Miguel Pajares* – Público.es
En mi reciente libro Refugiados climáticos digo que hacia el 2060 podría haberse doblado, a causa del cambio climático, el actual número de migrantes que hay en el mundo. Si ahora la población migrante (quienes viven en un país distinto del que han nacido) es el 3,5 % de la mundial, en el 2060 podría ser el 6 %. Mi apreciación no es un cálculo, sino una idea general sobre la magnitud que pueden alcanzar las migraciones climáticas, basada en el análisis que hago por regiones.
¿Es una magnitud migratoria que deba comenzar a preocuparnos? En todos los debates en los que estoy participando desde la publicación del libro insisto en que lo que ha de inquietarnos es el propio cambio climático, no las migraciones que provocará, porque tales migraciones son perfectamente gestionables. De las migraciones climáticas lo que debe interesarnos no es su tamaño sino su gestión, ya que, si las gestionamos mal, acabarán siendo profundamente desestabilizadoras y se convertirán en un problema más, añadido a las propias catástrofes climáticas, que aumentará los riesgos de colapso social. Pero bien gestionado, un 6 % de población mundial emigrada no es alarmante en ningún sentido. ¿Sobre qué pilares hemos de sostener esa gestión? Voy a señalar dos.
El primero es contar con mecanismos para hacer efectiva la gestión internacional de las migraciones, o sea, disponer de la capacidad y los medios para canalizar y acompañar los movimientos migratorios entre los países de origen y los de destino. Los últimos acuerdos internacionales hechos en esa dirección han sido muy decepcionantes (me refiero a los de diciembre del 2018, el Pacto Mundial para la Migración y el Pacto Mundial sobre Refugiados, acuerdos no vinculantes que dejaron las cosas como estaban), de modo que necesitamos acuerdos vinculantes y unos organismos de gestión que cuenten con autoridad y presupuesto para acompañar la movilidad humana por cauces seguros. Lo explico en el mencionado libro, pero aquí no me extiendo más sobre ello porque quiero hacerlo sobre el otro pilar.
El segundo pilar es la lucha contra la xenofobia. La xenofobia es lo que hace que unas migraciones que son moderadas nos parezcan enormes; que unas migraciones que nos aportan población laboral necesaria y enriquecimiento en muchos otros aspectos las veamos como una amenaza; y que gastemos más dinero en blindar fronteras que en cohesionar la sociedad con los migrantes dentro. La xenofobia es el fundamento de las políticas migratorias y de asilo que hacemos, y lo que lleva a que tales políticas sean tremendamente irracionales.
Una muestra de ello es cómo percibimos las dimensiones migratorias. Si preguntáramos a cualquiera qué países considera de inmigración (o sea, receptores de inmigrantes) y qué países considera de emigración (emisores) encontraríamos respuestas que nada tienen que ver con la realidad. Nos dirían que los países europeos somos receptores y que los países africanos son emisores, así como los del sur de Asia o Latinoamérica. Sin embargo, quien respondiera así se llevaría una buena sorpresa al conocer los datos reales. Tomando los últimos datos aportados por la División de Población de Naciones Unidas, tanto de la población de cada país como de su población emigrada, podemos ver la tasa de emigración que cada uno de ellos tiene. ¿Y qué vemos? Pues, por ejemplo, que hay nueve países europeos que tienen más emigración que Marruecos, o que México, o que Turquía, o que cualquier país asiático, latinoamericano o africano (con las excepciones de Siria y Sudán del Sur). Si a ese interlocutor le pidiéramos que nos compare Alemania con Turquía, muy probablemente nos diría que Turquía es más emisor de emigrantes que Alemania y, sin embargo, los datos de NNUU nos dicen que es al revés. Si le pidiéramos que nos compare el conjunto de los países de la Unión Europea con el conjunto de los países africanos, nos diría, sin dudarlo ni un momento, que son más emisores de emigrantes los países africanos. Pues lo cierto es que la tasa media de emigración de los países africanos es del 2,9 %, mientras que la media de los países de la Unión Europea es del 7 % (y sube al 8 % si incluimos los demás países europeos). Hay migrantes que no vemos y a otros los vemos sobredimensionados. La xenofobia nos nubla la vista.
Europa nunca ha tenido un problema de inmigración; bien al contrario, esta ha resuelto déficits que de otra forma nos hubieran empobrecido. Lo que tenemos es un problema de xenofobia. Es la xenofobia la que ha creado el constructo del «problema de la inmigración»; la que hace que veamos más inmigración de la que tenemos; la que nos lleva a creernos que es una gran amenaza para nuestra sociedad; y la que hace que estemos dispuestos dejar morir a la gente en los trayectos migratorios (y casi dispuestos a matarla) para aliviarnos de ese «problema».
Así no podemos afrontar las futuras migraciones climáticas. Si no reducimos la xenofobia, nuestras sociedades no aceptarán la gestión internacional de las migraciones que va a tener que hacerse. Combatir la xenofobia ha de ser un gran empeño de las democracias, especialmente en el Norte global. Ahora es habitual oír que los dos grandes empeños de los gobiernos son la digitalización y la lucha contra el cambio climático. Hay que añadir otro al mismo nivel: la lucha contra la xenofobia.
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*Antropólogo social y autor del libro ‘Refugiados climáticos, un gran reto del siglo XX’I (Editorial Rayo Verde).