte de una política más amplia de giro hacia Eurasia y África, que apunta conceptualmente hacia el mundo emergente y el Sur Global. Esto representa un gran símbolo de los acelerados y profundos cambios que observamos en el mapa del poder en el sistema mundial.
El estado heredero del imperio Otomano (1299-1922), que supo eclipsar a los poderes de Europa Occidental por lo menos hasta la batalla de Lepanto (1571), busca ser un poder emergente.
Turquía como poder emergente
Luego de la caída de la URSS, Turquía comenzó a pensarse como un poder ascendente clave, ubicado en la bisagra entre Europa y Asia. En realidad, si observamos el gran continente Euroasiático —intentando dejar atrás el sinsentido geográfico del eurocentrismo de considerar a Europa como un continente—, Turquía se encuentra entre tres regiones: la península occidental europea de Eurasia, el espacio Medio Euroasiático y Asia Sudoccidental, también conocida como “Medio Oriente”, que preferimos denominar como la región central de Afro-Eurasia. Además de ubicarse en la encrucijada entre regiones, controla el Bósforo que une el Mar Negro con el Mediterráneo y es un actor importante en la zona del Cáucaso.
En otras palabras, Turquía es una pieza clave por su importancia geoestratégica derivada de su ubicación geográfica. Su ingreso a la OTAN junto a Grecia en 1952 —la alianza político militar conducida por Estados Unidos junto al Reino Unido— le otorgó al Occidente geopolítico elementos de suma importancia: una fortaleza en la frontera sudoriental de la alianza, cabeza de puente hacia el cinturón de quiebre denominado “Medio Oriente”, y un elemento fundamental en la política de cercamiento estratégico a la entonces Unión Soviética (y ahora de la reemergente Rusia). De hecho, su ubicación estratégica la vuelve crítica para las misiones de la OTAN y EE.UU. en Medio Oriente. Hay que destacar que, además, se trata del segundo ejército de la OTAN en tamaño —aunque no el segundo poder militar, lugar que ocupa el Reino Unido.
Sin embargo, ya en siglo XXI, Turquía comienza a verse a sí misma como un poder en ascenso y ve los límites de su camino hacia “Occidente” y de reformas liberales iniciado en 1923 con Kemal Atatürk. Su identidad islámica, junto al desarrollo de un mundo crecientemente multipolar y de reemergencia de las grandes culturas, es un elemento central de este progresivo cambio.
A partir de allí, Ankara impulsa nuevos equilibrios en sus posiciones políticas y estratégicas, planteando una mayor autonomía con respecto al Occidente geopolítico, a la vez que busca un nuevo lugar en el mundo, especialmente el mundo islámico a su alrededor. Una expresión de ello es el desarrollo del panturquismo, una versión identitaria más asertiva del lugar de influencia que le daba Occidente en el Cáucaso y Asia Central. La Organización de Estados Turcos se estableció con este sentido.
Otra perspectiva más desafiante es el surgimiento del denominado neootomanismo, que intenta recuperar la herencia otomana y la influencia en los territorios del antiguo imperio, posicionando a Turquía como un país central y un poder clave en el espacio Afro-Euroasiático. Dicha perspectiva postimperial es impulsada, entre otros, por quien fuera canciller (2009-2014) y luego primer ministro (2014-2016), Ahmet Davutoğlu, perteneciente en su momento al Partido Justicia y Desarrollo de Erdogan.
Después del 15J, sigla con que se conoce el intento de golpe de Estado contra Erdogan protagonizado por grupos políticos, económicos y militares prooccidentales el 15 de julio de 2016, la perspectiva Eurasianista se ha fortalecido en Turquía. El 15J fue un punto de bifurcación del proceso político. Para el gobierno turco, detrás de estos grupos está Estados Unidos y su protegido Fethullah Gülen, que buscaban frenar el ascenso de Turquía como poder emergente y debilitar su relativa autonomía.
El Eurasianismo, con su crítica el liberalismo occidental, la visión unipolar del mundo y el supremasismo atlantista, a lo que contrapone la multipolaridad, el desarrollo de grandes asociaciones euroasiáticas y un mundo de múltiples grandes culturas con raíces en históricas civilizaciones, coincide bastante con la perspectiva dominante en Turquía post 15J, aunque muchos de sus elementos ya estaban presentes desde inicios de siglo. Además, la cuestión kurda, referida al pueblo kurdo que Ankara ve como una amenaza a su integridad territorial y que Estados Unidos en parte protege en función de intereses económicos y políticos en la zona, es otro elemento que estimula las posiciones contrarias a “Occidente”
El Partido Justicia y Desarrollo liderado por Erdogan es el espacio político en donde convergen estas expresiones. Allí se amalgaman en un nacionalismo islámico social-conservador, que domina la política turca desde 2003. Es decir, encarna en términos políticos esta idea de Turquía como poder emergente.
Para el famoso e influyente pensador geopolítico y estratega polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski, Turquía aparecía en uno de sus libros publicados en 1997 como un pivote geopolítico de Eurasia, visto como un enclave por los jugadores estratégicos para acceder a ciertas áreas de interés o estabilizarla. Es decir, es vista como un pivote donde debe jugar Estados Unidos para mantener su primacía en el mega continente. Hacia 2012 y con los profundos cambios que se estaban produciendo en el escenario mundial, Brzezinski establece que el pivote turco debe ser parte de un gran Occidente geopolítico. Sin embargo, hoy la idea de Ankara de sumarse a los BRICS+ está en relación con pasar de ser estado pivote a un jugador geoestratégico de Afro-Eurasia.
Atractivo de los BRICS+
Los BRICS+ agrupa a los países denominados “en desarrollo” que discuten un nuevo ordenamiento mundial más democrático, donde el poder no esté concentrado en Estados Unidos y el Occidente geopolítico. Es decir, expresan un ascenso e insubordinación de las grandes semiperiferias del sistema mundial, protagonizada por potencias emergentes de escala continental en articulación global; un proceso que a partir de la ampliación del espacio se extiende hacia el Sur Global.
Turquía en tanto país “en desarrollo” o emergente, semiperiferia en términos económicos y potencia media en términos políticos, se siente atraído naturalmente a ser parte de este espacio. Especialmente cuando siente hace años (como en su momento percibió Rusia) que no tiene un asiento importante en el Occidente geopolítico, donde tampoco abundan las oportunidades en tiempos de crisis de hegemonía y declive relativo, y que además no se respetan sus intereses geopolíticos más importantes.
Para la trayectoria política turca de los últimos años y para su ubicación en el sistema mundial, hay algunos ejes básicos propuestos por los BRICS+ que suenan muy en sintonía: la idea de un mundo multipolar y más justo, la articulación entre países “en desarrollo” que tienen tensiones con los antiguos centros del Norte Global, o la idea de un Sur Global oprimido o subordinado que emerge o se insubordina.
También hay tres cuestiones más que promueven los BRICS+ que resultan muy atractivas para Ankara. En primer lugar, la no intervención en asuntos internos, cuestión especialmente sensible post 15J. En segundo lugar, la política de no alineamiento, que contrasta con las presiones y exigencias occidentales de alineamiento político y estratégico, que se exacerban bajo la narrativa de “Nueva Guerra Fría”. Y en tercer lugar, la integración a partir del reconocimiento de la existencia de grandes culturas que remiten a civilizaciones históricas, lo que implica que los valores compartidos pueden construirse a partir de diferencias mítico-ontológicas. Eso choca con la pretensión fundamentalista liberal del Occidente geopolítico de posicionarse como cultura superior y establecerse como geocultura dominante, la cual debe ser adoptada por los otros y desde donde se toman los valores a compartir.
La reacción de las autoridades europeas a la posible incorporación de Turquía a los BRICS+ resulta clara en cuanto al contraste con los puntos señalados. Peter Stano, portavoz del servicio diplomático de la UE, afirmó a la cadena alemana Deutsche Welle: “Esperamos que todos los países candidatos apoyen los valores de la UE de manera firme e inequívoca, respeten las obligaciones derivadas de los acuerdos comerciales pertinentes y se alineen con la política exterior y de seguridad común de la UE”. Por otro lado, en un informe anual de 2023, los parlamentarios europeos concluyeron que la «tasa de armonización de Turquía con la política exterior y de seguridad común de la UE ha caído a un mínimo histórico del 7%”, la más baja de todos los aspirantes a miembros.
La “peligrosa” amistad con Rusia
El 11 de junio de este año, mientras el presidente ucraniano Volodímir Zelenski pedía ayuda en una conferencia en Berlín, frente a un escenario cada vez más sombrío en el campo de batalla, el ministro de Asuntos Exteriores turco Hakan Fidan estaba con el presidente ruso Vladimir Putin en Moscú, manteniendo importantes reuniones. A su salida, Fidan declaró que la reunión en el Kremlin fue «fantásticamente bien». Por su parte, Putin afirmó «Damos la bienvenida al interés de Turquía en el trabajo de los BRICS.” Y remató: «Sin duda, apoyaremos plenamente esta aspiración».
A pesar de la rivalidad histórica y de los intereses divergentes, hoy la buena relación con Rusia es un elemento central de la política exterior de Turquía y resulta clave para entender su solicitud formal a incorporarse a los BRICS+ bajo la presidencia de Moscú.
La cooperación, el comercio y las asociaciones estratégicas se han avanzado de forma acelerada entre ambos países en los últimos años, lo que puede resultar extraño siendo Turquía un miembro de la OTAN, mientras que Rusia está en guerra con la OTAN.
Se puede destacar, entre otras cuestiones, la construcción de la primera central nuclear turca (Akkuyu Nuclear Power Plant) en asociación con la empresa rusa Rosatom, la adquisición en 2017 del sistema de defensa antiaerea ruso S-400 que puso los pelos de punta al establishment occidental, o la asociación en proyectos de gasoductos importantes como el Blue Stream y el Turkish Stream. Asimismo, junto a China e India, Turquía es uno de los países que más ha aumentado la compra de petróleo de Rusia post febrero 2022 y se ha beneficiado reexportando dicho petróleo. De hecho, Turquía se propone establecerse como un hub de los hidrocarburos rusos.
Turquía y dos conflictos centrales de la guerra mundial híbrida
Dos conflictos centrales de la actual guerra mundial híbrida están muy cerca de Turquía o se encuentran en su zona de influencia: Ucrania y Gaza. En ambos, Ankara juega un papel de importancia y tiene posiciones alejadas de las dominantes en Washington y el Occidente geopolítico.
En el caso de Ucrania, al igual que el resto de los países no “occidentales”, Turquía se ha negado a apoyar las miles de sanciones contra Moscú impulsadas por los países de la OTAN, en el frente de la guerra económica. Además, no sólo se negó a cortar los vínculos con Rusia, sino que los profundizó. Fue en Estambul donde se llevaron adelante en 2022, al comienzo de la escalada en la guerra en Ucrania con la incursión directa de Rusia, las exitosas negociaciones de paz entre Kiev y Moscú. Allí se acordó un plan de 15 puntos que garantizaría un alto el fuego y la retirada de los rusos siempre que el gobierno ucraniano se comprometiera a la neutralidad (no ser parte de la OTAN), entre otras cuestiones. Pero el entonces primer ministro británico, Boris Johnson, viajó personalmente a Kiev como representante de la posición anglo-estadounidense, para que Volodimir Zelenski rompiera el acuerdo de paz y continuara con la guerra.
En el caso del conflicto en Gaza, Turquía decidió adherirse a la denuncia de Sudáfrica contra Israel por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia. Además, no apoya la denominación de “terrorista” a la organización palestina Hamás por parte de Occidente.
En un comunicado de esta semana, tras un encuentro del Grupo de Contacto sobre Gaza, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Turquía afirmó: «El genocidio en curso en Gaza, así como la violencia de los colonos contra los palestinos y los ataques militares israelíes en Cisjordania (ocupada), son alarmantes. La comunidad internacional debe actuar lo antes posible para detener los ataques israelíes, que amenazan la estabilidad de nuestra región y el orden internacional, y para reducir las tensiones». Como se puede ver, son notorias las diferencias con la OTAN y su apoyo al gobierno de Israel, más allá de algunos matices.
Más allá de que el proceso no sea lineal, ni deba leerse en clave bipolar, la posible incorporación de Turquía a los BRICS+ es una “bomba” en términos geopolíticos, tanto por su peso específico, como por su ubicación geopolítica y, sobre todo, por ser un miembro clave de la OTAN. Está expresando un proceso de largo plazo y, por lo tanto, de carácter histórico y estructural; aunque no deja de ser parte de la dinámica política coyuntural, con todas sus complejidades, que debe analizarse en el marco de negociaciones con el Occidente geopolítico.
En otras palabras, la solicitud de incorporación de Turquía, que resta ver si finalmente se concreta, es parte de un progresivo reequilibrio político estratégico de Ankara, que forma de procesos internos y de un profundo cambio regional, en sintonía con la transición de poder mundial. No resulta casual que cuatro países de “Medio Oriente” –la principal región para la política exterior turca junto al Cáucaso— se incorporaron este año al BRICS+.
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